Fragancias (I)


Juan Manuel Figueroa Aznar (1878-1951)


Habitamos atmósferas y las ansiamos límpidas y familiares.
La dimensión osmotópica es una dimensión básica del habitar que corresponde a un juicio inmediato a través del acto de la inspiración. Habitamos fragancias que nos son ya gratas, ya hostiles y la respiración del lugar es un gesto constituyente esencial. Es preciso recorrer los lugares mientras sus perfumes nos atraviesan el cuerpo.
La fragancia del lugar, entonces, es un primer testimonio efectivamente vivido

Las reglas del juego (II)


Patrick Lichfield (1939-2005)

Parece haber una lucha sorda pero palpable entre las dimensiones nomotópicas (las que refieren a reglas, normas y leyes del lugar) y las erotópicas (las que lo hacen con las pasiones amorosas de los habitantes).
Puede sospecharse que la sal y pimienta de la vida radican la mutua imbricación de un orden con su subversión juguetona. Quizá uno cobre un especial sentido sólo en su paradojal concordancia con el otro.
Es por ello que tales dimensiones no deben ser abordadas por separado, sino en su conflictiva interacción.

Las reglas del juego (I)


Henri Cartier-Bresson (1908- 2004)

Los territorios son vastos tableros de juego, sobre los cuales impera un orden de reglas; mientras que los habitantes hacen, como pueden, sus juegos, sus tácticas y sus estrategias.
Toda vez que la arquitectura del lugar prolifera en articulaciones y anisotropías, los límites y umbrales son administrados por los jugadores de la vida según una disímil y jerarquizada distribución de roles y status. Conocer estas reglas del juego supone disciplinarse allí en donde impera la civilización y el poder legitimado. La adecuación funcional de los lugares y ámbitos es apenas un sustento mínimo de racionalidad instrumental, mientras que la dignidad y el decoro son lo que son, precisamente en cada gesto al trasponer cada uno de los sucesivos umbrales con especial circunspección y etiqueta.
La arquitectura del lugar es una arquitectura de estas reglas de juego.

Eróticas del lugar (II)


Evelyn Hofer (1922-2009))

Llamamos erototopo al campo o dominio de deseos insular-humano, porque el deseo erótico ofrece el paradigma de cómo la competición afectiva en los grupos estimula y controla, a la vez, la vida del deseo de quienes viven juntos. El dominio erótico se pone en tensión, en tanto que los grupos, por contante autoirritación subaguda, producen una especie de atención suspicaz-concupiscente a las diferencias entre sus miembros. De ahí surge un fluido de celos, que se mantiene en circulación y flujo por miradas inquisitivas, comentarios humorísticos, maledicencias desacreditadoras y juegos competitivos rituales.
Sloterdijk, 2004

Mientras que el ardor reduce las dimensiones del lugar propio a su mínimo apasionado, todo el resto del mundo se aleja a una circunstancial ajenidad.
Los amantes sólo tienen sus cuerpos para sí y dan las espaldas a todo lo demás. Esto pone a los afectuosos en un estado de indefensión relativa que hace que busquen rincones propicios al retiro discreto. Todo principia por tomar distancia de intrusos y  buscar abrigo con lo que nos queda de Naturaleza.
Después es asunto de laberintos y alcobas, jadeos y susurros y tanta vida por vivir.

Eróticas del lugar (I)


Virna Haffer (1899-1974)

El lugar puede contraerse dichosamente a una sutilísima membrana que, no obstante, separa a Uno de Otro sin que puedan nunca confundirse.
La dimensión erotópica del lugar es aquella que sabe de afectos que aproximan tanto como de los que separan a los sujetos. Es aquella que modula las esferas interpersonales que tanto interesaron a Edward Hall en su proxémica. Es aquella que recorremos siempre con una peculiar intensidad de sentimientos y estremecimientos de todo el cuerpo.
Es de lamentar que una erótica del lugar sólo se practique, en la actualidad, con más pasión que conocimiento de sí. Porque si esto último llegara a suceder, la arquitectura dominaría una magnitud de suyo la más seductora.

Trabajos (II)


Hector Garcia (1923-2012)

En toda comunidad de esfuerzos, a poco que se avance en una mínima y precaria complejidad, parece surgir, como una condena sistémica, la división social del trabajo.
El reparto de tareas es todo menos equitativo; es la piedra de toque de cualquier jerarquía. Así, sobre cualquier elemento de diferenciación (género, origen, condición, materia) se distribuye penosamente las tareas de Unos y Otros. Hay que preguntarse si la presunta evolución tecnológica contribuirá a una más equilibrada distribución de fatigas y desvelos.

Trabajos (I)


Juan Di Sandro (1898-1988)

Habitar supone trabajar, el trabajo cansa, ergo, habitar extenúa.
Sloterdijk ha destacado la dimensión ergotópica del habitar, aquella que implica la configuración formal y material del hábitat, su diseño, su construcción y reconstrucción constantes, sus implementaciones.

El espacio en el que se reparte cooperativamente el peso de las tareas lo llamamos el ergotopo: sus habitantes, los ergotopianos, están unidos en comunidades de esfuerzo. La descripción de su actividad ofrece la imagen de los adultos, érga kai hémera, la crónica de las obras y días de gentes que no lo tienen fácil.
Sloterdijk, 2004

Así, toda estructura habitada constituye una comunidad de esfuerzos, una complicidad de fatigas, una reunión de laborantes.

Acumulaciones, memorias, olvidos (II)


Stefano De Luigi (1964- )

Nuestros trastos hablan por nosotros. Por eso las composiciones que los incluyen en exclusividad no por casualidad se denominan naturalezas muertas.
Los objetos injuriados por las sevicias del uso muestran, en silencio elocuente, nuestra vida ya vivida. Es lo que quedará de nosotros; podemos verlo ahora. Hasta aquí han llegado nuestros gestos, nuestros rituales, nuestras ceremonias.
Hay en la acumulación de objetos una suerte de perversión por la conservación ilusoria de la vida y la memoria, precisamente con el acopio de los signos elocuentes de lo que ha sido.

Acumulaciones, memorias, olvidos (I)


Bert Teunissen (1959- )

Así como hacemos frente, en el horizonte, hacia lo que vendrá, recíprocamente damos la espalda al punto opuesto, aquel tras el cual se abre la sima tanathotópica.
Este es el abismo hacia donde arrojamos la vida ya vivida. Allí acumulamos trastos, memorias y olvidos. Mientras tanto, nos persigue la certeza de que algún día acabará alcanzándonos.
La dimensión tanathotópica es, con mucho, la dimensión más ominosa del habitar y también la más persistente en las inercias de la habituación. Su principal manifestación es la acumulación tanto de objetos como sus asociaciones significativas.
Nuestros trastos hablan y hablarán por nosotros aun cuando ya no podamos hacerlo de viva voz.


Lo que vendrá (II)


Luis Benito Ramos (1899-1955)

Ese especial punto frontero en el horizonte no es meramente un lugar hacia el cual dirigir una mirada; también es factible arrojarse hacia él.
Así es que proyectándonos elaboramos proyectos de vida. Con la mirada acechante y la voluntad empecinada, lo que vendrá nos llegará más pronto que tarde. No se trata sólo de soñar ensimismados, se trata de avanzar hacia lo que no es aún, pero podrá llegar a ser, si nos aplicamos con espíritu templado y talante pertinaz.
El foco frontero del horizonte es un allá donde todo está por suceder. Allá vamos.

Lo que vendrá (I)


Luis Benito Ramos (1899-1955)

Desde que nos erguimos sobre nuestros pies y con ello habitamos el horizonte, nos asedia una expectativa sobre aquello que vendrá más allá de esta línea que separa la tierra del cielo.
Esa atención sobre lo que vendrá se nos vuelve constitucional y así vamos por el mundo: escrutando los signos del horizonte, prospectando la sima alethotópica, esto es, la fuente del desocultamiento (aletheia, en griego) que tanto ocupó en su hora a Heidegger.
Y vivimos mirándonos a nosotros mismos en ese punto del horizonte, porque cada uno es, precisamente, lo que vendrá.


Adentramientos (II)


Bob Willoughby (1927-2009)

Es preciso reparar en las operaciones, rituales y ceremonias del adentramiento a los efectos de entender cabalmente la vivencia de una de las más entrañables dimensiones del habitar. El adentramiento constituye un complejo de colpoprácticas, esto es, prospecciones en la profundidad de los interiores.
La mera irrupción, esto es, el atravesamiento del umbral es apenas un primera pero importante operación. Tal irrupción puede, en ocasiones, suponer un moroso pasaje a través de una más o menos elaborada sucesión de umbrales. Ahora bien, el acceso al borde interior supone una instancia reflexiva en donde el sujeto se estremece con un cambio de status. Es preciso que el adentramiento siga una prudente secuencia, siempre con una etiqueta diferencial, a través de la cual el intruso va modelando su inicial operación.
Una segunda serie de rituales están comprendidos en los diversos gestos de habituación, fruto tanto de la iniciativa del transeúnte como de la aquiescencia del locatario, así como de la virtud propia del lugar. Aquí al envaramiento circunspecto le sucede una confortación del cuerpo y el espíritu toda vez que ha conseguido uno ser bienvenido.
Por último, se despliegan en toda su hondura existencial las ceremonias de apropiación, esto es, la celebración de una suerte de acuerdo o pacto entre la situación y el habitante. Recién entonces, puede decirse con propiedad que éste ha tenido efectivo lugar allí.

Adentramientos (I)


Otto Stupakoff (1935-2009)

Los interiores habitados poseen su propia profundidad, que aquí, siguiendo a Sloterdijk, denominamos histerotópica.
Es una magnitud en extremo fascinante, una vez que uno repara en que un adentramiento significa una acción bastante compleja desde los puntos de vista existencial y simbólico. Esta dimensión supone un inicial atravesamiento de umbral, al que le sigue un prolongado discurrir hasta detenerse precisamente en el emplazamiento que el interior reserva para cada habitante, según muy precisos rasgos de adecuación, dignidad y decoro. Hasta dónde llegaremos a inmiscuirnos en un interior concreto es una medida arquitectónica absolutamente crítica que deberemos conocer.
Y esto porque, sencillamente, las personas deben ser bienvenidas al lugar que pueden y deben hacer suyo en cada circunstancia.

Las cosas a la mano (III)


Ian Berry (1934- )

Producir significa profetizar cosas con las manos. Cuando los homínidos comienzan a pulir piedras con piedras o a sujetar piedras a mangos, sus ojos se convierten en testigos de un acontecimiento, del que no hay ejemplo alguno en la vieja naturaleza: experimentan cómo algo se convierte en un ser-ahí que nunca hubo ahí, que no había, que no estaba dado: el utensilio conseguido, el arma destructora, el adorno brillante, el signo comprensible. Como criaturas de producciones con éxito, los utensilios proporcionan a sus creadores el asomo de una gran diferenciación: estos recién llegados al espacio homínido son los mensajeros que anuncian que detrás del estrecho horizonte del entorno hay un espacio de expectativa, por el que afluye hasta nosotros algo nuevo, portador de suerte o de desgracia; algo que algún día se llamará mundo. Por su causa, los quirotopianos comienzan a vislumbrar que son isleños, rodeados por lo inquietante, visitados por lo nuevo, provocados por signos.
Sloterdijk, 2004

Las manos se cierran sobre sí mismas y producen signos de lucha.
Profetizan una voluntad, firman un pacto, ansían una paz en el futuro, de la que hoy sólo es posible atisbar algún débil esplendor en el horizonte. Las manos se tienen a sí mismas para conseguir todo aquello que haga falta.
Por interposición suya, el mundo es transformable.

Las cosas a la mano (II)


Ian Berry (1934- )

Como lanzadores, los seres humanos consiguen su competencia ontológica más importante hasta hoy: la capacidad de actio in distans. Por el lanzamiento podrán tomar distancia de los animales.
A causa de la distancia surge la perspectiva que alberga nuestros proyectos. Toda la improbabilidad del control humano de la realidad se concentra en el gesto de lanzar. Por eso, el quirotopo constituye el campo de acción auténtico y originario, en el que los actores observan habitualmente los resultados de sus lanzamientos.
Sloterdijk, 2004
Como lanzadores, los seres humanos consiguen de un modo peculiarmente agresivo una relación con el lugar que afecta al espacio tanto como al tiempo.
Como bien señala Sloterdijk, la operación de lanzamiento es una toma de distancia y a la vez, una tensión comprendida entre un momento vivido en primera persona y un estadio futuro. Así, proyectil y proyecto son ideas vecinas. Mientras que la contundencia del primero marca una distancia táctica de defensa y ataque, el proyecto es aquello que sucede promovido por la voluntad anticipadora del lanzador, quien aguarda con ansia el resultado eficaz de su operación.
Con los proyectiles y los proyectos, el mundo produce trágicamente su dimensión quirotópica.

Las cosas a la mano (I)

Ian Berry (1934- )

El asimiento con las manos animales es sólo un escalón previo de la configuración del mundo. Sólo cuando una mano coge las cosas, las encuentra manualmente o las arregla manipulándolas, comienza la transformación de lo que está y queda en derredor en algo utilizable.
Peter Sloterdijk, 2004

Una vez que nos erguimos y liberamos los brazos ¿qué hacemos con las manos? Eso, ¿qué hacemos?
Así es que las manos se ofrecen, plenas de posibilidades, para asir y considerar todas y cada una de las entidades que se ponen a su alcance y, al hacerlo, se vuelven cosas. Tal como un tosco y humilde rey Midas, cada sujeto toca, empuña, aferra entidades antes sumergidas en las honduras de la Naturaleza y las transforma en cosas. Simples o complejas cosas.
De este modo, por imposición de manos ávidas y curiosas, prolifera en todo nuestro alrededor un mundo de cosas. Y un afán encarnizado por la cosificación. 

Amplitudes (II)


François Gragnon (1929- )

Una vez que nos erguimos sobre nuestros pies, conseguimos habitar plenamente el horizonte.
Así, convenientemente situados entre la tierra y el cielo, con los brazos bien abiertos es que comprendemos la amplitud. Tal dimensión es la propia de la escala de nuestros asuntos, con la que medimos nuestro efectivo poder e imperio sobre el lugar que poblamos.
Abrazamos aquello que denominamos con plena propiedad, mundo.

Amplitudes (I)


Ara Güler (1928- )

Una vez que los brazos se liberan del compromiso locomotor, el primer gesto resultante es abrirlos en toda tu libérrima envergadura.
Desde ese entonces, la alegría, la euforia y el triunfo se celebran abriendo los brazos. Y una vez abiertos, alojarán dentro suyo aquello que constituye el acto amoroso fundamental, el abrazo del amigo, del pariente, del amante.
Los felices brazos abiertos inauguran la expansión del ánimo y la celebración de la tercera dimensión espacial: la amplitud.

La bipedestación y la dimensión vertical (II)


Jerome Liebling (1924-2011)

La opción por la bipedestación obliga al cuerpo a un esfuerzo constante en pos de un equilibrio que en principio es algo precario.
Este trabajo de oscilación contante de la recta que une el centro de gravedad del cuerpo con una reducida porción de suelo opera fijando, en términos tanto operativos como simbólicos, el arraigo de un aquí. La localización, precisamente porque es tambaleante y provisoria, se refuerza semióticamente en una indicación fundamental.
Nos erguimos de un modo constitucional y esta operación nos otorga, para siempre e irremediablemente, la condición de tener lugar.

La bipedestación y la dimensión vertical (I)


Susan S. Bank (1938)

La evolución hacia la bipedestación dota de un peculiar significado a la dimensión vertical.
Bien podría pensarse que esta dimensión trascendente del lugar es una estructura conquistada y esta característica se evoca en una atávica moralización proyectada desde el cuerpo hacia el entorno. Lo eminente, lo distante y lo elevado se oponen así a lo bajo, alcanzable y postrado. Es el cuerpo que ha conquistado su actitud el que se vuelve una vara de medir estaturas y estatutos. La postura erguida se asocia a la actividad vital, mientras queda para el sueño, la enfermedad y la muerte la antagónica postración.
Bien podría pensarse que el impulso irrefrenable a desafiar tectónicamente la gravedad con artefactos cada vez más erguidos sobre el horizonte no se deba a una soberbia propia de la evolución de la especie.
Esa arrogancia que no por nada puede designarse también como altivez

Profundidad perspectiva (II)


Kurt Hutton (1893-1960)

Los pasos en el camino tienen en las sendas rectilíneas una correspondencia, tal como ya se ha visto primitiva, simple y noble.
En tales casos, el término del lugar y la proyección subjetiva del horizonte tienden a confundirse. Tiene lugar una perspectiva franca, completa y equilibrada. Habitamos nuestro camino con plenitud y contundencia.
Pero cuando, tanto por obra de la atmósfera como por efecto de la traza, la senda oculta su término, sucede una estructura ya no tan simple, que adquiere valores de encanto precisamente por la tenue inquietud que suscita.
En el paisaje de la vida, no todos los términos de una senda han de ser presentados de una manera simple y contundente. Es preciso guardar lugar para cierta intriga que condimenta nuestra habitación.

Profundidad perspectiva (I)


Lawrence Schiller (1936- )

La línea recta que nos conduce a aquello que pretendemos alcanzar es, con mucho, la estructura más primitiva, simple y noble que pueden adoptar las distintas dimensiones humanas del lugar.
No se trata únicamente de miradas, sino fundamentalmente de un hábito primitivo por la marcha, en donde se asocian indisolublemente el espacio con el tiempo. Son los pasos en las sendas los que dan forma efectiva al lugar que poblamos cuando nos reducimos a la simple consigna de llegar allí. Toda la ansiedad del espíritu se condensa en el impulso dirigido a su meta, con lo que una cierta línea estructural conecta de modo directo un aquí con un allí.
Desde entonces, toda nuestra vida puede ser entendida como un sino, como una senda —que quisiéramos a veces recta y expeditiva— entre nuestra situación y el deseo.