La estructura profunda de la casa (I)


Bert Teunissen (1959)

Tiempo ha1, en este blog se preguntaba por una apenas entrevista estructura profunda de la casa.
En aquella oportunidad, se aclaraba que no se trataba de la estructura física de la cosa construida, sino de la constitución relacional de la intimidad protegida, esto es, el entramado de vínculos comprendidos por las personas entre sí y con la casa que pueblan, constituyendo una entidad microsocial que aún solemos denominar familia, por lo general.
Ahora parece oportuno dar cuenta de cada una de las dimensiones humanas de la casa, medidas por las actividades que en ella desempeñan sus habitantes

1 Publicado el 13 de agosto de 2019

Lo que quedará de nosotros


Peter Tonningsen (1960)

En esta ocasión, la técnica del fotógrafo ha conseguido borra toda traza de vida humana para que apenas si subsista la acumulación de cosas construidas.
Esto es una naturaleza muerta.

El instante decisivo


Christian Coigny (1946)

No hay nada en este mundo que no tenga un momento decisivo
Cardenal de Retz, citado por Henri Cartier-Bresson

La luz dibuja, incansable. Hasta que el fotógrafo descubre el instante decisivo.
Es entonces que las cosas revelan sus secretas afinidades, sus cualidades más circunspectas, sus silenciosos conciertos. La magia de la fotografía consiste en un hurto furtivo de instantes. Tal contravención no penable por la ley se vuelve virtuosa cuando nos permite reparar en aquello que el flujo del tiempo trata como evento efímero y que la conciencia apenas registra en su crónica desatención.
Es por obra del escamoteo de momentos decisivos que podemos aprender a volver al manar de la vida con unas contundentes advertencias sobre la contextura sosegada de las cosas.

Conatos (II)


Christian Coigny (1946)

Sólo cuando el atrezo está compuesto es que la vida puede tener lugar.
El atrezo se compone según la adecuación funcional tanto de los elementos en sí como en sus relaciones mutuas, también según las reglas de la etiqueta que dan la nota de dignidad a cada situación y según, en fin, a las previsiones del decoro. De esta manera, las cosas útiles de la vida ofrecen al habitante unas estructuras mediadoras entre los lugares físicos y las coreografías cotidianas. Pero aún es sólo un conato de vida.
La vida sucederá sólo cuando el habitante tenga lugar en su mesa, afirmado en su silla, sirviéndose de su mesa cubierta por el decoroso mantel y asistido por su servilleta. La vida sucederá cuando los objetos consigan significar, en los hechos, lo que portan como signos. La vida sucederá en ocasión en donde los cuerpos de las personas afirmen y nieguen, a la vez y con su presencia inquietante, el orden necesario de las cosas.

Conatos (I)


Christian Coigny (1946)

Vivimos inmersos en una cambiante arquitectura de cosas.
Cada actividad vital supone la previa disposición del atrezo con que desempeñaremos la recurrente costumbre de habitar. Pero antes que tal atrezo consiga su forma debido a la etiqueta y el protocolo de cada circunstancia, es preciso acondicionar el lugar. Es en este preciso instante en que la vida es un conato: cuando los elementos del atrezo se desplazan de su composición regular para hacer lugar a la limpieza.
Cada elemento aguarda, en un vocabulario, el momento de decir su palabra a la vida: así sea silla, mesa, mantel. Los cuerpos vivos usan estos elementos para escribir su propia historia cuando dan lugar a una oración tal como He aquí el comedor servido. Así, día tras día. Reescribiendo el lugar, cabe el espacio y el tiempo.

Las cosas


Christian Coigny (1946)

Toda vez que una cierta reunión de cosas obtiene el logro de ser registrada por una obra artística, se vuelve merecedora de la dudosa caracterización de naturaleza muerta.
Esto, desde el punto de vista poético, puede considerarse deshonroso: las cosas, en su mutua implicación con las personas que pueblan los lugares son, en verdad, naturalezas vivientes. Es por esta condición que pueden conmovernos cuando yacen desamparadas en la imagen. Un cartón parcialmente desenrollado en el piso conserva la impronta del gesto de quien allí lo situara en su momento. Un escobillón recostado contra una pared apenas si descansa de las fatigas de la labor que ha limpiado el suelo de la escena. Los taburetes aguardan con ansia indisimulada que en ellos se posen las modelos.
Mucha naturaleza, por cierto, pero todo menos muerta, sino repleta de vida taciturna.

Once años


Albrecht Dürer Cabeza de un apóstol (1508)

Como desde aquel entonces, solitario, cabizbajo y meditabundo.

El texto fotográfico


Christian Coigny (1946)

La música callada,
la soledad sonora
San Juan de la Cruz

Entre los años 1959 y1967, el compositor catalán Frederic Mompou compuso su Música callada.
En esta fotografía hay una virtud que opera haciendo irresistible la asociación de ideas. Algo ya ha sucedido y lo que resta es silencio. El umbral de la puerta es la instancia clave, mientras que los objetos, impávidos, son hitos en la retirada irreversible del acontecimiento. La luz se detiene, escrupulosa, sobre los pormenores de las formas, para que quede todo verazmente consignado y cada cosa pueble el lugar que le corresponde.
Hay en la escena una sonora soledad, ahora que todo ha acontecido. La imagen fotográfica es el texto de un concluyente punto final.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (XIV)


Christy Lee Rogers

Una poética arquitectónica humanista no debe olvidar nunca que los lugares habitados son, ante todo, regiones respirables.
Estas regiones respirables son a las que volvemos una y otra vez atraídos por las fragancias entrañables de la vida. Es preciso promover, amparar y cultivar con método y sensibilidad tales aromas. Para que nos complazca recaer en nuestros lugares y circunstancias.
La dimensión osmotópica de la vida es una magnitud discreta, elegante y a la vez, primitiva que informa de las virtudes vivideras de un lugar.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (XIII)


Dave Anderson (1970)

No alcanzan, ciertamente, las dimensiones de mero buen sentido. También es preciso considerar las magnitudes de la magia.
La luz merece ser objeto, por cierto, de una cuidadosa administración, pero también es indiscutible su valor como exhorto fascinante. Por obra de la radiación luminosa, por los juegos de las penumbras y por labor de las sombras, la arquitectura seduce en la dimensión que le es más propia. Una arquitectura humanista no debe resignar la dimensión superior de la magia. Las personas la merecen


Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (XII)


Alec Soth (1969)

Hay arquitecturas geométricamente rigurosas, así como inclementes en una verificable frialdad, física cuanto simbólica.
Una poética arquitectónica humanista se desvela por una consecución de productos que se juzgan ante todo y en principio con la piel. Por ello relega todo aspecto que haga soslayar esta consideración. Abrigar y guardar los cuerpos al reparo de los extremos térmicos es el punto de partida y la medida final fundamental de las virtudes arquitectónicas.
Porque el juicio de la piel apenas estremecida es determinante para una arquitectura puesta al servicio de las personas.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (XI)


Mike Brodie (1985)

Vivimos en una honda caja de resonancia de la música de la existencia.
El lugar oye tanto como nuestro ser y se prodiga en ritmos, armonías y melodías tanto como lo hace nuestro cuerpo palpitante de vida. Por ello es imperioso temperar tanto los instrumentos cuanto con los ámbitos en donde suceden los sonidos. Por ello es preciso completar mediante la arquitectura el escenario de todas las inspiraciones y todas las efusiones. Por ello es obligada la consideración del lugar como ámbito sonoro que registra los pulsos de la respiración social.
La arquitectura humanista es, literalmente, aquella que promueve, procura y dobla los cantos a la vida.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (X)


Jake Borden

Así como en el horizonte miramos hacia adelante, hacia lo que vendrá, recíprocamente dejamos a la espalda la vida ya vivida. Y perseveramos recordándola.
Una arquitectura humanista debe prodigarse en los lugares de memoria, en las zonas de reserva y en los tesoros de la evocación. Las cosas de vivir, atesoradas en el espacio tanto como en el tiempo, conservan, en su reunión, en sus mutuas relaciones y en su composición significativa, la constitución de una arquitectura efectivamente vivida que es preciso amparar del olvido y el abandono.
Persistimos en nuestro ser mientras conservamos la facultad de conferir sentido al orden de nuestras cosas.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (IX)


Jindrich Štreit (1946)

En un sentido existencial, las personas habitamos un horizonte. Y en este horizonte hay, adelante, un punto singular, que es el lugar de lo que vendrá.
La arquitectura humanista se compromete con el amparo de tal horizonte. Es preciso que siempre tengamos el mundo organizado según la línea que separa las cosas de la tierra de las del cielo. Es preciso modular cercanías y lejanías, advenimientos y fatigas, sembrados y cosechas. El lugar de las personas siempre comprende uno y otro lado, porque habitamos su región fronteriza.
La poética arquitectónica es una poética de oteros, terrazas y amplios balcones vueltos a lo que vendrá.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (VIII)


Mike Brodie (1985)

Vivimos tiempos en que la baratura comercial de las cosas abomina de la gloria del trabajo implementado en ellas.
El trabajo y su valor están en cuestión: el primero entendido como penuria y el segundo con su mísera asunción como costo. Las cosas se quieren fáciles, baratas y desechables.
Pero una poética arquitectónica humanista reacciona vivamente contra esta ideología dominante. Los lugares del hombre se consiguen sólo con esfuerzo peculiarmente valioso de las personas, que aportan la imprescindible cuota de valor a las cosas del vivir. En virtud de ello, el trabajo debe ser adecuadamente valorado, dignamente considerado y decorosamente tratado en la conciencia social.
No nos merecemos lugares baratos. Nos merecemos lugares valiosos.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (VII)


Albarrán Cabrera (1969)

Los seres humanos necesitamos ser encantados.
Hay en el habitar una importante dimensión afectiva que es preciso desplegar en todos y cada uno de los lugares que las personas ocupen. Los lugares deben enamorar a las personas toda vez que estas los hacen propios. Cada lugar poblado debe desenvolver su capacidad de seducción sobre el ánimo de los habitantes que allí celebran identidad, pertenencia y memoria.
Porque sólo lo que llegamos a amar es pasible de atención, cuidado y cultivo.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (VI)


Tasneem Alsultan

El habitar humano se construye siempre bajo un complejo agregado de reglas que definen un juego.
Por lo general, las reglas de los juegos sociales suelen suponer restricciones a las acciones individuales en favor de ciertos órdenes sociales de convivencia, más o menos pacífica y relativamente consensuados. También sucede que no todos los actores sociales detentan cuotas equitativas de poder, con lo que, el ejercicio de formular y hacer cumplir las reglas, proviene de una imposición socia asimétrica.
Pero una arquitectura humanista debe desarrollarse en el sentido de construir reglas que amparen tanto como promuevan la solidaridad intersubjetiva y la liberación generalizada. Sin dejar de ser, por ello, reglas.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (V)


Stephanie Sinclair

Los interiores habitados deben contar con la hondura conforme a la propia de los sujetos que los pueblan.
Es que las personas se abisman hacia su subjetividad y el lugar que habitan debe registrar, amparar y cultivar esa interioridad constitutiva. Porque las personas no son sucintas en su ser, es necesario que los lugares que ocupen se desarrollen en profundidad, a efectos de dar a cada sujeto su lugar apropiado. Y quien reivindica las honduras subjetivas particulares, asimismo lo hace con los abismos psicosociales propios de los grupos.
Si comprendemos esto, comprendemos que la arquitectura puede servir a la constitución liminar de las personas en lo que le es más propio: el lanzarse, a la vez, hacia adentro y hacia afuera.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (IV)


Jake Borden

El humanismo arquitectónico implica una superación histórica de la noción equívoca del Existenzminimum.
Allí donde el Existenzminimum se ensaña en confinar los cuerpos y las cosas, el humanismo arquitectónico se prodiga en holguras para que las cosas de la vida consigan estar a la mano, sí, pero cómodamente dispuestas para los rituales de su implementación. Porque hay una arquitectura de gestos del cuerpo en su relación con los atrezos que hay que comprender, respetar y amparar.
La arquitectura humanista supera la idea mezquina del empaquetamiento de los usuarios. Porque no se trata de meras cosas animadas necesitadas de un estuche ajustado, sino de seres humanos desenvolviendo las danzas de la vida. Y, en tales danzas, deben encontrar en cada gesto, las cosas de vivir a la mano. Todas las cosas.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (III)


Alec Soth (1969)

La amplitud conforme es quizá la dimensión primera del confort.
Es exigencia mínima y fundamental que el cuerpo desarrolle sus coreografías de modo tan adecuado como digno y decoroso. Por ello, la amplitud es la medida en que el cuerpo vivo en acción mide efectivamente el lugar habitado. Estas complejas operaciones deben acompasarse y conciliarse en los modos en que los sujetos se alían y compiten entre sí por las extensiones del lugar. La medida de la amplitud se manifiesta en los tonos diversos de las concéntricas esferas pericorporales mediante las cuales los habitantes danzan sus vidas. De esta manera, el acomodo conforme de las amplitudes supone un proceso meticuloso en donde el cuerpo se abre paso en espacio y tiempo, teniendo efectivo lugar.
Una arquitectura verdaderamente humanista debe considerar que debe un celoso servicio a la danza de los cuerpos habitantes, como patrón arquitectónico de composición y dimensionado fundamental, mediante la expresión de la amplitud conforme en todos y cada uno de los lugares habitados.