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El museo como umbral


José Gurvich (1927-1974) Hombre astral (1962)

De pronto, los museos de Bellas Artes nos demuestran, en efecto, que la Belleza tiene domicilio estable.
Manuel Delgado, 2018

Tanto como los teatros, los museos son lugares liminares, situaciones de umbral que atravesamos con un detenido estremecimiento virtuoso.
Puede que la miseria cotidiana, que tiene su aspecto estético en la insignificante fealdad cotidiana necesite atesorar con circunspección, en ciertos señalados lugares, a la Belleza infrecuente. Precisamente para sustraerla de lo habitual y para hacer del recinto que la guarda, protege y también oculta, una suerte de templo o sagrario.
¿Por qué nos cuesta tanto soñar con un mundo en que la Belleza deambule por calles, plazas y rincones ciudadanos, en donde pueda gozarla a sus anchas el hombre libre? ¿Por qué nos empecinamos a hurtarle a la Belleza la luz del sol y enclaustrarla en las penumbras discretas a salvo del palpitar de la vida ciudadana? ¿Por qué la Belleza no sienta plaza si no es en el lado antagonista del umbral, en el sitio del más allá?

Borradores de una genealogía de la Teoría del Habitar (IV)


Monumento a Andrea Palladio en Vicenza

Ninguna empresa es verdaderamente humana si no contiene, en su origen, un proyecto urdido sobre una conjetura de mundo futuro.
Puede decirse que la Teoría del Habitar ha nacido con la impronta originaria de concebir el alumbramiento de un necesario humanismo arquitectónico. Hoy como nunca nos es imperioso, imprescindible y acuciante un humanismo que sea capaz de liberar la condición humana de los aherrojamientos propios del lastimoso estado de nuestra civilización. En un mundo en que el sentido de adhesión a las cosas reifica la propia sustancia de la arquitectura, esto es, cuando se tiene por realidad arquitectónica la cosa construida por sobre el vínculo que este artefacto guarda con quien la habita, el humanismo nos es obligado. En un estado de cosas en que olvidamos el fin superior de la arquitectura, que libera a sus habitantes de las constricciones de la necesidad, el humanismo práctico nos es insoslayable. En una perspectiva de sustentabilidad futura de la propia humanidad como tal, el humanismo arquitectónico nos resulta urgente.
Con este sino es que se desarrolla el pertinaz impulso a ahondar en una Teoría del Habitar que nos abra una feraz ventana a un futuro más confortador que este lamentable presente.

Borradores de una genealogía de la Teoría del Habitar (III)


La cabaña de Heidegger en Selva Negra

Otro origen innegable de la Teoría del Habitar lo constituye la pregunta específicamente teleológica referida a la arquitectura.
La cuestión proviene allí donde se solapan los sentidos de las locuciones por qué y para qué. En efecto, hay que preguntarse por el porqué de la arquitectura —que es una cuestión en procura de una justificación humana del arte y la técnica—, a la vez y simultáneamente en concurrencia con la instancia que interroga acerca del paraqué —esto es, la finalidad última de todo esfuerzo arquitectónico—.
Aquí situados, no podemos conformarnos con hacer del proyectar y construir fines en sí mismos: menos aún considerar el artefacto construido como finalidad específica. La casa es apenas el ingenio del que se sirve el hombre para tener lugar en el mundo.
Es el sosiego de los seres humanos allí donde tienen efectivo lugar el fin de la arquitectura. Porque habitar es connatural a nuestra condición de existentes, la arquitectura nos es imperiosa como medio eficaz de poblar un lugar que hacemos nuestro.

Borradores de una genealogía de la Teoría del Habitar (II)


Maestro de Weltenchronik. Construcción de la Torre de Babel (h.1300)

La revisión del funcionalismo arquitectónico no es el único germen crítico de la Teoría del Habitar. En efecto, tal teoría proviene también de la revisión de la idea habitualmente recibida que equipara punto por punto la arquitectura con la actividad profesional de los arquitectos.
En realidad, aquello que efectivamente realizan los arquitectos es una contribución parcial y especializada a toda una compleja actividad social de producción. Pero si se advierte esto, entonces no es posible concebir una actividad social de producción si no es considerando como antecedente necesario una demanda social específica, así como una ulterior implementación práctica en la vida social. Esto significa: entender la arquitectura en el entramado integral de relaciones sociales implicadas por el desarrollo del hábitat humano.
Estas consideraciones críticas a la ideología corporativista habitual ponen en evidencia el papel del habitar humano como causa material y final de unos actos sociales totales y no ya un ejercicio social y cultural restringido.

Borradores de una genealogía de la Teoría del Habitar (I)


Páginas de Hacia una arquitectura de Le Corbusier (1923)

La Teoría del Habitar es una deudora crítica del funcionalismo arquitectónico.
De este origen proviene la especial atención a la tradicional utilitas, puesta en especial consideración por la arquitectura renovadora del siglo XX. Supone esto ya una tradición de reflexión teórica, acompañada por la práctica proyectual y constructiva que buscan ser consecuentes con la destacada consigna que hace de la producción arquitectónica una consecución de bienes útiles.
Sin embargo, como herederos críticos y no seguidores irreflexivos, quienes han contribuido a la emergencia de esta Teoría del Habitar han tomado distancia de las limitaciones del funcionalismo mecanicista y reductivo.
Es que las arquitecturas no sólo se dejan apreciar en su implementación operativa mecánica, ni se agotan en el simple uso. La función de las arquitecturas afecta más hondamente a la condición humana. Descubrir los extremos de este compromiso es, precisamente, una de las tareas autoimpuestas de tal Teoría.

La consumación del lugar


Charles y Ray Eames. Casa Eames (1949)

En un lugar, esto es, un sitio efectivamente habitado, proliferan los adminículos que permiten, con su operación, realizar la mecánica simple y cotidiana de vivir. Pero la operación de tales aparatos no supone, de suyo, llegar a consumar el lugar.
Un lugar, contemplado con mayor atención, supone una plétora de útiles, un conjunto complejo de cosas dispuestas para su asimiento, manipulación e implementación general en el uso. Pero este uso de los útiles disponibles no implica, necesariamente, llegar a consumar el lugar.
Si uno considera la cuestión con mayor profundidad, puede concluir que la habitación de un lugar supone el goce pleno de aparatos y útiles. Pero este gozo no supone que se alcance a consumar el lugar.
Según parece, consumar un lugar supone una apropiación plena y absoluta de todas las dimensiones implicadas por la situación del cuerpo del habitante cuando tiene efectivo lugar allí y entonces, con una cualidad existencial a la que nos es difícil nombrar con precisión por el momento. Y esto es mucho más —en extensión, profundidad y compromiso— que simplemente operar, usar o gozar.

El confort. Aspectos estéticos


Anders Zorn (1860 – 1920) En la hamaca (1882)

¿Qué es el confort? […] La respuesta más sencilla sería que el confort se refiere únicamente a la fisiología humana: sentirse bien. Eso no tiene nada de misterioso. Pero no explicaría por qué, aunque el cuerpo humano no ha cambiado, nuestra idea de lo que es confortable difiere de la de hace cien años. Y la respuesta tampoco consiste en decir que el confort es la experiencia subjetiva de la satisfacción. Si el confort fuera subjetivo, cabría esperar que hubiera una mayor diversidad de actitudes al respecto; por el contrario, en cualquier época histórica determinada siempre ha existido un consenso acerca de lo que es confortable y lo que no lo es. Aunque el confort es algo que se experimenta personalmente, cada uno juzga el confort conforme a normas más amplias, lo cual indica que el confort puede ser una experiencia objetiva.
(Rybczynski, 1986)

En nuestra actual civilización, en donde impera el más frenético consumo de mercancías, la apariencia ilusoria de confort se impone sobre la verificación fáctica de éste.
Larga es la lista de enseres y dispositivos que se ven confortables mucho antes de poderse verificar en los hechos esta condición. Y consiguen persuadirnos de sus aparentes prestaciones por encima de nuestra propia evidencia en carne propia. Es por ello que una adecuada y pertinente teoría del confort debe aportarnos herramental para saber distinguir la auténtica emergencia de éste de toda forma de ilusión.
Y recíprocamente, deberemos adecuar nuestra sensibilidad para percibir la buena forma necesaria de todas aquellas cosas que nos harán, en el futuro, la vida más llevadera.

El confort. Aspectos éticos


John Singer Sargent (1856 1925) Figura en una hamaca (1917)

¿Qué es el confort? […] La respuesta más sencilla sería que el confort se refiere únicamente a la fisiología humana: sentirse bien. Eso no tiene nada de misterioso. Pero no explicaría por qué, aunque el cuerpo humano no ha cambiado, nuestra idea de lo que es confortable difiere de la de hace cien años. Y la respuesta tampoco consiste en decir que el confort es la experiencia subjetiva de la satisfacción. Si el confort fuera subjetivo, cabría esperar que hubiera una mayor diversidad de actitudes al respecto; por el contrario, en cualquier época histórica determinada siempre ha existido un consenso acerca de lo que es confortable y lo que no lo es. Aunque el confort es algo que se experimenta personalmente, cada uno juzga el confort conforme a normas más amplias, lo cual indica que el confort puede ser una experiencia objetiva.
(Rybczynski, 1986)

La consecución del confort tiene aspectos éticos. El principal es el alcance generalizado de condiciones de vida adecuadas en correspondencia con la esencial dignidad humana.
Esto determina que el confort buscado resulta en promoción efectiva de la plena autonomía de los sujetos: el confort que vale la pena perseguir es el que libera a las personas comprendidas por tal condición. Por otra parte, el confort deseable siempre está en correspondencia con la salud y el bienestar pleno de los sujetos. En definitiva, la provisión de confort éticamente satisfactoria resulta en una efusión de lo mejor de la humanidad. El buen vivir, la eudemonía, horizonte ético por excelencia, tiene sus condiciones éticas inherentes.
Conviene tener en cuenta estos aspectos, porque la provisión habitual de chismes y falaces sofisticaciones no conducen necesariamente a la consecución ética del confort, sino que apenas son sucedáneos engañosos.

El confort. Aspectos cognoscitivos


Antonio Frilli (1860-1940) Mujer en hamaca (s/f)

¿Qué es el confort? […] La respuesta más sencilla sería que el confort se refiere únicamente a la fisiología humana: sentirse bien. Eso no tiene nada de misterioso. Pero no explicaría por qué, aunque el cuerpo humano no ha cambiado, nuestra idea de lo que es confortable difiere de la de hace cien años. Y la respuesta tampoco consiste en decir que el confort es la experiencia subjetiva de la satisfacción. Si el confort fuera subjetivo, cabría esperar que hubiera una mayor diversidad de actitudes al respecto; por el contrario, en cualquier época histórica determinada siempre ha existido un consenso acerca de lo que es confortable y lo que no lo es. Aunque el confort es algo que se experimenta personalmente, cada uno juzga el confort conforme a normas más amplias, lo cual indica que el confort puede ser una experiencia objetiva.
(Rybczynski, 1986)

Si el confort no es un hecho fisiológico ni una vivencia subjetiva, quizá no haya mejor alternativa que considerarla un valor, esto es una entidad relacional objetivo/subjetiva.
De este modo, el confort es un valor que se verifica particularmente mediante la experiencia particular de los sujetos, pero que define diferentes umbrales aceptables social y culturalmente determinados. Son condicionantes socioculturales los contextos de uso, los rituales y otras circunstancias similares, toda vez que las personas asumen tanto el papel de patrones de medida, así como de agentes de medición y evaluación.
La medida o magnitud propia del confort, según parece, sería la adecuación relativa que, en una situación y contexto dados, pudiera verificarse como virtuosa relación entre un sujeto habitante y las condiciones materiales y simbólicas que lo amparan.
Esto es apenas un comienzo de una necesaria teoría del confort, candidata a constituir una importante deriva de la Teoría del Habitar.

El cultivo del ambiente en el lugar habitado


Jessie Willcox Smith (1863-1935) Jardín de versos (1905)

En una cultura que considera la Naturaleza como mero recurso comodificable, los habitantes humanos resultamos ser entrometidos extraños y hostiles.
Sin embargo, en una cultura que considere ecuánime la copresencia de personas en el ambiente, los sujetos se ganarían a justo título la característica de habitantes plenos, adecuados y dignos sólo cuando tales presencias resultaran del cultivo metódico de su ambiente. Sólo cuando la cultura del cultivo reemplace la falaz conducta expoliadora del ambiente, la población humana resultará apropiada con legitimidad.
Suena utópico ¿pero es ineluctable resignarse al actual y lastimoso estado de cosas?

Población digna del lugar


Cecilio Plá y Gallardo (1860–1934) Damas en el jardín (1910)

El compromiso existencial con la adecuación en la ocupación efectiva de un lugar tiene su aspecto ético correspondiente. Es imperiosa y verificable la población digna del lugar.
Tener lugar es un hacerse lugar, lo que significa una acción, un ethos que se correlaciona con la catadura moral del sujeto. Poblar un lugar en forma adecuada tiene su expresión ética en la dignidad de la persona involucrada. Imperativos tales como la autonomía, la responsabilidad, la beneficencia, la obligación, la humanidad, la eudemonía y la justicia configuran el marco deontológico de los sujetos que actúan teniendo efectivo lugar.
La adecuación de nuestra ocupación del lugar tiene su expresión práctica en la caracterización condigna de personas y circunstancias que habitan.

Conquista y adecuación en el lugar


Heinrich Vogeler (1872 –1942) Noche de verano (1905)

Los seres humanos somos seres-en-situación, esto es, conquistamos un lugar contingente que sólo nos permite tener efectivo lugar mediante una adecuada irrupción.
Esto de conquistar un lugar se percibe mejor en la antigua locución “darse el lugar que a uno corresponda”, que significa: ubicarse no sólo en el sitio físico, sino en el emplazamiento de circunstancias sociales en que cada uno de nosotros es gente, esto es, persona que puebla un rol y status social especialmente señalado. Ocupar un lugar no es inexorable, sino siempre circunstancial y relativo a una trama compleja de emplazamientos que determinan los juegos sociales.
Es por ello que nuestra población del lugar debe ser apropiada, en el doble sentido de ser investida particularmente y fruto de una legítima adecuación. Tener lugar es una instancia en un proceso de autoconstrucción vincular de las personas.
A causa de esto, siempre deberemos estar en condiciones existenciales de verificar el valor de adecuación legitimadora allí donde nos encontremos.

La ciudad y la comodificación del medio ambiente


Michel Rosé (1963) Armonía urbana (2018)

[...] la construcción de la ciudad implica, en sí mismo, la comodificación del medio ambiente en la medida que determinadas porciones de territorio son apropiadas por el Estado, los empresarios o los pobladores, para destinarlos a usos urbanos.
Romero y Vásquez, 2005

¿Es acaso inevitable que la construcción de la ciudad implique en sí misma la comodificación del medio ambiente?
En el actual orden socioeconómico, hay que rendirse ante la evidencia de tal inevitabilidad. Sin embargo, nada impide concebir que, bajo otras reglas de juego —que habrá que descubrir, consensuar y aplicar— otros modos de concebir, desarrollar y consumar los hechos urbanos serán posibles. Modos en los cuales la habitación humana no resulte una intrusión explotadora de recursos ambientales. Modos en los cuales la comodificación no sea ni necesaria, ni oportuna, ni relevante. Modos en los cuales las ciudades habitadas no sean otra cosa que cultivos metódicos, respetuosos y sustentables del ambiente.
Serán modos en los que se pensará, con cuidado y atención, qué se construye y qué se deja a salvo de la construcción. Una alternativa a la actual oposición entre mercancías y vacíos. Una alternativa que desenvuelva una arquitectura de gentes, aire, agua, fuego y tierra.

La urbanización sin ciudad


Michel Rosé (1963) Estratos verticales (2018)

El mercado inmobiliario está construyendo un orden urbano que se aleja de las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos, ya que para que sea eficaz ha de estar diferenciado y estratificado, con unos umbrales de la renta necesaria para adquirir viviendas – vistas en este caso como sistema de acumulación patrimonial- bien definidos y que acaben por llevar al límite el esfuerzo económico de la formación social que busca representarse en esos espacios. El patrón social en el que todos se reconocen, toma forma en el mapa de precios de la vivienda, puesto que “el precio posible del suelo viene fijado por el uso a que se destina y por el nivel de ingresos de la clase social que puede disfrutarlo”
Cristina Fernández Ramírez, Eva García Pérez, 2014

El urbanismo inmobiliario urbaniza a costa y a despecho de la ciudad: conurba.
Así, la ciudad tardocapitalista se transforma en un mosaico socioterritorial en donde en cada distrito se aloja un segmento socioeconómico determinado. Mientras que en la ciudad domina la mezcla y complementación de actores sociales, en la conurbación actual se agrupan y apiñan los iguales por su capital material y simbólico: cada cual ocupa el lugar al que sus ingresos le permiten acceder. Los vecinos nos clasificamos y reunimos por nuestro nivel de renta, nos alojamos cada vez más cerca unos de los pares y nos alejamos más temerosos de los otros. Sobre todo, de los más pobres.
Este mosaico demográfico hiere de muerte la ciudad, mientras que los promotores inmobiliarios no hacen otra cosa que diferenciar sus productos para saciar las ansias del pantagruélico “mercado”. Así es que vamos consumiendo la llama vital de la ciudad que nos mereceríamos si fuésemos más humanos que simples homúnculos económicos.

Discusión: El acceso a la vivienda

Michel Rosé (1963) Cristal, hierro y naturaleza (2018)

La capacidad del mercado de generar una amplia oferta, sea ésta legal o ilegal, no produce ni de lejos una garantía real de acceso a la vivienda entendida como producto o mercancía. Más allá, lo hipertrofia. La verdadera fórmula maestra del capitalismo consiste en producir escasez basada en la abundancia. Haciendo abuso del requisito imperioso de vivienda como elemento de la reproducción social, el mercado inmobiliario se hace con el monopolio de la carencia. Sea cual sea la oferta, su éxito radica en que como clientes no podemos sustraernos de la opción última, la que consiste en desistir de comprar. Sin una adecuada intervención en el mercado del suelo que rescate las plusvalías para su redistribución urbana es difícil que las políticas públicas puedan garantizar un efectivo derecho a la vivienda. Para ello estas medidas debieran estar contenidas en un marco jurídico donde prevalezca la función social de la propiedad y en un contexto más amplio de garantías del Derecho a la Ciudad para todos los habitantes.
Cristina Fernández Ramírez, Eva García Pérez, 2014

El mercado inmobiliario está ofreciendo una amplia oferta de viviendas... cada vez más caras y reducidas en tamaño y calidad habitable.
Es en verdad una fórmula maestra del sistema eso de producir escasez basada en la abundancia. Porque lo cada vez más escaso es el acceso a lugares habitables, mientras que por algunos lados se construye con frenesí. Parece una paradoja, y sin embargo es la norma de la situación urbana hoy.
Esto debe ser contestado categóricamente con la política: no ya una política social de vivienda de interés social, sino una política estratégica que reivindique el derecho social de habitar lugares, ciudades y territorios con adecuación, dignidad y decoro.
Mientras no avance la conciencia social a este respecto, el “mercado” seguirá con su proceso de destruir ciudad a golpes de edificación, de consumir recursos ambientales frágiles y finitos, de segregar socioterritorialmente a los ciudadanos hasta conseguir que nos volvamos extraños para nuestros vecinos de la acera de enfrente.
¿Se nos ocurrirá alguna idea salvadora antes del desastre irreparable?

Discusión: La formación del precio del suelo


Michel Rosé (1963) John Hancock (2018)

En un primer acercamiento a los factores que inciden en el precio del suelo podríamos apuntar la existencia de características inherentes al producto final como la localización, siempre unívoca, o la existencia de un producto inmobiliario final de mayor o menor calidad. Por tanto, nos encontramos ante una “mercancía” irreproducible, que genera un mercado inelástico en la oferta y cuya demanda se ha desvinculado de su función obvia de alojamiento (demografía) y se observa como un nicho de acumulación de capital, que se relacionará inevitablemente con las expectativas de rentabilidad que se prevean respecto a las condiciones que le otorguen las distintas herramientas urbanísticas, lo que junto con la localización fijará el precio en función, no de su propia naturaleza si no del mayor valor que la demanda pueda soportar en cada momento y lugar. Es decir, nos encontramos ante una “mercancía” cuya excepcionalidad hace que su valoración dependa del conjunto de la sociedad y de las políticas de planeamiento que sobre ella se dicten
Cristina Fernández Ramírez, Eva García Pérez, 2014
Artículo completo en:

Hemos llegado a un punto en que la habitación humana ha dejado de constituir el fin principal de la actividad inmobiliaria. A este estado han contribuido diversos factores.
En primer lugar, la arquitectura se ha concebido a sí misma, en la conciencia hegemónica tanto de arquitectos profesionales como de ciertos clientes y comitentes como el arte de construir edificios más que por proveer lugares para habitarse. Es un fetichismo construido nada desinteresadamente en torno al objeto construido como mercancía.
En segundo término, el emplazamiento y sus peculiares condiciones son objeto de una metódica comodificación. Tanto las condiciones físico ambientales como las socioculturales son cruciales para hacer posible y oportuna una inversión adecuada y rentable en cada punto señalado de la ciudad. Mientras tanto, vastas regiones urbanas languidecen en el descuido y el deterioro, esperando el momento de la gentrificación.
Por último, nosotros, que antaño nos investía el justo título de ciudadanos habitantes, ahora nos conformamos con el arrebato de la condición de consumidores. Antaño consumábamos tanto la arquitectura como la ciudad, ahora la estragamos hasta su extinción.
Así, entidades como Montevideo o Buenos Aires dejan de designar propiamente ciudades, sino amorfas conurbaciones en donde impera en todo su esplendor oscuro y ominoso la ley del precio del suelo.

Plumas ajenas: Fernández Ramírez et al.


La ciudad como espacio de concentración humana fue un lugar privilegiado para la fundación del capitalismo primero como lugar de acopio y transacción de bienes materiales, luego a partir de la producción de mano obra de procesos tecnificados, la ciudad se convertía en una fuerza productiva más por cuanto servía de soporte tanto a las condiciones generales de la producción y de la circulación del capital como a las condiciones de la reproducción de la fuerza de trabajo. Así visto, la ciudad no más que el sistema espacial a través del cual se desenvuelven los procesos de producción, circulación y consumo que necesitan de un soporte físico para tener lugar. En tanto soporte adquiere un valor de uso específico, que surge de la articulación de todos ellos y es diferente de cada una de las partes que lo componen. A pesar de los cambios que ha podido sufrir el sistema económico global, la ciudad sigue siendo un lugar exitoso y privilegiado para la reproducción de las condiciones de la vida, desde el trabajo y la vivienda hasta la producción del conocimiento. En este contexto el negocio inmobiliario es uno de los motores fundamentales del siglo XXI, más allá de su indiscutida responsabilidad en la detonación de la actual crisis del capitalismo global.
Cristina Fernández Ramírez, Eva García Pérez, 2014
Artículo completo en:

Sobre la especulación inmobiliaria y la comodificación


Michel Rosé (1963) Juego de arquitecturas (2018)

Del problema del suelo se derivan dos efectos al enfrentar el desarrollo de la ciudad con la propiedad de la tierra: la retención de suelo y la inutilización de capitales. La especulación sería para Topalov una lógica de maximización de la ganancia, que llevaría al propietario de suelo a situarse por encima de la valoración en espera de una transformación que aumentara la ganancia, y al promotor a buscar aquellos suelos donde las expectativas de ganancia sean máximas, considerando que “el precio posible viene fijado por el uso a que se destina y el nivel de ingresos de la clase social que puede disfrutarlo”
Para Martínez (2007) la actual especulación urbanística englobaría el conjunto de prácticas intrínsecas y consistentes con la economía capitalista en la producción e intercambio de bienes inmuebles, escasamente perseguidas por el Estado y la sociedad, a pesar de censuradas explícitamente en la Constitución. Está profundamente arraigada en la cultura de la propiedad – asociada a una especulación difusa- poniendo en juego de manera constante la satisfacción real del derecho a la vivienda
Cristina Fernández Ramírez, Eva García Pérez, 2014

La especulación inmobiliaria puede comprenderse mejor bajo la metáfora de los movimientos en un tablero de ajedrez: se trata de la comodificación1 de las estrategias y tácticas de la localización y el emplazamiento.
Es que cada situación específica sobre el territorio urbano/urbanizable supone una apreciación compleja del valor relativo de cada emplazamiento con respecto al orden general que tienen otras localizaciones en donde los actores económicos hegemónicos se alían y compiten disputándose distintas cuotas de precisamente esa hegemonía, el imperio socioeconómico sobre el territorio.
Si esto es así, el valor económico del suelo nada tiene en común con el valor de una mercancía común y corriente. La teoría económica debe refinarse para entender el papel cada vez más avasallante de los actores económicos inmobiliarios sobre los desempeños y desarrollos de la vida urbana. Porque el crecimiento del espacio construible y realizable bajo la especie de la mercancía situada es la que impone sus pulsos y lógicas a la ciudad que cada vez más padecemos en lugar de habitar.

1 En este contexto, se entiende como comodificación la acción socioeconómica que trasforma un hecho, situación o relación social cualquiera en una mercancía, esto es en un bien o entidad con valor económico, pasible de intercambio comercial.

¿Hacer ciudad?


Michel Rosé (1963) Identidad desconocida (2018)

En una primera instancia el urbanismo surgió con principios higienistas para mejorar las condiciones de habitabilidad de la ciudad industrial, así como para ejercer un control sobre la propiedad privada y el monopolio del suelo que procurase un desarrollo equilibrado acorde a las necesidades colectivas. En este recorrido se quiso que el urbanismo, como disciplina de estudio y ordenamiento del espacio físico urbano, se dotara de herramientas del derecho para crear su propio marco jurídico dentro del que regular el crecimiento y los usos de la ciudad a través de la planificación, el diseño y la gestión. Es decir que el urbanismo fuese la herramienta con que materializar el “proyecto de una ciudad”. A pesar de su intención redistributiva en origen, es a partir de la creación de un instrumento capaz de producir “suelo” y definir las características de la naturaleza urbana del mismo, que pronto se convierte en una parte importante del sistema productivo para organizar el espacio del capital y su reproducción. La regulación de usos del suelo a través de la zonificación establece qué lugares podrán llegar a ser ciudad y cómo y cuáles quedarán excluidos de ese proceso, orientando y modificando el crecimiento espontáneo de la ciudad a través de una incidencia directa sobre el suelo. El planeamiento modifica las reglas del juego afectando a dos esferas de poder: por un lado, a propietarios y promotores, mientras que por otro lado genera una tecnocracia cuya importancia como agente en el desarrollo urbano va a ser creciente.
Cristina Fernández Ramírez, Eva García Pérez, 2014

¿Qué es hacer ciudad? Diferentes actores sociales pueden ofrecer distintas respuestas a esta cuestión. Pero es posible oponer dos tendencias opuestas y muy generales. Por una parte, están aquellos que consideran que hacer ciudad es construir cosas como edificios, calles y plazas, quienes asimilan la noción de lugar a la mancha que el conjunto de las construcciones materiales en su agregación hace sobre el territorio, diferenciándose del campo, allí donde las improntas antrópicas son relativamente más discretas. Opuesto a este talante, están lo que consideran la ciudad como un modo humano de vivir conformado comunidades de asentamiento relativamente densa, estable y dinámica en sus interacciones. Unos enfatizan las cosas, los otros atienden a la realidad humana como justificación última de las cosas construidas.
El urbanismo comenzó proponiendo diversas normas disciplinantes del construir material en vista a consideraciones humanitarias básicas, por una parte, y a la defensa más o menos vehemente del interés común del conjunto de los ciudadanos. Allí donde el ardor constructivo exagerase, la norma urbanística señalaría una oposición, una restricción un no ir más allá: una virtuosa anti/construcción.
El urbanismo detenta, entonces, un compromiso arquitectónico con aquello que, del lugar, no debe construirse. De allí las normas de altura máxima, de ocupación del suelo, de alineamiento o retiro con respectos a las trazas del predio y miríadas de otras restricciones de similar naturaleza y espíritu. El urbanismo tiene que ver, en su germen originario, con los intersticios liberados a la vida comprendidos entre las masas construidas.
La tensión entre la pujanza socioeconómica proclive al desarrollo de las masas construidas, por un lado, y por otro, su complementario antagonista del intersticio vital es de naturaleza indisimulablemente política.

Sobre el urbanismo inmobiliario


 Michel Rosé (1963) Skyline (2018)

La constitución de la ciudad inmobiliaria como visión hegemónica del hecho urbano ha pasado por la presentación de los intereses particulares de la clase capitalista como los intereses de toda la sociedad, acompañada por un despliegue ideológico que ha construido un imaginario colectivo, que mostrando el hecho urbano como algo a gestionar, objetivo, natural, sin ninguna implicación política, ha logrado generalizar una percepción del mundo que mira hacia cuestiones que eluden la verdadera motivación del urbanismo.
Cristina Fernández Ramírez, Eva García Pérez, 2014

Puede entenderse como urbanismo inmobiliario la teoría (implícita) aunada a la práctica social de producir fenómenos urbanos propio del tardocapitalismo contemporáneo.
Se precisa así una praxis que subsume el desarrollo urbano global al imperio de los intereses y visiones propios de los sectores hegemónicos de nuestra sociedad. En este sentido, no es otra cosa que la manifestación objetiva de un efectivo dominio de clase que opera tanto con los hechos físicos de la ciudad, así como en sus representaciones y valores que estos revisten en la conciencia colectiva.
Más allá de cualquier constricción política o reglamentaria, los actores sociales empresarios proponen, innovan, subvierten y consiguen, de un modo u otro, imponer de hecho las circunstancias que dan lugar efectivo a los hechos urbanos, en su promoción, diseño, realización y explotación. Estos hechos urbanos consiguen, tarde o temprano, hacerse inevitables, irresistibles y hasta oportunos en un marco sociocultural proclive a rendirse a la evidencia de las efectivas relaciones sociales del poder. La voz de amo clama por aquellas propuestas que se vuelven sensatas precisamente en su realización efectiva como negocio logrado.
Hoy, la verdadera motivación de un urbanismo que responda al interés general de la sociedad en su conjunto e integralidad, se repliega a la defensiva.

Plumas ajenas: Fernández Ramírez et al.


El modelo de desarrollo urbano que se ha consolidado en los últimos años, donde el mercado inmobiliario es el único gestor de la satisfacción de la necesidad de vivienda, ha tenido como consecuencia directa la implantación de una suerte de ciudad inmobiliaria. La constitución de este modelo como visión hegemónica del hecho urbano ha pasado por presentar los intereses particulares de la clase capitalista como los intereses de toda la sociedad, acompañándolo por un discurso fuertemente ideologizado, que ha construido un imaginario colectivo que asume la vivienda como una mercancía, en su doble condición de bien de uso y depositaria de patrimonio. Este modo de producir ciudad ha obviado la condición equidistributiva originaria del urbanismo y, acompañada por instrumentos jurídicos que han configurado un nuevo marco de actuación, ha desencadenado una grave crisis habitacional y un espacio social cada vez más segregado y estratificado.
Cristina Fernández Ramírez, Eva García Pérez, 2014
Artículo completo en:

Anfractuosidades (III)

Quiringh van Brekelenkam (1648- 1669) La sastrería (1661)

Mientras que para Le Corbusier la arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo el sol, hay otra arquitectura urdida en las penumbras de las anfractuosidades propias de la vida.
Allí los volúmenes ceden lugar a los ámbitos, los puntos de vista se rinden a las marchas, y la luz serpentea en torno de las cosas fatigadas por la presencia y población humana. En las anfractuosidades todo palpita para encontrar algún reposo sólo en los estremecimientos del sueño. Se trata de una arquitectura de epitelios tenues, de texturas que acarician la piel, de fragancias cultivadas morosamente, de amparos tibios, de tiempos demorados.
Toda una nueva estética debe desarrollarse allí donde dirijamos la atención a los pulsos de la existencia de las personas en la arquitectura

Anfractuosidades (II)


Quiringh van Brekelenkam (1648- 1669) Plegaria antes de la comida (1655)

Quienes pensamos e imaginamos en arquitectura también incurrimos en interrogarnos a menudo entre causas y consecuencias.
En virtud de ello podemos sospechar que nuestra consabida creencia que afirma que las personas habitan gracias a la provisión del acondicionamiento arquitectónico del lugar puede resultar equívoca. Puestos a sospechar, podemos seguir la sugerencia de Martin Heidegger y rendirnos ante la evidencia que muestra que la verdadera causa es el habitar humano y su consecuencia es el construir.
Esto tiene consecuencias prácticas y metodológicas. Porque si el habitar es la causa, entonces del habitar y de sus solicitaciones deberemos saber antes de actuar en el espacio y el tiempo del lugar y no contentarnos con el ordenamiento, disposición y distribución de las cosas construidas apostando a que no estorben en el orden de la vida.