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Cesuras, límites


Henri Cartier-Bresson (1908- 2004) Siphnos, Grecia (1961)

El límite es el verdadero protagonista del espacio, como el presente, otro límite, es el verdadero protagonista del tiempo.
Eduardo Chillida, 2004

Es cuando adviene un límite, una frontera, una cesura que cobramos conciencia tanto del espacio como del tiempo. Un lugar efectivamente vivido se contornea precisamente en la región espaciotemporal en que deja de serlo. Es por intercesión de las pausas que damos cuenta figurativa de la existencia cabal de aquello que nos concierne.
Para eso existe la arquitectura del lugar: para contornear articulada y tenuemente la existencia en las diversas figuras espacio temporales que denominamos aquí.

Habitar la marcha


Michael Ancher (1849 – 1927) Paseo por la playa (1896)

Hay todas unas actividades ordenadas según la dimensión de la marcha —moverse, detenerse, avanzar, retroceder, acceder, abandonar…— que deben ser estudiadas en sus connotaciones existenciales.
La marcha implica el modo más primitivo de habitación del espacio y el tiempo. Puestos en movimiento es que conocemos el lugar y nos reconocemos de un modo principal. Las alternancias de los desplazamientos y las pausas en el camino dan lugar a la articulación significativa del espacio con el tiempo. Vistas las cosas en términos de vivencia, avanzamos hacia el lejano punto del horizonte en donde hemos de atisbar un destino. Pero es cuando volvemos sobre nuestros pasos que vivimos la memoria y la historia: podremos rectificar el rumbo, pero avanzar siempre es necesario. Siempre estamos inaugurando un estado existencial cuando traspasamos un umbral; tanto cuando entramos en un recinto, y también cuando lo abandonamos, quizá para siempre.
Habitar la marcha, por estas condiciones especialísimas, se llega a equipar con la propia vida. Y si bien, por nuestra constitución efectiva de existentes, sabemos que la concluiremos algún día, sin embargo, nos complacemos con la simple errancia gozosa y despreocupada, siempre que la salud y el buen tiempo nos acompañen.

Nada como la sombra de aquel árbol


Józef Szermentowski (1833 –1876) Memoria (1865)

Ombra mai fu
di vegetabile,
cara ed amabile,
soave più.
De Georg Friedrich Händel (1685- 1759), Serse (1738)

Los exiliados del Edén no pueden evitar rememorar, cada vez que logran reposar a la vera de un cierto ejemplar, la nostalgia infinita, incurable, irreparable que guardan por la Sombra de Aquel Árbol. Es que siempre es bueno reposar en condiciones propicias, pero éstas no lo serán tanto como Aquellas, las originarias, las que nos siguen allí donde nos conduzcan los pasos.
No hay mañas ni de arquitecto ni de jardinero capaces de recrear ese añorado contento. Apenas de rememorarlo a modo de episodios, de pausas en el camino que no busca quizá otro destino que volver a aquella sombra.

Onironáutica elemental


Jozef Israëls (1824 –1911) Sueño (1860)

¿Dónde estamos cuando soñamos?
Jacobo Siruela, El mundo bajo los párpados,2010

Es por cierto una estupenda pregunta.
En este blog nos hemos preocupado por el sueño por su relación con la actividad social del proyecto, por una parte y por la eclosión de los deseos más profundos del alma, por otra. Pero hasta no encontrar esta interrogación formulada no dimos con el quid de un asunto que involucra un aspecto crucial de la situación del aparato psíquico en su relación con el cuerpo y el lugar.
Es dable pensar que en la vigilia este psiquismo, si bien anclado en el cuerpo está volcado hacia el lugar que habitamos, situándonos en copresencia. Pero cuando dormimos, el aparato psíquico (¡Cuánto nos cuesta decir, a riesgo de anacronismo, “alma”!) se repliega hacia dentro y allí se abandona a la evocación, el desolvido y a la proyección al futuro, suspendiéndose precisamente el presente, que es la condición inherente a la vigilia.
Nuestro autor citado comenta el hecho, de un modo mucho más elegante, por cierto.

Delimitar la metáfora de este espacio se asemeja a la descripción de la banda de Moebius, donde el haz se vuelve envés. Del mismo modo, el espacio onírico es una dimensión interior vuelta al revés; pues todo lo que vemos fuera, todo aquello que constituye el mundo que soñamos se forma y se desarrolla dentro de nuestra mente. De modo que el mundo interno se transmuta en “espacio” externo, y la exterioridad en proyección interior
Jacobo Siruela, 2010

Hay días afortunados en que uno se encuentra, al azar ardorosamente buscado de las circunstancias, con los destellos de luz imprescindibles para guiarle en su camino.

La ciudad propia, la ciudad ajena


Calle Sierpes en Sevilla

¿De qué manera podremos adueñarnos legítimamente de nuestras ciudades si no es con fructíferas errancias?
Existe una radical diferencia entre los tránsitos peatonales exploratorios y distendidos, por una parte, y los que se realizan a bordo de vehículos que nos transportan, por otra. En el este último caso, nos conformamos meramente con circular, con vencer una distancia despojándola de su carácter propio de lugar, para constituir un canal, un ducto, un raudo pasaje pasivamente experimentado. Pero sólo cuando deambulamos es que conferimos a las sendas sus características plenas de lugares habitables.
Por ello es que la ciudad que atravesamos expedita y pasivamente a bordo de nuestros vehículos nos resulta ajena, cuando no hostil o gravosa, mientras que aquellas regiones de esta en que nos damos la posibilidad de la errancia se nos hacen propias y hasta queribles, si las circunstancias nos son propicias.


Arquitecturas: la cuestión de la preeminencia


Mies van der Rohe (1886—1969) Villa Tugendhat (1928)

Existe, de hecho, tanto la arquitectura dura —tal como se la conoce comúnmente— así como una arquitectura laxa que sigue de muy cerca las circunstancias de la vida de los cuerpos humanos.
Existe en principio una contradicción entre ambas, toda vez que la arquitectura dura constriñe, confina y disciplina a la arquitectura laxa de la vida. Se conocen casos, por otra parte, en que esta última inflige ofensas imperdonables al orden sobreimpuesto de la arquitectura dura: los habitantes osan trastornar el olímpico o superhumano orden arquitectónico para dar lugar a las necesarias expansiones o simples delicias de la existencia.
Pero puede pensarse que existiría un modo humanista de concertarlas, a costa de la necesaria preeminencia de la arquitectura de la vida sobre la arquitectura que fragua en los edificios. Porque, hasta ahora, y con honrosísimas excepciones, la arquitectura dura es lo primero y la arquitectura de la vida se las arregla allí como puede.

La habitación de las terrazas


Terraza en Villa Napoleón, Argegno, Lago de Como

Se sospecha que, en todo caso, una terraza es una incitación a la calma y eso la hace deseable en una cierta forma.
No es tan sólo que la habitación de una superficie más o menos despejada sobre un paisaje constituya per se una gloria. Es que para consumar una terraza, el ambiente debe ser respetado y apreciado. Y recíprocamente, el habitante debe respirar hondo y a sus anchas: uno tiene allí lugar en un punto singular del mundo. Supone esto un mutuo concierto entre la arquitectura del lugar y el cuerpo que se dispone a una de esas pausas que constituyen señaladas estancias.
La habitación de las terrazas suele ser, por ello, una oportunidad especial para constituirnos en el mundo. A nadie debería negársele ese derecho a estar ejemplar.

Poéticas arquitectónicas y valor agregado


Eugène Vallin (1856-1922) Comedor Masson (1306)

En nuestros tiempos la poética arquitectónica apenas si implica una administración especialmente mezquina del valor agregado.
Asombra ahora ver el empeño que los artesanos medievales se aplicaban a la resolución de cada pormenor, haciéndose las cosas tal como es debido. Un recorrido por las cubiertas de la Catedral de Milán, por ejemplo, puede resultar aleccionador. Por otra parte, suscita no menos asombro la prodigación de trabajo artesano y diseño integral en las arquitecturas art nouveau. En comparación, nuestra arquitectura corriente contemporánea es barata, chapucera y deprivada del sentido superior del trabajo bien realizado.
En la actualidad, el sentido de lo cumplido en la obra arquitectónica se agota con la magnitud del presupuesto disponible. Y es una tragedia, porque nos rodeamos de cosas y edificios depauperados material y simbólicamente, con lo que se nos vuelve más expeditivamente consumibles y menos simbólicamente consumables. Así de pobre es nuestra vida.

La profundidad perspectiva


Jan van Eyck (1390 – 1441) Virgen del Canciller Rolin (1435)

La vida consta de un discontinuo pero pertinaz desplazamiento dirigido siempre hacia el inalcanzable foco en el horizonte. Por esta causa, la profundidad perspectiva constituye, quizá, la primera de las dimensiones fundamentales del cuerpo-en-el-lugar.
Mientras que el artista flamenco cumple con su contrato al disponer, tal como hubiera sido pactado, las dos figuras principales de la escena, reserva todo el resto de la superficie para dar cuenta extasiada de su propia mirada hacia el horizonte.
Y nos hace partícipes de ello, enviándonos un mensaje cifrado que demora lo suyo en llegarnos a la conciencia.

Sobre los lugares de demora


Ronda, España

Que se dispongan aquí y allá lugares para la estancia pensativa será en un no lejano futuro, reivindicaciones sociales tanto más agudas cuanto más frenético se vuelva el pulso de la vida cotidiana.
El habitar calmo se está volviendo un bien escaso. Por ello, la disposición de estancias de demora, esto es, lugares en que sea posible detenerse a pensar, se volverá una demanda social imperiosa y no sólo un emplazamiento puramente pintoresco o amable. En la medida en que nuestras ciudades se nos vuelven cada vez más hostiles y fugaces, estos lugares singulares en que pueda suceder la reflexión detenida y gozosa en su tranquilidad serán cada vez más apreciados.
¿Sólo entonces terminaremos por entender que los acontecimientos urbanos deben ponerse al servicio de las personas? Ojalá conservemos algo de cordura para reparar esta cuestión a tiempo.

¿Un urbanismo arquitectónico de austeridad?


Conjunto habitacional Euskalerría, Montevideo

En lo que se refiere a las políticas sobre la ciudad, necesitamos un urbanismo de la austeridad, por utilizar una expresión que ya usó Giuseppe Campos Venutti en un conocido libro. Es obscena la pretensión de muchos arquitectos de hacer una arquitectura arrogante, exhibicionista e irresponsable. En un mundo con graves desigualdades, donde se mantienen extensas áreas de pobreza, no podemos despilfarrar. La arquitectura y el urbanismo han de ser austeros. Y debemos exigir esa misma austeridad, frugalidad y contención al conjunto de la sociedad.
Horacio Capel, 2010

Hay que tener sumo cuidado al reivindicar una condición austera para el urbanismo arquitectónico de la actualidad.
Es cierto que, en determinados enclaves del Primer Mundo, el tardocapitalismo alienta formas ostentosas hasta la obscenidad... en algunos sitios especialmente privilegiados. La contracara necesaria de tal ostentación especialmente localizada es el empobrecimiento material y simbólico en los hábitats populares. Este empobrecimiento material y simbólico resulta infamante, estigmatizante y segregador. No se trata meramente de un problema puramente distributivo, sino una política antidecorosa del desarrollo urbano signado por la desigualdad estructural.
Quizá la solución no esté en algún punto intermedio y conciliador entre el dispendio y la pauperización, sino en un radical cambio de ejes conceptuales para el desarrollo urbano. Quizá la solución empiece por poner a la dignidad de las personas por delante de las lógicas impersonales del mercado. Quizá la solución comience con un estado de las almas proclive al concierto social antes que a la desaforada competencia por el suelo urbano, por los recursos ambientales diferenciales y por la economía esquilmante de la actualidad.

El derecho a la ciudad



Poco a poco, el derecho a la ciudad se fue convirtiendo en una aspiración que complementaba y daba una dimensión espacial y territorial a otros derechos, [...].
Los movimientos vecinales de los años 1970 y 80 fueron dando contenido concreto a estas reivindicaciones, y especificándolas con una componente espacial. Se fue entendiendo como: el derecho a una vivienda digna, y en un entorno adecuado; a la educación y a la cultura, con los equipamientos para ello; a la movilidad y, por tanto, al transporte público; al uso de la ciudad por los colectivos vulnerables, como los minusválidos, los niños, las mujeres, los discapacitados o los pobres; a la participación en las políticas urbanísticas y en las decisiones sobre la ciudad; al rechazo de la discriminación social y territorial. Luego iría adquiriendo asimismo una dimensión ambiental, como derecho a un entorno natural. El objetivo final: vivir con dignidad en las ciudades.
Horacio Capel, 2010
El derecho a la ciudad emerge como producto de la conciencia social cuando se expande y ahonda la reivindicación de una vivienda adecuada, digna y decorosa.
El problema es que la ciudad no es una entidad a la que deba corresponder, necesariamente, a la demanda social inherente y exigible por los urbanitas. En efecto, la conciencia social parece despertar en el sentido de vindicación de derechos del habitar, sin especificar una escala arbitrariamente especificada ya no en el alojamiento familiar, sino en la concreta realidad de habitación social disponible en un estadio cultural determinado. Puede que estemos agitando una bandera que corresponda a una suerte de fósil sociocultural. También puede suceder que se reivindique por hechos urbanos concretamente vivibles por urbanitas que deberán reconfigurar la conurbación realmente existente en la actualidad.
El objetivo final reformulado parecería ser habitar con adecuación, dignidad y decoro allí dónde y cómo una comunidad de asentamiento se organice al efecto, en todas las escalas afectadas.


Plumas ajenas: Pedro Azara


Las llaves de casa no se dan a cualquiera. Solo existen unas pocas copias. Representan nuestro hogar. Hasta que no nos entregan las llaves, la casa no es nuestra; y cuando las entregamos, abandonamos para siempre dónde hemos vivido. Las llaves abren y cierran (vidas, espacios). La vida, otrora, en las clases pudientes, estaba en manos del ama de llaves. Es un drama perderlas, pues también se pierde la casa, convertida en un cuerpo exterior, ajeno, inaccesible, todo y que alberga bienes y recuerdos. La pérdida se refiere a una parte nuestra, afecta nuestra vida.
Pedro Azara, 2018

La cuestión de la ciudad (II)


San Pablo

Ha habido necesidad de inventar nuevas palabras para referirse a esta nueva situación, dar nombres inéditos a nuevas realidades urbanas caracterizadas por la dispersión, la fragmentación, la urbanización extensa, difusa, sin límites, informe: ciudad-archipiélago, magma city, edge city, regiones urbanas, megápolis, megalópolis, metápolis. Algunos no han dudado en utilizar ya, como hemos visto, la expresión de la ciudad total, la pantópolis.
Son espacios conectados por redes de transporte a gran velocidad, que dejan entre ellos territorios invisibles por el efecto túnel que provoca el viajar en automóvil a través de autopistas, en tren de alta velocidad o en avión. Una ciudad en la que no sabemos si existe una cultura urbana, como sucedía antes cuando la distinción campo-ciudad era clara, o varias; si es necesaria la inserción territorial para adquirir la urbanidad, si ésta puede alcanzarse por la práctica de muchos lugares, dispersos o fragmentados.
Horacio Capel, 2010

La ciudad vivida de modo efectivo es la que se vuelve dispersa, fragmentada y extensa que rebosa una entrevisión siquiera vaga de un cierto contorno de identidad. Es por ello que se proponen nuevos nombres para una realidad que sólo llegamos a sospechar en su constitución, naturaleza y carácter. Son las experiencias de las personas que inducen a pensar en otras geometrías, otras geografías y, sobre todo, otras historias.
Cabe preguntarse cuándo dejaremos —si llegamos a tanto— de mencionar siquiera el término ciudad, abandonada la entidad, el concepto y el término a la reserva del tiempo ido, a la memoria de aquello que fue o, quizá, cómo esta realidad urbana de hoy mismo es la simiente de un nuevo e inevitable estado de cosas.
Puede que nos duela algo abandonar una representación que ha acompañado a la humanidad en gran parte de su sufrida peripecia.


La cuestión de la ciudad (I)


Montevideo

La perspectiva amplia es especialmente necesaria en la ciudad, donde el mismo concepto alude a aspectos muy diferentes: la urbs, es decir la dimensión arquitectónica y geográfica; la civitas, dimensión sociológica y antropológica; la polis, dimensión política, administrativa y jurídica.
Pero la ciudad es también una idea, un concepto, una percepción y una imagen. Se han de incluir, ante todo, las representaciones cartográficas, cinematográficas, pictóricas, o literarias.  Hemos de tener en cuenta, además, las percepciones, las imágenes de la ciudad, los mapas mentales; en definitiva: la ciudad vivida, la percibida y la soñada. Todo lo cual influye de manera decisiva en las ideas que se tienen sobre ella, positivas o negativas
Horacio Capel, 2010

Como idea, la ciudad aparece en una ilusoria claridad evidente hasta el momento incómodo en que hay que dar cuenta discursiva de ella. Esto quiere decir que la idea de la ciudad es clara e imprecisa a la vez. Puede ser porque uno suele adscribir sin mayores cuestionamientos que uno habita en una que puede nombrar e indicar con el dedo, llamándola, por ejemplo, Montevideo, pero que no puede definir concluyente e inequívocamente por qué Montevideo es un caso de ciudad y no de centro metropolitano, por ejemplo y cuándo y dónde es que empieza el Montevideo “rural” y termina el Montevideo “urbano”
Podría creerse que “ciudad” es un caso de concepto borroso. Pero hay que admitir que en el caso de la ciudad se reconoce una cierta estructuración significativa superior al menos al mero agregado de elementos. Un caso de concepto borroso es el de “montón”, pero el concepto de ciudad, pese a que es difícil de precisarlo, no cargará con un estigma de oscuridad e imprecisión comparable. Es de sospechar que el concepto se encuentra en algún punto interior al triángulo semántico trazado entre urbs/civitas/polis. El asunto es dar con este punto.
Podría, en fin, optarse por definir una ciudad como percepto, esto es, como resultado de una percepción de un tipo particular de paisaje. Todo urbanita podría ser capaz de reconocer no sólo su emplazamiento urbano particular, sino que sería capaz, asimismo, de indicar diferencialmente cuando ocurre un escenario urbano y cuando otro no reviste tal carácter. El problema se desplazaría desde la definición de la ciudad a la definición de urbanita, arriesgándose con cierta circularidad.
Todo parece indicar que habría que apuntar a indagar en la conciencia de los habitantes sobre la efectiva constitución de su ciudad vivida, para dar con el esquivo punto semántico.

La cuestión del hábitat popular


Hay que reconocer que una cosa es el problema de la vivienda y otra el problema de la buena vivienda. Para lo primer basta un alojamiento decente como el que la arquitectura racionalista ha permitido construir. Lo segundo implica no solo estándares adecuados, en dimensiones y equipamientos, sino también condiciones ambientales, accesibilidad al trabajo, vecindario agradable, equipamientos colectivos utilizables. Algo mucho más complejo y delicado que construir polígonos de viviendas para las clases populares, y que pone en cuestión una parte de la práctica inmobiliaria y urbanística.
(Capel, 2003)

La última frase de este acápite es fundamental para comprender lo esencial de la cuestión del hábitat popular.

Algo mucho más complejo y delicado que construir polígonos de viviendas para las clases populares, y que pone en cuestión una parte de la práctica inmobiliaria y urbanística.

Las políticas sociales de vivienda al uso y el urbanismo arquitectónico corriente, apenas si llegan a proponer   —cuando proponen— una yuxtaposición de polígonos de viviendas abaratadas en una urbanización extensiva y difusa.
Ya es hora de reconsiderar la cuestión y pensar en una política que se aplique al desarrollo social de la ciudad de un modo integral, integrado e integrador. Lo de integral atañe a la reconstitución cabal de tejido de la ciudad. Lo de integrado hace mención al desarrollo de la ciudad realmente existente en cada una de sus instancias. Mientras tanto, el carácter integrador es una necesaria respuesta política a la segregación socioespacial presente.
Nada de esto es sencillo, aunque es imperioso que suceda

La lenta y larga marcha


Joseph-Désiré Court (1797 – 1865) Mujer tendida en un lecho (1829)

… una teoría de los lugares, de las situaciones, de las inmersiones se pone en marcha lentamente…
(Sloterdijk, 2004: 24)

Es significativa tanto la sucesión de menciones, así como el orden en que se exponen.
En efecto, la asociación de la tríada lugar/situación/inmersión es singularmente interesante toda vez que Peter Sloterdijk no menciona explícitamente una teoría arquitectónica del habitar, sino que obedece a una erudita indagación filosófica sobre la existencia de las esferas. Es significativo también el orden, de indudable prosapia ilustrada, que enlista primero una onto-epistemología, un examen de las prácticas y un análisis estético especifico y correspondiente. Todo muy afín para obedecer a una simple casualidad.
Lo que nuestro autor nos enuncia, pero no explica, es porqué todo esto se pone en marcha tan lentamente. ¿Será porque los innumerables lectores de Sloterdijk se lo toman con mucha calma y esa prudencia que antaño se denominaba frónesis?

La condición estética de la arquitectura


http://carmeloportal.com

No falta el desencantado profesional de la arquitectura que piense que la belleza es facultativa en arquitectura: de un modo muy básico, la habría según la magnitud del presupuesto disponible. Obtendría belleza aquel que fuera capaz de pagar un cierto sobreprecio para incluirlo en su demanda.
El problema es que la condición estética —no hablemos de belleza— no es facultativa en arquitectura. La relación que entablan las personas con la arquitectura que habitan supone siempre una mediación sensible y juicios específicos de valor. Por ello es que las “soluciones” abaratadas para el alojamiento popular resultan ya no desangeladas, sino lisa y llanamente infamantes. Evidencian la estigmatización real y simbólica que una sociedad de suyo injusta les inflige a los conciudadanos de más modesta condición económica y cultural.
Una arquitectura humanista no puede resignarse a las afrentas cotidianas que la profesión arquitectónica y la industria de la construcción condenan a los sectores depauperados de nuestra sociedad.

Plumas ajenas: Jordi Borja


Las ciudades viven dinámicas autodestructoras. En sus entornos se generan procesos urbanizadores sin ciudad. Se impone un uso depredador del patrimonio natural, social y cultural. La ideología del miedo y la obsesión de la seguridad disuelve la convivencia ciudadana y reduce los espacios públicos. La ciudad de calidad se vuelve excluyente, la especulación prioriza el valor de cambio sobre el del uso, la arquitectura de los objetos substituye al urbanismo integrador.
Jordi Borja, 2015

Acerca de espacio y lugar


Panteón de Agripa

En la actualidad existe un cierto consenso respecto a la diferencia entre los conceptos de espacio y de lugar. El primero tiene una condición genérica, indefinida, y el segundo posee un carácter concreto, existencial, articulado, definido hasta los detalles. El espacio se basa en medidas, posiciones y relaciones. Es cuantitativo; se despliega mediante geometrías tridimensionales, es abstracto, lógico, científico y matemático; es una construcción mental. Aunque el espacio quede siempre delimitado -tal como sucede de manera tan perfecta en el Panteón de Roma o en el Museo Guggenheim de Nueva York- por su misma esencia tiende a ser infinito e ilimitado. En cambio, el lugar viene definido por sustantivos, por las cualidades de las cosas y los elementos, por los valores simbólicos e históricos; es ambiental y está relacionado fenomenológicamente con el cuerpo humano.
(Muntañola, 1993)

Aquí preferimos tratar acerca del lugar concreto antes que hacerlo del espacio abstracto.
Las buenas razones para ello las expone con ejemplar prolijidad el profesor Josep Muntañola: el lugar, como entidad concreta se define por la coexistencia de las cualidades de cosas y eventos, particularmente por la presencia y poblamiento de los cuerpos humanos.
Mientras tanto, el espacio resulta de una abstracción operativa de esta entidad concreta. Lo que existe es el lugar, el espacio es algo que podemos conocer y manipular de este lugar.
Aquí discutimos con peculiar empecinamiento que la Teoría del Habitar debe afrontar el lugar como realidad compleja y concreta. Debe, al efecto, establecerse una nueva construcción epistemológica operativa, que aborde la naturaleza física espaciotemporal en alianza indisoluble con la condición existencia del hombre que tiene efectivo lugar.
Es un desafío mayúsculo, por supuesto, aunque necesario e imperioso.

Los cuatro sentidos en una promenade architecturale más un epílogo


Gerrit Rietveld (1888–1964) Casa Schröder (1924)

Saber ver la arquitectura implica recorrerla, percibirla en movimiento y confrontando los diversos aspectos que va mostrando paso a paso. La alternancia de perspectivas, la mutación de masas y espacios, los pormenores de la luz y, sobre todo, las diferencias apreciables entre estas son capitales para la percepción visual cabal de la arquitectura. Pero no se trata sólo de verla.
También se la oye deambulando atento a la resonancia de los pasos, también se verifican las reverberaciones de la música de la vida en cada rincón, también se diferencian ámbitos según su brillantez o sordera acústicas. Saber oír la arquitectura es una facultad necesaria y concurrente.
El olfato cumple un papel frecuentemente soslayado. En efecto, las alternancias de los tonos osmósicos, de las diferentes aromas y fragancias propias de cada reducto son cruciales para la emoción básica del reconocimiento.
En cuarto lugar, cabe mencionar a la exploración táctil, asociada firmemente con las sensaciones kinestésicas que transforman los esfuerzos en dimensiones concretas, en desniveles, en calidades diferentes de lo alcanzable. En términos de confort, una promenade architecturale es un ir y venir entre zonas diversas que se juzgan con la piel y con la confortación resultante.
Pero es a título de síntesis superior de todas estas sensaciones emerge un epílogo que puede resultar adecuado denominarlo gusto, si con esta expresión reservamos significado por la adhesión emocional profunda que resulta de nuestra fruición en movimiento de la arquitectura

Hacia una historia social del proyecto del habitar


Le Corbusier (1887- 1965) Plan Voisin para París (1925)

No olvides que lo que llamamos hoy realidad fue imaginación ayer…
José Saramago, 2002

La Teoría del Habitar, adecuadamente madurada, tiene en la historia social del proyecto del hábitat un importante capítulo de indagación y esclarecimiento. Porque la ciudad y la arquitectura que efectivamente habitamos es la resultante concreta del proyecto social de hábitat que nuestra comunidad es capaz de urdir.
Pero no debe creerse que lo imaginado ayer es fruto de una mente preclara y visionaria, situada heroicamente por encima de las miserias propias del presente mundo real. Lo imaginado ayer es más bien un monstruo producto de variadas entrevisiones antiheroricas, prosaicas y defensoras, en el fondo, del status quo. No imagina quien quiere sino quien puede imponer sus anticipaciones hacia el cuerpo social, ejerciendo el poder efectivo y simbólico, forjando futuro a partir de los gérmenes de un presente dado.
En realidad, la invocación de José Saramago es proclive a estimular otras formas de imaginación alternativas a las dominantes al efecto. Eso que en lejanos tiempos pasados solía llamarse pensamiento revolucionario.