Dimensiones de la buena vida (II)


Andre de Dienes (1913-1985)

La buena vida está literalmente por descubrir, esto es, se necesita imperiosamente despojarla de los velos que encubren su condición.
Sólo tenemos una vida para ensayar, de donde se infiere que la buena vida es una condición sojuzgada por el imperio de un estado de cosas que impide la expansión libérrima de sus mejores efusiones. Esto supone un doble compromiso. Uno de sus aspectos es cognoscitivo e implica el esclarecimiento de aquellos rasgos ocultos a la conciencia. El otro atañe a la liberación de la buena vida de los efectos del poder que opera oprimiéndola.
Mientras que lo que domina hoy es un afán de conocer para munirse de mayor poder efectivo del sujeto cognoscente sobre su objeto, hay que apostar, aquí, a un conocer que emancipa y libera la buena vida especialmente digna de ser vivida.

Dimensiones de la buena vida (I)


Angela Bacon-Kidwell (1970)


Pero los hombres no han formado una comunidad sólo para vivir, sino para vivir bien.
Aristóteles

Pueden exponerse al menos tres hipótesis acerca de la buena vida:
La primera enuncia: La buena vida, más que una mera y abstracta expresión de anhelos de estados futuros de cosas, es un contenido material de la vida tal cual la transcurrimos, aunque permanece oculta ante nuestra conciencia y sojuzgada. Cabe esclarecer sus características y cabe liberar su condición, en consecuencia.
La segunda por su parte, afirma: La buena vida no se verifica en un estado subjetivo individual o particular, sino que son ciertas condiciones sociales las que las amparan en su promoción y desarrollo. En consecuencia, la lucha por la transformación social en un sentido ético y político deliberado en pos de la buena vida es un imperativo necesario, ya que nuestro actual orden social no asegura tales condiciones sociales de un modo que alcance a la totalidad de los sujetos que integran nuestra comunidad.
La última, por fin, formula: La buena vida no es un estado fijo e invariable de condiciones objetivas y subjetivas, sino un marco en continuo movimiento hacia su perfeccionamiento y alcance universal.

Consumaciones (XX)


Sebastián Salgado

La consumación del lugar no tiene que ver siempre y en cada situación con una estilización afectada de la vida.
Con lo que siempre tiene que ver es con el arreglo estratégico y táctico de la vida con las mejores condiciones para su perduración y desarrollo. Vivimos en un mundo que no siempre despliega sus mejores escenarios al respecto. Pero aún en la más terrible de las situaciones siempre habrá unas formas de construir un mundo que ampare la mirada asombrada de un niño que tendrá lo suyo por venir. Por el porvenir al que tienen derecho todos los niños que miran con asombro es que una arquitectura humanista deberá ser posible. Aunque no resulte tan glamorosa como eficaz para albergar, precisamente, ese asombro.

Consumaciones (XIX)


Alana Holmberg

En todas las circunstancias, es preciso siempre consumar aquel lugar en donde nos toca poblar. Y al hacerlo, cultivar la propia vida —como si de una pequeña planta peculiarmente importante se tratase—, tanto en las grandes Ocasiones, así como en las más humildes instancias de la vida cotidiana. Cultivar la vida quiere decir, en este contexto, dejar que la situación, el entramado de circunstancias, el tejido de los actos vitales se desarrolle con todo su contenido y forma propias. Porque el logro de una vida no se agota en las escasas instancias señaladas, sino en el correr moroso de su transcurrir continuo. Porque debemos vivir aprendiendo a serlo paso a paso, día tras días y en todos y cada uno de los lugares allí donde impregnemos nuestra presencia. Porque no podemos devaluar nuestra existencia cotidiana en la insignificancia y el olvido de sí.
Con aquello que nos toca, es con lo que tenemos que arreglarnos. Por esto es que tenemos un legítimo derecho a habitar lugares adecuados, dignos y decorosos. Por la condición humana que nos inviste a todos por igual y por la sabiduría de vivir que hayamos efectivamente construido.

Consumaciones (XVIII)


Hélène Binet

Alternamos nuestra vida cotidiana entre la habitación de modo gregario, y otra habitación en un modo apartado. En esta última modalidad, poblamos la reserva de soledad a la que nos impulsa la condición contemporánea.
No pocos ámbitos arquitectónicos actuales tienen la paradójica constitución de lugares públicos en los que los sujetos se distancian entre sí y se recluyen en una soledad que adquiere ciertos rasgos ominosos. Los demás deben allí ser alejados todo lo posible, porque siempre son extraños, perturbadores cuando no francamente amenazantes. Parece haber una oscura relación entre las miserias de los espacios domésticos, que constriñen la vida privada en celdas oprimentes y la disposición de vastos espacios que no merecen la caracterización antropológica de lugares, allí en donde se escabullen los sujetos en busca de alguna madriguera más acogedora.
Por obra de los contabilizadores inclementes del aire, en vez de una trama articulada y continua de lugares, disponemos cada vez de una yuxtaposición de puros espacios abstraídos, en donde apenas si nos habitamos a nosotros mismos en la fragilidad de una soledad que no sabemos si es una adquisición propia o una condena extraña.


Consumaciones (XVII)


Beatrice Helg

Aún en lo más hondo del lugar de la habitación interior de cada sujeto, se abre la profundidad de la memoria.
Por cierto, se trata de una habitación con dos conductas aparentemente opuestas, aunque en el fondo, complementarias. Una se aplica a conservar, a acopiar, a acumular, mientras que la otra se dedica a dejar de lado, quizá a desechar o quizá a encomendar sus cosas a un sitio aún más recóndito. El lugar de la memoria es aquel que conservamos en nuestro interior y al que nos replegamos tanto en el sueño como en ocasiones de desvelos. El lugar de la memoria es aquel que nos sigue de muy cerca y el que nos puebla apenas nos distraemos un tanto de la alucinada vigilia cotidiana.
Según nos va alcanzando la vida con la edad avanzada, la habitación de la memoria más se nos aproxima y, en no pocas ocasiones, superpone sus imágenes con las que todavía tenemos, a duras penas, como presentes.

Consumaciones (XVI)


Anka Zhuravleva (1980)

En lo más resguardado del ámbito doméstico se reserva el lugar de los sueños.
En verdad, eso de lugar de los sueños es mucho más expresivo que denominarlo, con gastadas connotaciones funcionalistas, dormitorio. Porque los vivientes de la especie humana cultivamos morosamente lugares para soñar, que no son meramente recintos para dormir. Si bien es de reconocer que el dormir adecuadamente es requisito mínimo para soñar, también es cierto que es necesario mucho más que esto para consumar el lugar de los sueños. A estos efectos, es preciso contar con una existencia rica en vivencias durante la vigilia, una memoria honda y un olvido metódico.
Y además hay que contar con una verdadera reserva recóndita en lo más profundo del hogar. Tan hondas deben ser unas casas a estos efectos.

Consumaciones (XV)


Kristina Varaksina (1981)

La consumación del ámbito doméstico parte de constituir un umbral, para luego distribuir metódicamente las cosas de vivir de un lado y de otro.
No es el repliegue de los muros que esconden lo propio lo constitutivo sino la custodia del umbral que articula el ámbito público y el particular. Es una cuidadosa administración de informaciones que principian en una estratégica situación del cuerpo. De un lado ciertos enseres, ciertas composiciones, ciertas actitudes, ciertas compañías y afinidades especialmente cultivadas. Del otro lado, un prolijo proceso de distanciamiento de intromisiones, entrometimientos y amenazas. De un lado, una aplicada arquitectura de cercanías, de disponibilidades, de cosas a la mano. Del otro, una recíproca arquitectura de alejamientos, de reservas, de emplazamientos estratégicos.
Y en el medio, el umbral custodiado.

Consumaciones (XIV)


Ruth Bernhard (1905-2006)

Es ahora factible apostar a las virtudes arquitectónicas del propio cuerpo.
Es posible vislumbrar un método de diseño que deje hacer al cuerpo su labor estructurante sobre las cosas, los lugares, las disposiciones y las composiciones de lugares y acontecimientos. Es preciso dejar danzar al cuerpo, y, al hacerlo, advertir cómo es que éste conquista con propiedad los puntos críticos del lugar, sus zonas fundamentales, sus rincones decisivos.
Es necesario atender a sus precisas respuestas, a los estremecimientos de agrado e inquietud, a las situaciones muelles, a las alternancias de tibieza y frescura.
Si confiáramos al cuerpo realizar su labor propia, podríamos acaso contar con el concurso del mejor arquitecto.

Consumaciones (XIII)


Ruth Bernhard (1905-2006)

Viens dans l’ombre, viens l’ombre
De ma tente aux rideaux lourds
Marche, glisse, marche, glisse
Sur mes tapis de velours !
Veux tu venir sous ma tente,
Beau vielliard?

Ven a la sombra, a la sombra
De mi tienda de pesadas cortinas.
Camina, deslízate, camina, deslízate
¡En mis alfombras de terciopelo!
¿Quieres venir a mi tienda,
Buen viejo?

En El gallo de oro, ópera de Nikolái Rimski-Kórsakov, así la Mujer seduce al incauto Zar Dodon. Pocas veces el arte ha dado, como aquí, con la clave erótica de la habitación de las cavidades. Es la ley del Deseo la que nos impulsa hacia las delicias del interior de la casa, hacia la confortación plena del cuerpo y el espíritu, pocas veces lo complejo ha sido expresado con tanta bella y contundente felicidad.
Porque la poética del habitar reluce en la oscura y cálida simplicidad esencial de la propia vida.

Consumaciones (XII)


Emily Schiffer (1980)

Hay una sabia, correcta y magnífica manera de distribuir, concertadas, las luces, las penumbras y las sombras.
Que la luz justa destaque lo necesario. Se dice fácil, pero no se consigue sino con un gran esfuerzo de balances, composiciones y conformaciones de la dimensión más mágica de la arquitectura del lugar. El relieve, los pliegues y los escondrijos se confabulan no tanto para lucir en lustrosas imágenes fotográficas, sino para ser respiradas y surcadas por las personas.
Porque en la poética de los lugares, la luz bien administrada nos guía por la profundidad entrañable de los lugares habitados. Y para ello se necesita el concurso tanto de la luz, así como de las penumbras acogedoras y las propias sombras de las regiones de reserva y silencio.

Consumaciones (XI)


Noell Oszvald (1991)

La condición liminar de los seres humanos encuentra su específica consumación en la habitación de los marcos y umbrales.
Confinados entre el pasado y el futuro, entre la memoria de lo vivido y lo por venir, entre lo propio y lo extraño, es en los umbrales que nos logramos estremecer impregnados de existencia. Por ello es apropiado situarse en un marco para meditar en profundidad. Porque los umbrales son las regiones que la arquitectura del lugar destina a las instancias críticas de la vida.
De este modo, puertas y ventanas, arcos y dinteles dejan de ser sumarios agujeros en los muros para volverse testigos cruciales del pulso de las vidas que tienen allí su morada.


Consumaciones (X)


Marie Šechtlová (1928-2008)

Allí donde el lugar es efectivamente consumado es aquel en que el cuerpo puede ofrecerse indefenso y frágil, desvelado.
Son tantas las amenazas, sevicias y agresiones del mundo social que no tenemos más remedio que acorazarnos con vestiduras e investiduras. Estas envolturas nos permiten asumir la dura lucha por la supervivencia social como personajes. Pero allí donde nos encontramos con nuestra más particular condición es que podemos aliviarnos la carga y permitirnos respirar la vida auténtica de vivientes.
Consumar el ámbito íntimo es, en el fondo, un deponer del pertrecho defensivo para vivir las pulsaciones confiadas de la estancia en paz

Consumaciones (IX)


Carola Clift (1974)

Vivimos lanzados vertiginosamente hacia adelante, hacia el punto del horizonte donde nos aguarda un destino autoimpuesto.
La habitación de la profundidad perspectiva es entonces la vivencia de un impulso existencial primordial, elemental, que quisiéramos incesante. Es que ese punto inalcanzable en el horizonte es, con toda legitimidad, lo más nuestro que tenemos en el mundo. En el fondo, no importa nada qué sea lo que se encuentre allí, sino que, obstinada y esforzadamente, es allí adonde siempre vamos. Hacia lo que vendrá, impelidos por la flecha del tiempo.

Consumaciones (VIII)


Kathleen Laraia McLaughlin

Porque el habitar es un arte, es una destreza que ha de aprenderse, desde sus performances más sencillas.
Habitar supone aprender a componer el gesto y la actitud corporal adecuada a cada circunstancia. Existe una etiqueta apropiada a cada situación vital y los niños observan con atención cada seña de los adultos, en una acechanza paciente y constante. Según imiten o critiquen, así darán forma a sus formas propias de protocolo, siempre en diálogo intergeneracional.
Pero en todo caso, lo que siempre efectivamente se transmite es que no cualquier modal es aceptable.

Consumaciones (VII)


Aline Smithson

Marina Garcés ha bosquejado la constitución subjetiva, eso que se deja indicar —muy problemáticamente hoy— con el pronombre yo, como si de una habitación interior se tratase.
Y afirma: “... ¿dónde volver? ¿Dónde resistir? ¿Dónde dormir? ¿Desde dónde escuchar? La subjetividad liberada de las cadenas del yo termina condenada a la movilización, a la visibilidad y a la comunicación continuas.” La habitación interior sería entonces un receptáculo necesariamente vacío o más bien vacante, hacia donde uno mismo podría retirarse y apartarse.
A esto es poco lo que puede agregarse, a efectos de dejar resonar sus inquietantes consecuencias acerca de nuestra propia autoconciencia. Pero también puede sospecharse que la habitación es, ciertamente, interior, sí, de nuestra persona, y asimismo se sitúa antes de nuestro efímero presente. Así, habitamos replegados tanto en el espacio como en el tiempo y nuestra habitación es, a la vez, interior y memoria, toda vez que habitamos apenas un instante después del ahora al que nos resigna la vida.
Desde tal situación estratégica de nuestra subjetividad en cuestión es que habitamos, tentativa y palpitantemente, un aquí y ahora en continuo declinar hacia adentro y hacia atrás en el tiempo.

Consumaciones (VI)


Ruth Mountaingrove (1923-2016)

Cuando tenemos una ocasión de reunirnos en condiciones de igualdad, solemos cometer la habitación de un corro.
Sucede entonces la magia de las circunferencias. El círculo que comprende la reunión de los cuerpos se vuelve sagrado. Ocurre un nosotros que tenemos lugar aquí. Todos podemos escucharnos y mirarnos, con el fin de que cada uno diga lo que tiene que decir, a pesar de que algunos vecinos puedan complotar con cuchicheos. El diámetro es la medida de la convocatoria social. Hasta donde se puedan distinguir las voces de los ecos, allí habrá un grupo suficientemente cohesionado.
La vida social se vuelve a fundar, cada vez que se constituye un corro.

Consumaciones (V)


Sonia Handelman Meyer (1920)

Supongo que a muchos urbanitas abrumados con los tedios de la habituación les sucederá lo mismo que a mí en ciertas ocasiones.
Emprender el camino de vuelta, en nuestros casos, supone abordar el medio de trasporte colectivo (ómnibus, autobús, tren, tranvía) que sigue siempre un itinerario fijo, regular e invariable. Más de una vez me ha asaltado la tentación de tomar otra línea, que me lleve a otros barrios, a otros paisajes entrevistos por las ventanillas. Volver así a experimentar la expectación del derrotero poco conocido. Encontrar un nuevo camino de vuelta. Porque siempre esperamos volver, pero con el magro beneficio de alguna variante de módico interés.
Tan rutinaria es nuestra vida de urbanitas abrumados por lo tedios de la habituación.

Consumaciones (IV)


Debbie Caffery (1948)

En cualquier punto del laberinto en que nos encontremos, habitamos el camino de vuelta.
Porque, desde que adoptamos el hábito de la morada, siempre estamos volviendo a ella. Todos los caminos conducen a casa y nunca nos privamos de regresar, sea con nuestro desplazamiento, sea con nuestra memoria. El camino de vuelta se habita emprendiéndolo tanto en el espacio como en el tiempo. Lo recorremos tanto hacia atrás como hacia la vida ya vivida.
Y ya nunca estaremos seguros si estamos yendo o de vuelta, salvo que nos amenace la tormenta del mundo. Porque en este entonces, sí que será seguro que estaremos volviendo, presurosos y anhelantes.

Consumaciones (III)


Marguerite Baker Johnson

Habitar con plenitud el horizonte supone conquistar un emplazamiento estratégico en el paisaje.
Nunca dejamos de poblar el horizonte, pero no en todas las ocasiones éste se nos revela con la contundencia que sólo se consigue cuando alcanzamos a constituir cabalmente el paisaje. Porque constituir el paisaje no es virtud de un sitio físico de especial conformación, sino resultado de una actitud del sujeto habitante. Tal actitud está definida por una especial asunción de un carácter, el de fundacional. Es a partir de este carácter que la presencia del habitante proyecta su estructura fundamental sobre el lugar y esta actitud se vuelve, paso a paso, peculiarmente inquisitiva, heurística y compositora.
El horizonte habitado se transforma en la primera línea constitutiva del paisaje efectivamente constituido por obra de la expectación. Habitamos entonces todo nuestro mundo desde un estratégico emplazamiento.

Consumaciones (II)


Linda Butler (1947)

El imperativo de consumar los lugares que habitamos tiene un doble compromiso. Con nosotros como seres humanos y con los lugares allí donde vivimos.
Con respecto a nosotros mismos, el compromiso por consumar los lugares se manifiesta no tanto en la complacencia subjetiva con la situación y sus circunstancias, sino en una epifanía de la propia condición de persona. Es el ser de los existentes el que se despliega cabalmente allí donde se tiene apropiado lugar. No hay obra maestra de la arquitectura si no hay una correspondiente obra maestra del que la habita, a título de justo merecedor, sí, pero también y necesariamente de cómplice coautor.
Mientras tanto, el compromiso por consumar los lugares nos liga también con los emplazamientos mismos. El sentido de puertas y ventanas sólo se cumple cuando las personas se lo confieren habitando en y con puertas y ventanas que, de simples artefactos, llegan a ser lugares efectivamente vividos. Esta mutación de naturaleza sólo se consigue por la interposición presente de una vida humana que encuentra allí oportunidad de desarrollarse.

Consumaciones (I)


Linda Butler (1947)

...el hacer, el «poiein» del que me quiero ocupar, es aquel que se acaba en alguna obra y que llegaré pronto a limitar a ese género de obras que se ha dado en llamar obras del espíritu.
Paul Valèry, 1937

Habitar es un arte poético. Las imágenes pictóricas, fotográficas o literarias solo alcanzan a traducir, en otro registro y con mayor o menor eficacia y en el mejor de los casos, su logro esencial.
No se trata de estetizar la vida, sino de desnudarla en su contundente fulgor de verdad buena y bella. Porque es, en todo caso, la vida auténtica la que refulge con su luz propia y nosotros apenas si llegamos a percibir tenues reflejos reveladores de lo mejor de las situaciones. Por esto es que debemos desvestir la vida de todo velo enmascarador, equívoco y falazmente embellecedor. La vida puede revelar su encanto propio en cualquier locación pulcra, atravesada por una fresca atmósfera, allí en donde las cosas se estremezcan con las modulaciones más calmas de la luz.
Consumar los lugares que habitamos puede ser adoptado, con ánimo tranquilo y firme decisión, como imperativo existencial, ético y estético

Plumas ajenas. Fernando Pessoa


Não quero rosas, desde que haja rosas.
Quero-as só quando não as possa haver
Que hei-de fazer das coisas
Que qualquer mão pode colher?

Não quero a noite senão quando a aurora
A fez em ouro e azul se diluir.
O que a minha alma ignora
É isso que quero possuir.

Para quê?... Se o soubesse, não faria
Versos para dizer que inda o não sei.
Tenho a alma pobre e fria...
Ah, com que esmola a aquecerei?..


No quiero rosas mientras haya rosas.
Las quiero cuando no las pueda haber.
¿Qué he de hacer con las cosas
que puede cualquier mano coger?

Sólo quiero la noche si la aurora
la diluye en azul y rosicler.
Lo que mi alma ignora
es lo que quiero poseer.

¿Para qué?... De saberlo, nunca haría
versos para decir que no lo sé.
Siento a mi alma pobre y fría...
¿Con qué limosna la calentaré?
Fernando Pessoa

Prácticas sociales de construcción del habitar


Esther Bubley (1921-1998)

Mientras que los constructores de edificios combinan piedra, ladrillos, cementos, hierro y madera, los habitantes construyen su habitar con alianzas y alejamientos, con compartimentaciones y aperturas, con gestos y palabras.
Ambas labores son singularmente esforzadas y confluyen, desde perspectivas tan diferentes como concurrentes, en lo que damos en llamar la arquitectura del lugar. Ambas labores no pueden concebirse y desarrollarse en forma mutuamente ignorante. Ambas labores deben aprender a concertarse estratégicamente.
A estos efectos es que aquí se contribuye al desarrollo de una Teoría del Habitar, que es cada vez más acuciante para el ejercicio profesional de la arquitectura.

Prácticas sociales de proyecto del habitar


Magdalena Berny (1976)

Un proyecto se elabora con sueños y con elementos que uno va encontrando en el camino.
El proyecto implica, entonces, ponerse a caminar, con empeño y entereza. A dónde se llegará no es posible determinarlo con exactitud cuando recién se emprende la marcha. Pero es seguro que, allí donde lleguemos, ahí está el lugar y la situación que conseguimos concebir y realizar como proyecto. Por esto, el proyecto no es meramente una efusión subjetiva de deseos y aspiraciones, sino una forja de circunstancias, que se realiza en forma de suyo metódica, paso a paso, siempre dirigidas a su meta. Aunque no necesariamente según una traza rectilínea.
Cabe preguntarse, sin embargo, a partir de cuándo es que se elaboran las ideas primigenias de tal proyecto. Al respecto, ahora cabe preguntarle al niño que hemos sido.

Demandas del habitar: cuestión de género


Anne Arden McDonald (1966)

Ciertas muchachas pueden acusar, con toda razón, a este sitio como androcéntrico. Sepan disculpar.
A efectos de subsanar esta falencia, las mujeres que piensan en el habitar deben aportar su perspectiva de género. Aquí las escucharé con atención y mucho respeto. Porque creo que las mujeres han aportado ya mucho en la historia y en la teoría del habitar. El problema, tal como es habitual en tantos casos, es que tales aportes han sido invisibilizados.
Quiera la fotografía que ilustra estas líneas resultar una invitación cortés a una necesaria participación reflexiva y expresiva de todas las mujeres que aporten su peculiar visión a este asunto.


Poética del habitar (III)


Evelyn Bencicova (1992)

Cabe preguntarse acerca de dónde está la poética del habitar.
No está en su traducción verbal, por elocuente y elegante que pueda resultar. Está en las cosas del vivir, en la expresión de los cuerpos habitantes, en el arreglo de los atrezos, en la armonía general de todo el escenario de la vida. La poética del habitar es una mitografía, un lenguaje de acciones humanas y objetos que escriben la vida en los lugares.
Tenemos que educar la sensibilidad tanto como la inteligencia para delectarnos con la poética honda del habitar. Así, pondremos en valor nuestra propia vida, allí donde nos encuentren las circunstancias.

Poética del habitar (II)


Evelyn Bencicova (1992)

La poética del habitar, más que “palabras” logradas tiene complejos “textos”: es una poética de estructuras y no de simples agregados.
Este punto tiene su importancia porque, si la interpretación del habitante esteta es correcta, no podrá éste aislar ningún elemento del conjunto, sino que deberá aplicarse a la completa inmersión e impregnación en el lugar. Hasta llegar a pertenecer a éste. La virtuosa consustanciación entre el sujeto y el lugar que constituye es la medida cabal de la experiencia estética del habitar.

Poética del habitar (I)


Juan Manuel Castro Prieto (1958)

La auténtica poética del habitar es simple, pero no inane.
Se la reconoce en la nobleza de su contextura, en su esencial autenticidad, en el arreglo superior de sus elementos fundamentales. La poética del habitar no es altisonante, ni siquiera enfática; es apenas la efusión de la gente digna que la puebla, gente que allí tiene lugar, su lugar. La poética del habitar respira calma la atmósfera que se puebla de estremecimientos gratos de todo el cuerpo. La poética del habitar se ilumina exactamente con la cuota adecuada de la luz que se inmiscuye con sentido de decoro. La poética del habitar se puebla con los rumores de la vida en paz. La poética del habitar conserva de todas las fragancias posibles aquella que permite rememorarla cuando estemos muy lejos, en el espacio cuanto en el tiempo.
Los lugares inspirados por una cabal poética del habitar tienen una sola virtud a ellos reservada: una tranquila contundencia de cosa bien hecha.

La constitución habitable del paisaje


Alfred Stieglitz (1864-1946)

Si interrogamos al Diccionario por la voz paisaje, comprobamos que, en una primera acepción, significa: Parte de un territorio que puede ser observada desde un determinado lugar.
Esto quiere decir que, desde un sitio efectivamente poblado, esto es, un lugar, se puede percibir una parte o aspecto de un territorio y este hecho funda o establece un paisaje. Así, el principio del hecho que es el paisaje no radica en la realidad física del sitio natural, sino de la actitud de examen atento que inviste el habitante del lugar en su doble tarea de inteligir el territorio y percibir sus formas a través de sus sentido y entendimiento. Tal examen atento no es una mera efusión subjetiva caprichosa, sino un evento de relación constitutiva del ser humano como habitante que tiene lugar.
Por estas consideraciones, aquí se sostendrá que el hecho de habitación precede y es necesario a la constitución del paisaje. En otras palabras, para que ocurra efectivamente un paisaje, es preciso y prescriptivo que se constituya un lugar como constructo de la habitación humana. Ahora bien, toda vez que se ha constituido efectivamente un lugar, entonces, aquello que percibimos de esta situación, estemos donde estemos, es un paisaje.

Habitar el paisaje


Alfred Stieglitz (1864-1946)

Una vez que irrumpimos en el horizonte y lo poblamos con una contundencia que no ignora el estupor, es entonces que habitamos un paisaje.
Podemos llamar paisaje, en este contexto discursivo, al acto de encajarse los elementos en una estructura de sentido. Porque tierra, cielo y horizonte sólo adquieren su relevante estatuto de mundo cuando y sólo cuando las personas tienen lugar allí.
Porque es por obra del habitar del hombre que un sitio de la naturaleza alcanza, por fin, el carácter óntico de lugar y la forma efectivamente perceptible de paisaje.

Poética del paisaje


Alfred Stieglitz (1864-1946)

Porque las personas tienen lugar es que pueden constituir los paisajes como hondas y perdurables experiencias estéticas.
En el fondo, toda experiencia estética construye un paisaje. Y es en las anfractuosidades de la memoria, en los entresijos de la conciencia, en las profundidades del psiquismo en donde las experiencias estéticas se trasforman en poéticas. Los paisajes ocurren en cada ocasión que hacemos presencia y población, así como se inmiscuyen en nuestros sueños. Entonces deseamos recrear, transformar y producir en cada solar y en cada ocasión, las fantasmas de la memoria y el deseo. Entonces creemos recuperar un paraíso perdido. Entonces recuperamos unas emociones singularmente sentidas.
Y lo que añoramos, en todo caso, es el lugar aquel que hemos poblado con plenitud, allí donde pudimos constituir nuestro mejor paisaje.

La constitución habitable del paisaje


Alfred Stieglitz (1864-1946)

Si interrogamos al Diccionario por la voz paisaje, comprobamos que, en una primera acepción, significa: Parte de un territorio que puede ser observada desde un determinado lugar.
Esto quiere decir que, desde un sitio efectivamente poblado, esto es, un lugar, se puede percibir una parte o aspecto de un territorio y este hecho funda o establece un paisaje. Así, el principio del hecho que es el paisaje no radica en la realidad física del sitio natural, sino de la actitud de examen atento que inviste el habitante del lugar en su doble tarea de inteligir el territorio y percibir sus formas a través de sus sentido y entendimiento. Tal examen atento no es una mera efusión subjetiva caprichosa, sino un evento de relación constitutiva del ser humano como habitante que tiene lugar.
Por estas consideraciones, aquí se sostendrá que el hecho de habitación precede y es necesario a la constitución del paisaje. En otras palabras, para que ocurra efectivamente un paisaje, es preciso y prescriptivo que se constituya un lugar como constructo de la habitación humana. Ahora bien, toda vez que se ha constituido efectivamente un lugar, entonces, aquello que percibimos de esta situación, estemos donde estemos, es un paisaje.

Habitar el paisaje


Alfred Stieglitz (1864-1946)

Una vez que irrumpimos en el horizonte y lo poblamos con una contundencia que no ignora el estupor, es entonces que habitamos un paisaje.
Podemos llamar paisaje, en este contexto discursivo, al acto de encajarse los elementos en una estructura de sentido. Porque tierra, cielo y horizonte sólo adquieren su relevante estatuto de mundo cuando y sólo cuando las personas tienen lugar allí.
Porque es por obra del habitar del hombre que un sitio de la naturaleza alcanza, por fin, el carácter óntico de lugar y la forma efectivamente perceptible de paisaje.

Habitar el horizonte


Alfred Stieglitz (1864-1946)

Entre la tierra y el cielo, las personas, seres liminares, habitamos de modo singular el horizonte.
Nos hemos erguido sobre nosotros mismos; hemos dirigido las miradas a la tierra y al cielo y hemos advertido, irreparablemente, en la línea que los separa, en el confín del paisaje. Y allí nos hemos situado, allí poblamos el paisaje, allí fijamos presencia.
El cosmos ahora dispone de su Regla de composición fundamental: allí en la línea que une y separa la tierra y el cielo

Habitar la tierra


Alfred Stieglitz (1864-1946)

En el paisaje, la tierra es aquella región que está siempre al alcance.
Precisamente porque la sal de la tierra está a la mano, es necesario esforzarse para lograrla. Precisamente porque las cosas pueden, finalmente, asirse y considerarse, es necesario trabajar denodadamente para hacer buen uso de ellas. Precisamente porque es posible vencer toda distancia es que es una condena errar sin descanso hasta merecer las últimas fronteras.
Habitar la tierra es practicar el mundo, hollando sendas, sentando plazas, trasponiendo umbrales.

Estética del habitar (III)


Elio Ciol (1929)

De los movimientos recíprocamente implicados de la inmersión y la impregnación de los habitantes en su lugar resulta una síntesis que no dudaremos en designar como cognición. En efecto, el conocimiento del lugar habitado —tanto el primario y empírico, así como el elaborado y racional— suponen una síntesis del vaivén crónico entre los juegos, estrategias y tácticas propios del lugar y de su habitante.
Así, el conocimiento profundo de la propia situación emerge entre la indagación anhelante del sujeto y de la respuesta estética y poética del lugar conformado por una estructura que le confiere forma y significado.