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Dimensiones de la buena vida (XIX)


Brian Aris (1946)

Resta preguntarse, luego de este examen de dimensiones humanas de la buena vida, qué subsiste de nuestras hipótesis iniciales al respecto.
Parece imperioso e ineludible abordar la tarea de descubrir y liberar la buena vida del manto equívoco que la falsea. La buena vida la llevamos vivida, aunque ignorada en sus aspectos esenciales y sojuzgada por el imperio de una ideología dominante que prodiga en simulaciones.
No es posible ni oportuno confundir la buena vida —asunto social, por el que las personas pueden luchar en forma concertada—con la felicidad, contenido particular anímico que informa a las circunstancias estrictamente privadas de cada sujeto. Pero en lo que toque a la vida social, es imperativo la promoción de los marcos de situación adecuados para la consecución contingente de la buena vida de todos y cada uno de los sujetos.
Por último, pero no menos importante, es claro ver ahora que la buena vida constituye un proceso y no un estado fijo e invariable de condiciones. Porque la propia condición humana es un proceso hacia su propia consumación, si nos lo permitimos y luchamos por ello.
El examen inicial de las dimensiones humanas de la buena vida apenas si se asoma al descubrimiento de aquellos aspectos que buscamos. Es sólo un camino de los tantos que es preciso transitar.

Dimensiones de la buena vida (XVIII)


McNair Evans (1979)

La coronación superior de las dimensiones de la buena vida, tal como hemos llegado a explorar aquí, culmina con la luz.
En efecto, sus magias rematan por todo lo alto la estructura fundamental de la buena vida, porque es una alegría esencial, tal como lo esclareciera en su momento Le Corbusier. Porque todo el contento de una escena puede ser, ni más ni menos, una mancha de luz en las profundidades de un interior habitado. Y es esencial, para dar forma visual a la contextura del mundo que se deja dibujar de modo inmejorable gracias a las alternancias de las luces, las penumbras y las sombras. Todo el escenario de la buena vida puede entonces contemplarse con la más eminente percepción. Es gracias a la luz que la buena vida relumbra en su evidencia, una vez que la hemos comprendido en sus otras dimensiones

Dimensiones de la buena vida (XVII)


Eva Rubinstein (1933)

Existe una dimensión de la buena vida que es, a la vez, primitiva y sofisticada. Se trata del aroma de los elementos del mundo vivido. ¿Cómo infunde el aire que se deja respirar con regocijo? ¿A que huele el agua que nos refresca? ¿Cuál es el olor de la tierra que hollamos? ¿Y el aroma del fuego que ilumina y calienta?
El olfato es un sentido primitivo y tajante en su rechazo al mefitismo, a la vez que resulta un sutil instrumento para la identificación y el recuerdo. Los aromas son las señales más francas y a la vez las más misteriosas acerca de la contextura de lugares, circunstancias y personas.
Así, la buena vida se deja respirar y juzgar inequívocamente.

Dimensiones de la buena vida (XVI)


René Groebli (1927)

Vivir es someter a la piel a un constante manar de calor.
Según la tasa de emisión, el cuerpo se contrae o relaja con una cuota relativa de confort. La física de este asunto puede ser sumaria, pero la vivencia es entrañable. La buena vida se desarrolla en unas alternancias no muy distantes unas de las otras. De todos modos, no es quizá deseable perdurar en un estado constante, sino respetar ciertos ritmos, tanto diarios como estacionales. La buena vida, en su dimensión térmica, no es mero asunto de aire acondicionado, ni de reclusión en celdas de estados invariables.
Es asunto de una frescura vivaz del ambiente, en donde los cuerpos tributen su propia calidez en una magnitud conforme.

Dimensiones de la buena vida (XV)


René Groebli (1927)

Nuestra vida consiste, en una de sus dimensiones sensibles más importantes, en un acechante prestar oídos hacia todo lo que acontece.
Y lo que acaece es tanto las sublimes músicas de la vida y del arte, así como los rumores de la naturaleza y, sobre todo, los estrépitos de la vida social. La función poética de distinguir las voces de los ecos— tal como proponía en su entonces don Antonio Machado— es una clave de la buena vida. Porque la acuidad precisa, el sentido de la melodía, la armonía y del ritmo, el criterio sólido son los signos del ser humano bien consumado.
Una buena vida presta oídos a la música de la existencia y de ella repara en los más hondos estremecimientos de su canto.

Dimensiones de la buena vida (XIV)


Lewis Hine (1874-1940)

La ideología dominante distancia la buena vida del trabajo.
De este modo, la buena vida es vista como una aliviada holganza en todo ignorante de las miserias y aflicciones presuntamente propias del trabajo. Sin embargo, el trabajo es aquello que nos realiza como seres sociales con lo que tenemos una paradoja invisibilizada a los ojos del sentido común. Es imperioso reconsiderar la cuestión a costa de una doble operación, que comprende tanto la revalorización del trabajo como de una tan buena como laboriosa vida. No se necesita ser muy avispado para llegar a sospechar que es el trabajo alienado el que resulta un antagonista activo de la buena vida, con lo que se puede pensar que el problema radica no ya en su carácter de labor, sino en su condición alienada. Se sigue de ello que lo que corresponde es, ni más ni menos, reapropiarse uno su trabajo.
Se dice fácil. Lo arduo es la consecución de las condiciones sociales para que los trabajadores nos reapropiemos de nuestro trabajo y vivamos entonces una buena y esforzada vida.

Dimensiones de la buena vida (XIII)


Laszlo Moholy Nagy (1895-1946)

La convivencia social hace de la vida corriente un juego con sus campos, sus reglas y sus sanciones.
El homo ludens, por su parte, se las arregla siempre para jugar en la frontera borrosa comprendida entre el territorio de las reglas y una plena condición libérrima. Ser liminar, el sujeto vibra en su condición compleja de ingobernable sujetado. Siempre palpitante y siempre desafiante, el sujeto se aplica denodadamente a cumplir con desobediencia, a someterse indómito, a reverenciar el orden que vive subvirtiendo.
La buena vida se zarandea juguetonamente en las fronteras de las reglas.

Dimensiones de la buena vida (XII)


Karin Rosenthal (1945)


          Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Pablo Neruda

La buena vida tiene mucho que atender a las formas turgentes de la existencia, y a las regiones especialmente sensibles del mundo.
Este mundo en donde retozan los cuerpos se complace en entregarse a los juegos ardientes de la seducción y el deseo. Vivir apasionadamente es necesario. La buena vida tiene la silueta del sujeto querido, a la vez muy lejos y muy cerca. La buena vida tiene la trémula redondez del afecto. La buena vida tiene el fresco perfume del mundo recién nacido.
Al mundo lo deseamos vacante, entregado y abierto para poblarlo, inmiscuidos allí del mejor modo.

Dimensiones de la buena vida (XI)


Kristian Leven

La isla humana es un lugar visitado y afectado por vida ya muerta. Donde sus habitantes se juntan, se hacen perceptibles signos sutiles y obstinados de los ausentes.
Peter Sloterdikj

Una buena vida tiene una dimensión comprendida por lo ya acontecido.
Se trata de todo aquello que el transcurrir echa atrás, hacia las honduras de la memoria y del olvido, que es la dimensión que vamos agotando en su consumación, hasta el inevitable final. La verdadera consumación de la vida es la población constante de las memorias de aquellos que nos sobreviven. Así, cargaremos las espaldas de quienes nos suceden en cumplir la ardua tarea de ser humanos. Así como hacemos nosotros con nuestros antecesores y con nosotros mismos. Nutridos y colmados de vida ya vivida.

Dimensiones de la buena vida (X)


Kristian Leven

Aparte de una cierta profundidad interior, la buena vida también tiene importantes dimensiones extra corporales.
Toda vez que se habita un horizonte, en esa región se establece un punto propio, hacia el que se conduce tanto la marcha como la existencia. Desde el confín del punto propio en el horizonte acecha lo que vendrá. Hacia la aletheia, esto es, hacia aquello que adviene más allá del horizonte dirigimos una especial atención expectante y nos constituimos como acechantes sujetos volcados al futuro. Una buena vida es aquella que se apropia por las buenas de aquello por hacer.
Tener un porvenir es asunto de existentes, mientras que hacer propio lo que vendrá es de sujetos consumados en su condición más entrañable.

Dimensiones de la buena vida (IX)


Kristian Leven

La buena vida se abisma hacia su interior.
Este abismo es el que está efectivamente poblado por la persona, construido morosamente y configurado plenamente a su sentido del gusto. Es de esperar que tal abismo contenga cosas valiosas, por cierto, pero también es imperioso que haya amplitudes interiores tales que permitan la reverberación de estas cosas, poblando el interior de voces y, sobre todo, de ecos. Por esto es que una buena vida debe tener una adecuada, digna y decorosa profundidad interior, poblada de vivencias, pletórica de memorias, hirviente de imaginaciones y deseos. Y además debe disponer de una holgura vacante para que cada constituyente vital se conmueva a sus anchas allí.

Dimensiones de la buena vida (VIII)

Sebastián Salgado

La ideología burguesa muestra a una buena vida tal como si fuera una proliferación abundante de cosas y servicios a la mano emergiendo mágicamente y conseguida a través de un consumo ostentoso, fruto consecuente de una considerable acumulación de dinero.
Como ideología que es, resulta de un cernido falaz de rasgos. Las cosas no llegan mágicamente a quedar a la mano y no resultan todas y en cualquier circunstancia operaciones simples y empobrecedoras de consumo. El sentido de la buena vida es mucho más hondo que el mero consumo. En realidad, las cosas concurren hacia el lugar en donde poblamos por obra de un denodado esfuerzo humano tanto en términos de trabajo como de asignación de sentido. Las cosas llegan a nuestras manos con esfuerzo y con historias. Y una buena vida es aquella que confiere sustancia y conciencia a dichos esfuerzos e historias.

Dimensiones de la buena vida (VII)


Emmanuel Smague (1968)

Por su parte, la amplitud es una importante dimensión propia del confort relativo en la buena vida.
El cuerpo se complace en extender sus brazos hacia los costados, hasta comprender toda la felicidad que cabe en su seno. Por ello es que expresamos nuestro contento mediante el gesto de abrazar y por ello es que son las angustias nos cierran el ademán. El lugar que nos hagamos en el mundo, si en verdad es bueno para allí vivir, debe dejarnos ensanchar el alcance. Más aún, sólo aquel lugar en donde podamos abrir el gesto es un lugar que en lo esencial resulta en la posibilidad fundamental de una buena vida.
El mundo y la vida dignos de ser vividos tienen comienzo donde y cuando nos desperezamos a gusto y sin tasa.

Dimensiones de la buena vida (VI)


Sebastián Salgado

Por encima de la altura a la que podemos alcanzar con las manos está la dimensión moral del lugar que poblamos.
La magnitud de la altura es aquella que contiene y distribuye los juicios: en lo bajo, lo sencillo, práctico y cotidiano, mientras que a las alturas está proyectado lo problemático, lo especulativo y lo que adviene. La altura por encima de nuestros cuerpos erguidos constituye la escala relativa de nuestro lugar. El constreñimiento en altura es la medida en que nuestra vida resulta mezquina, mientras que el exceso se torna no hospitalario. En la altura comenzamos a vislumbrar de qué se trata el complejo problema de la magnitud conforme.
En cada situación hay, efectivamente, una altura conforme a la adecuación, la dignidad y el decoro, pero sólo podemos intuirla aún de modo no suficientemente preciso. Quizá porque la altura conforme no es asunto de cintas métricas y algoritmos simples, sino de un sentido humano singularmente sutil.

Dimensiones de la buena vida (V)


Sebastián Salgado

A efectos de desvelar ciertos aspectos ocultos de la buena vida, quizá sea oportuno preguntarse por sus dimensiones humanas.
La cuestión acerca de las efectivas magnitudes humanas de la buena vida, entonces, puede comenzar a andar examinando su primer aspecto, esto es, el desplegado a lo largo de la profundidad perspectiva. Toda vida humana implica un sentido de marcha dirigido a un punto propio en el horizonte. Puede pensarse en que es preciso transcurrir bien este espacio y tiempo, esto es, consumar la experiencia plena y honda de esta larga y esforzada marcha. Todo hace sospechar que este andar alternará el caminar cansino y resignado con la vista baja tanto como con la errancia absorta en las imaginaciones del cielo, pero, sobre todo, con la visión cabal y el empecinamiento consecuente en pos del punto propio del horizonte. De este modo, es preciso contar, siempre y en todo caso, con un punto apropiado en el horizonte hacia el que dirigirse con clara evidencia, segura determinación y firme gallardía.

Dimensiones de la buena vida (IV)


Mario Giacomelli (1925-2000)

No puede pensarse que la vida buena es un estado fijado a priori e invariable de condiciones objetivas y subjetivas, sino que conforma en todo caso un horizonte hacia donde se proyecta la propia condición humana del modo más directo y auténtico.
Como proyección, no se conforma con ser una pura efusión de deseos o de buena voluntad, sino que implica un compromiso político con el aseguramiento de las condiciones que consigan aproximarse en forma progresiva hacia este horizonte. Tampoco es una utopía en sí misma, sino un impulso hacia el necesario proceso de cambio que conduce los esfuerzos sociales. Como movimiento social y político, en definitiva, es una estrategia ética para su consecución, la que sólo se conseguirá, antes y después, en el desplazamiento autodirigido.
Navegar hacia la buena vida es necesario, a los efectos de que la vida efectivamente vivida sea, sólo de este modo, una buena vida.

Dimensiones de la buena vida (III)


Paolo Gasparini (1934)

No debe confundirse la buena vida con la realización individual, sino que es preciso considerarla como un marco de relaciones intersubjetivo que ampare la condición humana como fuente de derechos.
La buena vida es asunto social y comunitario. Se trata de un escenario humano que ampara su promoción y desarrollo. Por ello, la actitud de lucha por el cambio social es imperativa e insoslayable. La buena vida no radica en el acceso calificado de bienes satisfactores de demandas ni en la resignación a la vida constreñida a la austeridad, sino que responde a la construcción consciente y deliberada de condiciones de adecuación, dignidad y decoro tal como se las pueda asegurar para todas las personas por igual, en un marco histórico de despliegue de condiciones de producción de la vida social.

Dimensiones de la buena vida (II)


Andre de Dienes (1913-1985)

La buena vida está literalmente por descubrir, esto es, se necesita imperiosamente despojarla de los velos que encubren su condición.
Sólo tenemos una vida para ensayar, de donde se infiere que la buena vida es una condición sojuzgada por el imperio de un estado de cosas que impide la expansión libérrima de sus mejores efusiones. Esto supone un doble compromiso. Uno de sus aspectos es cognoscitivo e implica el esclarecimiento de aquellos rasgos ocultos a la conciencia. El otro atañe a la liberación de la buena vida de los efectos del poder que opera oprimiéndola.
Mientras que lo que domina hoy es un afán de conocer para munirse de mayor poder efectivo del sujeto cognoscente sobre su objeto, hay que apostar, aquí, a un conocer que emancipa y libera la buena vida especialmente digna de ser vivida.

Dimensiones de la buena vida (I)


Angela Bacon-Kidwell (1970)


Pero los hombres no han formado una comunidad sólo para vivir, sino para vivir bien.
Aristóteles

Pueden exponerse al menos tres hipótesis acerca de la buena vida:
La primera enuncia: La buena vida, más que una mera y abstracta expresión de anhelos de estados futuros de cosas, es un contenido material de la vida tal cual la transcurrimos, aunque permanece oculta ante nuestra conciencia y sojuzgada. Cabe esclarecer sus características y cabe liberar su condición, en consecuencia.
La segunda por su parte, afirma: La buena vida no se verifica en un estado subjetivo individual o particular, sino que son ciertas condiciones sociales las que las amparan en su promoción y desarrollo. En consecuencia, la lucha por la transformación social en un sentido ético y político deliberado en pos de la buena vida es un imperativo necesario, ya que nuestro actual orden social no asegura tales condiciones sociales de un modo que alcance a la totalidad de los sujetos que integran nuestra comunidad.
La última, por fin, formula: La buena vida no es un estado fijo e invariable de condiciones objetivas y subjetivas, sino un marco en continuo movimiento hacia su perfeccionamiento y alcance universal.

Acerca de la vida cotidiana


Lesser Ury (1861 –1931) En el lago nuevo en Tiergarten (1920)

La vida cotidiana merece algo más que su mero padecimiento.
Su efectiva constitución merece ser atentamente examinada, una vez que se consiga su plena visibilización, oponiéndose activamente a su rarificación habitual. La vida cotidiana debe ser justipreciada en tanto constituye el tejido sustentante de la experiencia vital en sus momentos más distraídos de sí. Merece, por tanto y en primer lugar, una efectiva atención epistemológica.
Por otra parte, merece también un cultivo moroso. Es que tanto como se desarrolla un ethos trascendente que informa a las instancias cruciales de la existencia, asimismo se extiende una conducta ética corriente, constante, una ética ordinaria que afecta la contextura de nuestro comportamiento usual.
Y por último —y quizá sea esto lo más importante— merece la vida cotidiana una positiva consumación en el arte de vivir. En efecto, nos es necesario emerger de la insignificancia y de la aridez de lo corriente, porque lo que se nos escurre con ello es nada menos que el efectivo tiempo vivido.