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Lo que queda del día (IV)


Peter Merts (1950)

Las arquitecturas abandonadas, si bien guardan la escritura de la vida que ha sido, no constituyen, sin embargo, un epitafio.
La vida no ha muerto allí, sino que ha desaparecido sin destino conocido. No obstante, el lugar testimonia las heridas de su condición de antaño. Se trata de una ruina arquitectónica más que constructiva. Porque el interruptor puede operar, quizá, la apertura o clausura de los circuitos correspondientes, pero ha desaparecido la razón para que alguien juzgue del caso realizarlo.
En las arquitecturas abandonadas es donde podemos apreciar, de modo particular, sobre lo que hay que agregar de sentido a una construcción para que llegue a ser, en forma cabal, una arquitectura. La arquitectura es algo distinto que una máquina para habitar, no está de más repetirlo.

Lo que queda del día (III)


Peter Merts (1950)

¿Qué les sucede a las grandiosas escaleras cuando nadie transita por ellas?
Porque una escalera es una persona que transita por ella. En su ausencia, la escalera es una cosa magnífica que conecta lo Bajo con lo Alto. Pero ¿qué ocurre cuando carece de interés y sentido ascender o descender? Los peldaños guardan memoria de los pasos, pero su sucesión ya ni eleva ni abate. Es una pura escultura en el espacio que se empeña en permanecer impávida en el tiempo que se va depositando con callada lentitud.
La escalera, con la pura vida gastada por sus transeúntes apenas es un relicto de lo que fue, ruina enhiesta que tardará en caer. Pero nada más que esto.

Lo que queda del día (II)


Peter Merts (1950)

Hace ya mucho tiempo que se apagaron los ecos de la conversación.
Y, no obstante, ahí están las sillas, echando un vacío coloquio entre ellas. Las manchas de luz siguen oficiando de fondo a una escena que ya no tiene lugar allí y en ese entonces. Las energías y las cosas persisten en su ser mientras que ha huido su sentido más profundo, no sin dejar improntas y roces. Todo podría acaso recomenzar, pero no lo hace. La vida se reduce aquí a lo ya vivido, con lo que el polvo y ese olor invencible que tanto tememos termina por prevalecer.
Subsiste, sin embargo, el hálito misterioso de lo que ha sido, al que no es indiferente la situación del atrezo y las virtudes del escenario. El lugar ha quedado cifrado por el relato.

Lo que queda del día (I)


Peter Merts (1950)

Las fotografías de lugares abandonados tienen una misteriosa virtud.
Transmiten una tristeza constitucional: la que aqueja a la vida que ya ha sido y que deja una vacancia para algo que ya no puede tener lugar. Los lugares huérfanos están tan vaciados como alejados del afecto. Cuando los contemplamos constatamos que debiéramos darles la espalda para mejor cumplir con su vocación. No es que debamos olvidarlos o soslayarlos con desprecio u horror, sino que estos lugares desmantelados por la vida se sitúan atrás en el tiempo. Los lugares abandonados por la vida ya no son, sino que han sido. Y, sin embargo, persisten en su condición de lugares, porque no han vuelto al estatuto de puros sitios. Los habitan los fantasmas de lo que ha dejado de tener lugar allí.
Es por ello que no es preciso tanto el arreglo o la limpieza lo que necesitan, sino un renovado soplo de existencia que sea algo más que la mirada inclemente de un acuciante ladrón de imágenes.