La
actividad arquitectónica implica la superposición de dos modalidades de
discurso: el de las formas, que constituye una escritura con cosas y lugares,
por una parte y por otro, por las teorías, consignadas en escritura
convencional, que la justifican o promueven.
Esta
característica supone una compleja operación retórica. La teoría convence,
mientras que la forma seduce. De tal modo, el comitente obtiene la arquitectura
que merece, en un contexto común con su arquitecto, toda vez que se armonizan
conveniente y durablemente ambos modos retóricos.
La
retórica de la seducción por la forma arquitectónica opera rindiendo al sujeto
a la presunta evidencia que las cosas y los lugares no han hecho más que
situarse mutuamente de un modo adecuado, digno y decoroso. Hay una cuota de
satisfacción y otra de sorpresa agradable mutuamente imbricadas.
Por su
parte, en el discurso teórico se suele apelar a los recursos de la razón, al
argumento fundado, sin olvidar la consigna movilizadora. También es necesario
construir un marco general de inteligibilidad, de congruencias axiológicas y de
anticipaciones ideales. Por lo general, los destinatarios de la literatura
teórica son los arquitectos profesionales, mientras que los destinatarios de la
seducción de las formas son consumidores relativamente sofisticados, que marcan
tendencias de distinción y buen gusto dominantes.
No debe
descuidarse de ningún modo el aspecto retórico intrínseco de la producción
arquitectónica. Porque, en este oficio, nada llega a funcionar efectivamente en
la vida social sin su cuota de convencimiento y seducción.