"Sólo por la filosofía puede experimentar la inteligencia cómo sus pasiones llegan a conceptos". Peter Sloterdijk, 1998
Páginas
Contra la ciudad adjetivada (XVI) Ciudad de las artes
Plumas ajenas: Lewis Mumford
Contenidos resaltados: Antropología del habitar (V)
El habitar es un conjunto de prácticas
y representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden
espacio-temporal, al mismo tiempo reconociéndolo y estableciéndolo. Se trata de
reconocer un orden, situarse adentro de él, y establecer un orden propio. Es el
proceso mediante el cual el sujeto se sitúa en el centro de unas coordenadas
espacio-temporales, mediante su percepción y su relación con el entorno que lo
rodea. Habitar alude por tanto a las actividades propiamente humanas (prácticas
y representaciones) que hacen posible la presencia —más o menos estable,
efímera o móvil— de un sujeto en un determinado lugar y de allí su relación con
otros sujetos
Giglia, 2012: 13
Cuando uno cuenta con la fortuna de dar
con una buena definición obtiene grandes cosas. Lo primero es delimitar un
territorio semántico propio, allí donde uno dejará al pensamiento habitar a sus
anchas. También supone construir un ámbito con sus rituales de admisión y
membresía: quien adopta una definición de forma decidida dilata una esfera de
nuevas perplejidades. Pero, con mucho, contar con una buena definición como la
que nos ocupa es disponer de un recurso heurístico, una oportunidad para la
reflexión, una disponibilidad de miradas largas sobre ciertos horizontes recién
inaugurados.
Porque si habitar es un conjunto,
entonces cabe especular con su acaso intuido carácter estructurado, así como la
complejidad de su naturaleza. Tal conjunto, cabe sospechar, distaría de
constituir un agregado heteróclito de prácticas y representaciones. Podría
incluso en pensarse en una arquitectura particular, esto es, una estructura de
fines, una forma que se deja observar en algún estatuto cognoscitivo de figura.
Como es natural, la definición nos
compromete, desde ya a dar con prolijas descripciones y hermenéuticas de
prácticas y representaciones sociales que, en unos modos que habrá que explicar
a su tiempo, permiten al sujeto hacer presencia y población en un orden espaciotemporal.
Habrá mucho que indagar acerca de la constitución efectiva de los lugares, como
resultado de unas idas y vueltas entre el sujeto y su entorno físico y social.
Una buena definición es algo semejante
a lo que era la belleza para Stendhal: una promesa de felicidad. Una buena
definición es una nueva ventana por donde entra, por fin, aire fresco. Una
buena definición es un patrimonio de capital cultural, al que sólo se le honra
con el compromiso por aumentarlo con trabajo.
Ref: Giglia, Ángela (2012) El habitar y la cultura.
Barcelona, Anthropos, 2012
Viejas cuestiones (XXXI): El lugar originario
Reescrituras (XXIX): Arquitectura corriente para los comunes
Colpoprácticas (III) Acomodación de la actitud del cuerpo
Contra la ciudad adjetivada (XV) Ciudad universitaria
Plumas ajenas: Kenneth Frampton
Contenidos resaltados: Antropología del habitar (IV)
Reflexionando en torno a la
insuficiencia de la idea de habitar como sinónimo de estar amparado,
especialmente a partir de estudiar cómo habitan los pobladores que se asientan
en los márgenes de la urbanización y producen su casa y entorno a partir de
condiciones sumamente difíciles y precarias, he encontrado en diversos autores
una definición de habitar que tiene que ver con el hecho antropológico de
hacerse presente en un lugar, de saberse allí y no en otro lado. Es ésta una definición
de habitar que se basa en la noción de presencia
en un lugar.
Giglia, 2012: 10
La presencia constituye la clave del
habitar. Allí donde hagamos presencia, allí tendremos lugar, siquiera de modo
momentáneo, fugaz, episódico. Hacer presencia es la condición necesaria del
habitar, porque señala, como hecho efectivamente vivido en primera persona, un
aquí concreto, un ahora de la conciencia que sirve de hito tanto para el tiempo
como para el espacio. Hacer presencia es significar ese aquí, en el sentido de hincar
una referencia en el mundo.
Pero para habitar en toda la extensión
del término, es necesario sí, hacer presencia, pero además es imperioso hacer población,
esto es, colmatar el lugar con la presencia, habituar esta figura, domesticar
el lugar mediante una intensificación productiva y simbólica de la operación de
tener lugar. Allí, en el lugar en que hacemos tanto presencia como población,
imperamos en nuestro territorio, ocupamos con plena legitimidad nuestro ámbito,
conseguimos existir en nuestro propio campo espaciotemporal.
Ref: Giglia, Ángela (2012) El habitar y la cultura.
Barcelona, Anthropos, 2012
Viejas cuestiones (XXX): Obra y contexto
Reescrituras (XXVIII): Honduras
Al que acaso leyera estas líneas
Pieter Jacobsz
Codde (1599 – 1678) Estudiante en su estudio (Melancolía), 1630
Todos
los días, desde el 4 de julio de 2014, lanzo botellas al mar que ahora se llama
Internet. Allí me contento apenas con escribir cada cosa que pienso y que busco
compartir con toda aquella o aquel que le parezca de algún interés. Blogger me
permite comprobar que este sitio tiene, por cierto, visitantes. Visitantes
circunspectos, porque pocas veces dejan alguna opinión, un reparo, un indicio
de relativo interés. Los visitantes de este sitio atruenan con su silencio. Una
vez pregunté si en verdad había alguien del otro lado y una muchacha me ha contestado,
con ejemplar concisión: Hay… ¿Pudieran acaso los visitantes dejar al
menos nota de su paso, marcas críticas, pensares alternativos? Ayudadme a
pensar, visitantes taciturnos. Porque no son pocas las tardes de melancolía, de
este lado de la pantalla.
Caminos de vuelta
Colpoprácticas (II) Asentarse
Contra la ciudad adjetivada (XIV) Ciudad dormitorio
La consecución del fin por la forma
Contenidos resaltados: Antropología del habitar (III)
Se considera comúnmente que el lugar
por antonomasia del habitar es la casa, en cuanto espacio asociado con nuestra
identidad como sujetos individuales y culturales. La idea de casa está
relacionada con la noción de abrigo, de techo, de protección, pero también con
la idea de centro y de punto de referencia, ordenador del mundo del sujeto.
Giglia, 2012: 9
Si el lugar por antonomasia es la casa
es, precisamente, porque la noción de casa es, antes que un abrigo, un lugar.
Es que podemos carecer de abrigo, pero siempre estamos al amparo de un lugar,
por precaria que sea nuestra situación. Estar fuera de lugar es errar
desubicado, desamparado de una condición tan elemental de nuestra existencia
que corre siempre por debajo de la situación de confort, por los fundamentos
mismos de la vida. En cambio, podemos sentirnos como en casa en todo
lugar que se nos abra hospitalario, por más que no sea otra cosa que una
humilde habitación de hotel o aún de un hospital. Pero también puede ser tan
hospitalario un banco en un parque, o aún, un cierto peldaño en una cierta
escalera. Es el cuerpo el que decide tener lugar.
Pero es más cierto aún que la casa,
como lugar por excelencia que es, constituye un centro, un foco, un origen de
coordenadas topográficas. Un punto cero del habitar. Pero aun los que habitan
en una circunstancia desposeída de techo, para los caminantes rurales y los
vagabundos urbanos, el lugar del punto cero lo llevan siempre consigo. Porque
quizá una de las más extremas formas de la miseria sea que no contemos por
punto cero del habitar más que con nuestro propio frágil cuerpo, allí donde nos
encuentre el capricho del tiempo. La casa es la envoltura cultural consolidada
de ese aquí que portamos en nuestra endeble constitución existencial.
Ref: Giglia, Ángela (2012) El habitar y la cultura.
Barcelona, Anthropos, 2012
Viejas cuestiones (XXIX): El concepto de vivienda de interés social
Reescrituras (XXVII): El lugar del poeta
Colpoprácticas (I) La marcha prospectiva
Contra la ciudad adjetivada (XIII) Ciudad de la palabra
Plumas ajenas: Italo Calvino
Contenidos resaltados: Antropología del habitar (II)
La relación con el espacio a nuestro
alrededor es un proceso continuo de interpretación, modificación,
transformación, simbolización del entorno que nos rodea, con lo cual lo
humanizamos, transformándolo en un lugar moldeado por la intervención de la
cultura. Habitar tiene que ver con la manera como la cultura se manifiesta en
el espacio, haciéndose presente mediante la intervención humana.
Giglia, 2012: 9
Habitar es la operación humana de hacer
del tiempo y el espacio un lugar. A estos efectos se debe contar, en principio,
con una interpretación sensible: tiempo y espacio se constituyen como las
estructuras efectivamente comprendidas con las que construir la historia y la geografía
de unos lugares que resultan perturbados por la proyección de una estructura
estructurante, esto es, una modificación, una versión operativa y operada
de lo vivido. Porque a la apercepción y a la proyección le siguen de cerca una ineludible
trasformación constructiva y una producción simbólica del lugar.
Así, el habitar resulta el cultivo del
lugar por obra de la presencia y población. Tal cultivo tiene tanto al tiempo
como el espacio como dimensiones operativas y una resultante de humana
producción. Por ello, el habitar es, a la vez, un obrar, un producir y un
cuidar.
Ref: Giglia, Ángela (2012) El habitar y la cultura.
Barcelona, Anthropos, 2012
Viejas cuestiones (XXVIII): Los sueños del habitar
Reescrituras (XXVI): La vida, una arquitectura profunda
Valor de las ventanas
Contra la ciudad adjetivada (XII) Ciudad del conocimiento
Por una estética de las inmersiones
Contenidos resaltados: Antropología del habitar (I)
…Al considerar al habitar como sinónimo de relación con el mundo, le atribuimos un significado antropológico primordial, en cuanto fenómeno cultural, que es al mismo tiempo elemental y universal.
Giglia, 2012: 9
El habitar no es una forma de conducta
cualquiera: es el ethos de hacer presencia y población en el mundo que
constituimos. Por ello, el habitar tiene una naturaleza relacional; está
construida por nuestra condición de seres situados, de seres que tienen lugar
siempre en unas circunstancias precisas, necesarias e inescindibles de nuestra
contextura humana. La caracterización del habitar como fenómeno cultural es
peculiarmente importante por implicar que no se trata aquí de una conducta
humana innata o “silvestre”, sino que supone un aprendizaje, unos modos de
transmisión intergeneracional no genéticos y un estatuto de producciones de
sentido.
Hay que prestar peculiar atención a
esta primordialidad antropológica fundada en el carácter elemental, básico,
fundamental. Lo primero, por sencillo, por ineludible, por constitucional, es
habitar. Y si esto es cierto, no lo es menos que es universal, porque a todos y
en todo momento nos es impuesta la condición de habitantes, aun cuando no nos
desempeñemos de los mismos modos. Mediante dos líneas de reflexión
antropológica podemos confirmar, ahora, que estamos más o menos donde debíamos
estar, en cuanto a reflexionar estas cuestiones.
Ref: Giglia, Ángela (2012) El habitar y la cultura.
Barcelona, Anthropos, 2012