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Atmósfera


Julie de Waroquier (1989)

La habitación del lugar tiene instancias que, pese a su aparente futilidad, revelan con singular belleza su condición fundamental.
Los golpes de brisa en los cortinados son uno de estos fenómenos en los que nada importante parece suceder y quizá sea esto lo que merezca mayor atención y sensibilidad. La evidencia perceptible que habitamos una atmósfera es un evento que no debemos soslayar, so pena de incurrir en un intrascendente prosaísmo. Porque lo que habitamos es una materia leve, fresca y movediza, es que el batir cadencioso de las cortinas revela esta condición de modo ejemplarmente sencillo y por qué no, poético.
No nos permitamos la miseria de no celebrar que la brisa bata nuestras cortinas y nos cubra una piel capaz de percibir esta alegría esencial de la brisa.

Los urbanitas y el aire

Diana Markosian (1989- )

De las atmósferas que gustamos respirar (y que nos resultan, por otra parte, inspiradoras) las ciudadanas no son, por lo general, las preferidas.
Y, sin embargo, con todo su complejo mefitismo y con toda su efectiva contaminación, son las atmósferas que respiramos y que nos inspiran el día a día corriente. Por lo que corresponde que acondicionemos la ciudad, cuidemos los vientos y examinemos las prácticas sociales que afectan la calidad del aire. La ciudad es una atmósfera que volvemos desagradable por culpa de nuestro estilo de vida insostenible.
¿Merecemos esta continua inmersión en la maloliente esfera en que quemamos hidrocarburos en forma intensiva? ¿Merecemos este húmedo calentamiento global? ¿Merecemos este aire envenenado?

La arquitectura del cuerpo


Andrew Wyeth (1917- 2009) Viento del mar (1947)

El cuerpo del habitante es el autor flagrante de la síntesis de la forma de las atmósferas habitadas. El cuerpo busca y consigue, por ello, respirar a sus anchas.
El contento con toda situación favorable se denota con una satisfecha inspiración. Por cierto, el asombro por lo meramente escultórico o espacial de ciertos ámbitos, tiende a cortarnos la respiración. Pero la localización verdaderamente confortable satisface una situación de respiración profunda y calma. Suele atribuirse una propiedad especialmente cálida y fresca a la vez al aire que se comparte cuando nos encontramos a gusto en un lugar.
La arquitectura propuesta por el cuerpo de los habitantes suele agradecer las tenues cortinas rozadas por los soplos, la frescura en la piel y el bienestar fundamental de la ventilación.


Una cierta cualidad en el aire


Kazimir Malevich] (1879- 1935) Dos hermanas (1920)

Generalmente, ¿cuáles son para las imaginaciones materiales las cualidades más fuertemente sustanciales del aire? Son los olores. Para ciertas imaginaciones materiales, el aire es ante todo el apoyo de los olores. Un olor tiene, en el aire, un infinito.
Bachelard, 1953

La primera condición de un lugar habitable es constituir una atmósfera respirable. De esta manera, lo primero que percibimos de un lugar es su olor.
Mediante el olfato se dispone de una cierta línea de base perspectiva característica del olor propio, con lo que se consigue comparar de inmediato la presencia eventual del Otro, del Extraño. Existe un juego complejo de afiliaciones y rechazos sordos orientados por lo percibido en forma por demás discreta con la nariz. Hay fronteras invisibles y vagos, aunque revelados territorios trazadas por los tonos osmotópicos del lugar.
Así, los lugares efectivamente habitados se ven caracterizados, de un modo primitivo y entrañable por esa cierta cualidad del aire que se percibe como fragancia del lugar apropiado. La memoria guarda por largos plazos esas sensaciones y es una maravilla volver a ciertos lugares asistido por recuerdos así convocados.

Acerca del origen cartesiano de las dimensiones del habitar


René Descartes. Ilustración en el Tratado del Hombre, 1664

¿Dónde poner ese punto donde se intersectan las coordenadas dimensionales de nuestro habitar? En otras palabras ¿dónde es posible situar un punto cero de la constitución de todo lugar posible?
Pudiera tener lugar concreto en el punto del fuego, allí donde el calor conforta y se cuece, morosa, la pitanza. De un allí concreto podría devenir un punto simbólico; atrás de todos los lugares aguardaría aquella hoguera originaria.
Pudiera encontrarse un punto originario en la región más transparente de la atmósfera buena para respirar a nuestras anchas. Así, el punto de marras pudiera situarse en el aire y de aire se constituirían, en consecuencia, todas las arquitecturas posibles.
Pudiera situarse allí donde se señale un emplazamiento en la tierra. El punto originario tendría, por así decirlo, raíces en lo ctónico. De tal suerte, toda arquitectura tendría un único lugar en la tierra y allí deberíamos situar la intersección cero de todas las coordenadas.
En fin, también pudiera situarse en el espejo quedo del agua, allí donde tenemos la evidencia de constituir un aquí en un paisaje. Tras el reflejo originario, todo lugar tendría su plena constitución con un aquí relativo: allí donde emerge la evidencia de la situación.
¿O pudiera situarse, en definitiva, en el cuerpo del habitante? De tal suerte, cada persona sería portadora una arquitectura tan fundamental como íntima, propia y apropiada. Una arquitectura tan primordial que todas las otras serían apenas emergencias contingentes en su forma, aunque forzosas en su sustancia.

Habitaciones elementales (II): Aire

Frederic Leighton (1830- 1896) El jardín de una posada en Capri (1856)

Creemos que es posible fijar, en el reino de la imaginación, una ley de los cuatro elementos que clasifique las diversas imaginaciones materiales según se vinculen al fuego, al aire, al agua o a la tierra.
Gaston Bachelard, 1942

Un lugar, desde el punto de vista vital, comienza por ser un ámbito respirable y quizá sea la dimensión osmotópica, que orienta al perceptor mediante la alternancia de fragancias, la más primitiva forma de experimentarlo. No es pecar de excesiva especulación que en la almendra recóndita de todo deseo auténtico de habitar resida un aroma que ansiamos respirar.
Por ello, un poeta como don Pablo Neruda comienza por construir su casa del siguiente modo:
Yo construí la casa.

La hice primero de aire.
Luego subí en el aire la bandera
y la dejé colgada
del firmamento, de la estrella, de
la claridad y de la oscuridad.
...

Es que el deseo de habitar un lugar, es un anhelo de aire, un sueño de atmósfera, una inspiración, un soplo. La arquitectura comienza en un estado leve, evanescente, sutil. Que la piedra, el ladrillo, la madera o el metal no mitiguen esa condición primera y esencial; tal la consigna de aquellos que deberemos esforzarnos por una arquitectura tanto vivida como deseada.

El paisaje conmovedoramente elemental

Lago de Como


Hay una virtud esencial en la yuxtaposición dramática de los elementos: aire, agua, tierra y fuego. ¿Qué dónde  está el fuego? Atrás de la mirada que otorga sentido al paisaje.

El cuerpo, la estructura del lugar y las poéticas arquitectónicas primordiales (VI)

Andrew Wyeth (1917- 2009) Amor en la tarde (1992)

La coronación de las aptitudes del cuerpo como estructura estructurante radica en el potencial productor efectivo de lugares, que obra, en principio, con los elementos fundamentales: aire, agua, tierra y fuego.
En efecto, lo primero que produce el cuerpo en el acto constitutivo de poblar un lugar es asegurar las condiciones indispensables de atmósfera respirable. Toda arquitectura comienza por una forma conferida al aire y a su circulación. Así, hálitos, brisas y reparos dan forma a una cualidad vital ineludible de todo lugar efectivamente habitado.

Mucho antes que lleguemos a construir con piedra, madera o hierro, hemos construido no poco con el aire más puro y fresco del que podamos disponer.

Arquitecturas míticas: 1: Aire

Balcón en Siena

Bajo las condiciones vigentes, un lugar es: una porción de aire cercada y acondicionada...
Peter Sloterdijk, 2004

En principio, un sitio habitado es una atmósfera.
Habitar es respirar, inhalar y exhalar, juzgar olfativamente la calidad respirable de la ocupación efectiva del lugar. Todos los lugares tienen principio en ser una suerte de balcón que se libra abierto al aliento y a la brisa.

La clausura, el confinamiento, viene después.

Reescrituras (XXXI): Danza del cuerpo, arquitectura del aire

Andrea Carlo Lucchesi (1860- 1924) Danzante (s/d)

La arquitectura podría aplicarse a amparar con suma consideración y mérito la arquitectura del aire conferida por la danza de los cuerpos.

* * *

Antes que cualquier material de construcción es necesario considerar la forma adecuada del aire. Y esta forma adecuada del aire es la conferida por la libertad y el talento de los danzantes. Las coreografías de la vida son los determinantes forzosos de una arquitectura con verdadera vocación de vida.

Instrucciones para los arquitectos de la vida: se podría despejar convenientemente el terreno, dejar bailar a una bella muchacha y, sólo luego, construir el amparo meticuloso y liberador a ésta su danza.

Reescrituras (XXIV): ¿Cuál de los elementos?

Jean Béraud (1849- 1935) Un día ventoso en el Pont des Arts (1881)

¿Cuál de los cuatro elementos es el propio del habitar? ¿El aire que se deja ocupar, respirar y que agita a los paseantes? ¿El agua que corre y separa la ciudad y que justifica el puente? ¿La tierra por la que transitan intensamente las personas? ¿El fuego, que aguarda el regreso de los ateridos?

* * *

Pensar en los mitos elementales supone intentar dar un paso atrás reflexivo en busca de un pensamiento que aún no se somete a la disciplina de la razón convencional.
Ese paso atrás no es otra cosa que una artimaña del pensamiento: explorando los territorios del mito pueden encontrarse entrevisiones, sospechas e intuiciones que nuestra manera actual de pensar reprime, con buenas pero no suficientes razones. La poética sustituye así el discurrir corriente.

Lo que no puede la razón diurna lo podrá el ensueño poético y crepuscular del pensar mítico.

Reescrituras (XX): La tenuidad

Andrew Wyeth (1917- 2009) Viento del mar (1947)

Vivimos inmersos en un soplo, hálito o aliento, eso que los antiguos griegos llamaban άτμός. Es una dicha tener una revelación de su existencia con la complicidad de unas ligeras cortinas. El mundo nos respira entonces.

* * *

La respirabilidad es la primera condición ambiental de todo lugar.
Esta obvia constatación nos ayuda a entender que un lugar es una interacción entre un sujeto habitante y un sitio terrestre: un lugar no es una simple porción de espacio, sino que supone la indicación de un fenómeno viviente en acto. No puede entenderse como un receptáculo vacante abierto a la pura intromisión del sujeto.
Sujeto, existencia y lugar se copertenecen.

La síntesis de la forma de las atmósferas habitadas

John Constable (1776- 1837) Weymouth Bay (1816)

Aire: nada, casi nada,
O con un ser muy secreto,
O sin materia tal vez,
Nada, casi nada: cielo. 
Jorge Guillén (1893-1984)

El lugar comienza por ser aire.
La primordial condición de un lugar para constituirse es disponer de una atmósfera respirable. Por eso, lo primero que habitamos es, precisamente, un medio sutil, límpido y diáfano. Y nuestra primera operación crítica es, precisamente, respirarlo, inspirar y expirar.
Pero apenas disponemos del poder del cuerpo y del control eficaz de sus operaciones, nos lanzamos a la tarea incesante de conferir forma a nuestra ocupación activa de esa atmósfera que no deja de respirarse hasta el final. Así excavamos sin cesar en la más dócil de las materias, así damos forma a los ligeros ecos de nuestra presencia, así nosotros nos desenvolvemos en el mismo elemento con que nos arropamos.
La síntesis de la forma de las atmósferas habitadas es una tarea superior del cuerpo y los arquitectos deberíamos interrogar a fondo en esas fantasías de la propia vida que palpita.

Porque el lugar también concluye siendo aire.

Danza del cuerpo, formas del aire, arquitectura viva

Jerzy Hulewicz (1886 - 1941) Danza con faunos (1925)

Si se ignora al hombre, la arquitectura es innecesaria.
Álvaro Siza

Hay una arquitectura que trasciende las trazas del arquitecto constructor.
Es una arquitectura fruto de las coreografías de la vida cotidiana, que desarrolla formas en el aire: es la arquitectura de la arquitectura efectivamente vivida. Es una arquitectura vibrante, evanescente, que se mide por los desplazamientos rítmicos y armoniosos del cuerpo en el lugar. Es una arquitectura entrañable, constituida por el imperio de la humanidad viviente, producto del esfuerzo gozoso por la síntesis superior de una su forma.

A esta arquitectura es a la que abrigar, con sensibilidad y buen sentido, con talento y delicadeza, con una arquitectura construida que le haga condigno eco y homenaje.

Veladuras

Édouard Boubat (1923 - 1999) s/d

Tamices, membranas, celosías: es preciso reparar en las articulaciones tenues de la arquitectura laxa de los lugares.
Con tal tenuidad proliferan no solo matices sino también gradaciones de valor, rearticulaciones, difusos efectos de límite. Con tal sutileza la contundencia tectónica cede lugar a los estremecimientos de la vida. Con tal delicadeza, la arquitectura del lugar se abraza amorosamente a la piel del morador.
Una ventana gana, cuando se desdibuja tras una cortina, calidades de luminaria mientras que la alcoba respira quedamente con su apenas contoneo.
Los hondos interiores cuentan con sabias veladuras para mejor arropar a sus singulares pobladores.


Ambientes, atmósferas

Habitamos un elemento límpido, diáfano, sutil. Este elemento franquea el paso a todo lo que es y tiene la cualidad de lo respirable. Habitamos el aire, un ambiente, cierta atmósfera. Disfrutamos con la plenitud de la inspiración, con las brisas, con la frescura.
La ciudad y la vida contemporánea, sin embargo, nos retacean la calidad del recurso. Quizá por ello es que cada vez más apreciamos la alegría esencial de la respiración franca y apacible. El aire de calidad, poco a poco, se nos está volviendo un recurso escaso.
La ciudad y la vida contemporánea también degradan la calidad del ambiente. Quizá por eso cada vez más buscamos viajar a algún sitio distante donde sea posible un habitar sencillamente sano. La calidad del ambiente, poco a poco, se nos está volviendo un recurso escaso.
La ciudad y la vida contemporánea, pueblan nuestras atmósferas tanto contaminantes físicos como inquietudes e inseguridades en el ánimo. Con el desarrollo de la actividad turística y las facilidades para los desplazamientos planetarios, cada vez buscamos de un modo u otro sustituir nuestras atmósferas habituales por otras más distendidas y gozosas. También la calidad física y psicológica de nuestras atmósferas habitadas se nos está volviendo un recurso escaso.

¿Por qué es que la ciudad y la vida contemporánea se ensañan con nosotros, sus habitantes? ¿Por qué el aire, el ambiente, las atmósferas escasean y están, siempre, allá lejos?

Atmósferas

Peder Severin Krøyer (1851- 1909) La familia Hirshsprung (1881)

El aire nietzscheano es entonces una extraña sustancia, es la sustancia sin cualidades sustanciales. Puede, por lo tanto, caracterizar al ser como adecuado a una filosofía del devenir total. En el reino de la imaginación, el aire nos libera de las ensoñaciones sustanciales, íntimas, digestivas. Nos libera de nuestra adhesión a las materias: es, pues, la materia de nuestra libertad. A Nietzsche el aire no le trae nada. No le da nada. Es la inmensa gloria de una Nada. Pero no dar nada ¿no es el más grande de los dones? El gran donador de las manos vacías nos libera de los deseos de la mano tendida. Nos acostumbramos a no recibir nada, en consecuencia a tomarlo todo.
Bachelard, 1953

Si nos gana el ensueño del aire, entonces nos rendimos a la evidencia que, ante todo, habitamos atmósferas.
Respiramos con serenidad el lugar que nos acoge de buen modo y nos irrita cualquier leve dificultad al respecto. Una atmósfera irrespirable nos desasosiega simbólicamente y nos asfixia físicamente. Una atmósfera propicia es aquella que nos inspira, esto es, que estimula el genio interior mediante hálitos propicios.
Adherimos con placer a esa sustancia sutil, diáfana y fresca como apreciamos el valor de lo puro, despejado y límpido. El aire, afirma con razón Bachelard, es la sustancia por excelencia de la libertad. No hay miedo mayor, quizá, que la condena a la angustia del confinamiento opresivo.
Una fresca brisa siempre es una bienvenida novedad, mientras que la atmósfera despejada es un valor fundamental de nuestra calidad de vida. Una atmósfera sana es sinónimo de un ambiente que hace posible la alegría. El aire, decía Le Corbusier, constituye una alegría esencial de la vida.

Gran parte del desvelo arquitectónico debería propender a proteger y promover la constitución de atmósferas adecuadas, dignas y también decorosas. No se trata sólo del aire, sino de los que lo habitan.

Una sustancia sin cualidades sustanciales

Béla Spányi (1852–1914) Paisaje de un río al anochecer (1914)


Habitamos esa sustancia diáfana, sutil y evanescente que parece abrirse con levedad a todo lo que es, casi sin aparecer en la percepción, pero con la esencial cualidad de lo respirable.

No todo es ver

Santiago Rusiñol (1861- 1931) Jardín de las Elegías. Son Moragues (1903)


Habitar un lugar supone interactuar el sujeto con el lugar mediado por todos los sentidos. Uno de los sentidos más olvidados es el olfato. Pero ¿cómo puede apreciarse un jardín así sin el aprecio de las cualidades del aire?

Habitar el aire. IV. La evanescencia de las ilusiones vanas

Se ha dicho antes que tenemos derecho a un lugar soñado en donde valga la pena el despertar.

Un lugar soñado no es sólo lo que urde nuestra imaginación vagarosa, también lo es aquello que proyectamos, que lanzamos adelante… y que nos aplicamos a construir. Después de todo, si se repara bien en la cuestión, siempre habrá en un presente algo que hemos elaborado antes, a título de tentativa, de hipótesis, de conjetura.
Un lugar en donde valga la pena el despertar es aquel que hemos conquistado con felicidad y constituye una riqueza esencial porque no se desvanece con la vigilia.

Porque, como habitamos el aire, todo aquello que soñamos y que resulta vano —por no persistir en el despertar— se diluye, evanescente, ligero y tenue, para dar sustancia y origen a otros sueños.