Dimensiones de la buena vida (XV)


René Groebli (1927)

Nuestra vida consiste, en una de sus dimensiones sensibles más importantes, en un acechante prestar oídos hacia todo lo que acontece.
Y lo que acaece es tanto las sublimes músicas de la vida y del arte, así como los rumores de la naturaleza y, sobre todo, los estrépitos de la vida social. La función poética de distinguir las voces de los ecos— tal como proponía en su entonces don Antonio Machado— es una clave de la buena vida. Porque la acuidad precisa, el sentido de la melodía, la armonía y del ritmo, el criterio sólido son los signos del ser humano bien consumado.
Una buena vida presta oídos a la música de la existencia y de ella repara en los más hondos estremecimientos de su canto.

Dimensiones de la buena vida (XIV)


Lewis Hine (1874-1940)

La ideología dominante distancia la buena vida del trabajo.
De este modo, la buena vida es vista como una aliviada holganza en todo ignorante de las miserias y aflicciones presuntamente propias del trabajo. Sin embargo, el trabajo es aquello que nos realiza como seres sociales con lo que tenemos una paradoja invisibilizada a los ojos del sentido común. Es imperioso reconsiderar la cuestión a costa de una doble operación, que comprende tanto la revalorización del trabajo como de una tan buena como laboriosa vida. No se necesita ser muy avispado para llegar a sospechar que es el trabajo alienado el que resulta un antagonista activo de la buena vida, con lo que se puede pensar que el problema radica no ya en su carácter de labor, sino en su condición alienada. Se sigue de ello que lo que corresponde es, ni más ni menos, reapropiarse uno su trabajo.
Se dice fácil. Lo arduo es la consecución de las condiciones sociales para que los trabajadores nos reapropiemos de nuestro trabajo y vivamos entonces una buena y esforzada vida.

Dimensiones de la buena vida (XIII)


Laszlo Moholy Nagy (1895-1946)

La convivencia social hace de la vida corriente un juego con sus campos, sus reglas y sus sanciones.
El homo ludens, por su parte, se las arregla siempre para jugar en la frontera borrosa comprendida entre el territorio de las reglas y una plena condición libérrima. Ser liminar, el sujeto vibra en su condición compleja de ingobernable sujetado. Siempre palpitante y siempre desafiante, el sujeto se aplica denodadamente a cumplir con desobediencia, a someterse indómito, a reverenciar el orden que vive subvirtiendo.
La buena vida se zarandea juguetonamente en las fronteras de las reglas.

Dimensiones de la buena vida (XII)


Karin Rosenthal (1945)


          Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Pablo Neruda

La buena vida tiene mucho que atender a las formas turgentes de la existencia, y a las regiones especialmente sensibles del mundo.
Este mundo en donde retozan los cuerpos se complace en entregarse a los juegos ardientes de la seducción y el deseo. Vivir apasionadamente es necesario. La buena vida tiene la silueta del sujeto querido, a la vez muy lejos y muy cerca. La buena vida tiene la trémula redondez del afecto. La buena vida tiene el fresco perfume del mundo recién nacido.
Al mundo lo deseamos vacante, entregado y abierto para poblarlo, inmiscuidos allí del mejor modo.

Dimensiones de la buena vida (XI)


Kristian Leven

La isla humana es un lugar visitado y afectado por vida ya muerta. Donde sus habitantes se juntan, se hacen perceptibles signos sutiles y obstinados de los ausentes.
Peter Sloterdikj

Una buena vida tiene una dimensión comprendida por lo ya acontecido.
Se trata de todo aquello que el transcurrir echa atrás, hacia las honduras de la memoria y del olvido, que es la dimensión que vamos agotando en su consumación, hasta el inevitable final. La verdadera consumación de la vida es la población constante de las memorias de aquellos que nos sobreviven. Así, cargaremos las espaldas de quienes nos suceden en cumplir la ardua tarea de ser humanos. Así como hacemos nosotros con nuestros antecesores y con nosotros mismos. Nutridos y colmados de vida ya vivida.

Dimensiones de la buena vida (X)


Kristian Leven

Aparte de una cierta profundidad interior, la buena vida también tiene importantes dimensiones extra corporales.
Toda vez que se habita un horizonte, en esa región se establece un punto propio, hacia el que se conduce tanto la marcha como la existencia. Desde el confín del punto propio en el horizonte acecha lo que vendrá. Hacia la aletheia, esto es, hacia aquello que adviene más allá del horizonte dirigimos una especial atención expectante y nos constituimos como acechantes sujetos volcados al futuro. Una buena vida es aquella que se apropia por las buenas de aquello por hacer.
Tener un porvenir es asunto de existentes, mientras que hacer propio lo que vendrá es de sujetos consumados en su condición más entrañable.

Dimensiones de la buena vida (IX)


Kristian Leven

La buena vida se abisma hacia su interior.
Este abismo es el que está efectivamente poblado por la persona, construido morosamente y configurado plenamente a su sentido del gusto. Es de esperar que tal abismo contenga cosas valiosas, por cierto, pero también es imperioso que haya amplitudes interiores tales que permitan la reverberación de estas cosas, poblando el interior de voces y, sobre todo, de ecos. Por esto es que una buena vida debe tener una adecuada, digna y decorosa profundidad interior, poblada de vivencias, pletórica de memorias, hirviente de imaginaciones y deseos. Y además debe disponer de una holgura vacante para que cada constituyente vital se conmueva a sus anchas allí.

Dimensiones de la buena vida (VIII)

Sebastián Salgado

La ideología burguesa muestra a una buena vida tal como si fuera una proliferación abundante de cosas y servicios a la mano emergiendo mágicamente y conseguida a través de un consumo ostentoso, fruto consecuente de una considerable acumulación de dinero.
Como ideología que es, resulta de un cernido falaz de rasgos. Las cosas no llegan mágicamente a quedar a la mano y no resultan todas y en cualquier circunstancia operaciones simples y empobrecedoras de consumo. El sentido de la buena vida es mucho más hondo que el mero consumo. En realidad, las cosas concurren hacia el lugar en donde poblamos por obra de un denodado esfuerzo humano tanto en términos de trabajo como de asignación de sentido. Las cosas llegan a nuestras manos con esfuerzo y con historias. Y una buena vida es aquella que confiere sustancia y conciencia a dichos esfuerzos e historias.

Dimensiones de la buena vida (VII)


Emmanuel Smague (1968)

Por su parte, la amplitud es una importante dimensión propia del confort relativo en la buena vida.
El cuerpo se complace en extender sus brazos hacia los costados, hasta comprender toda la felicidad que cabe en su seno. Por ello es que expresamos nuestro contento mediante el gesto de abrazar y por ello es que son las angustias nos cierran el ademán. El lugar que nos hagamos en el mundo, si en verdad es bueno para allí vivir, debe dejarnos ensanchar el alcance. Más aún, sólo aquel lugar en donde podamos abrir el gesto es un lugar que en lo esencial resulta en la posibilidad fundamental de una buena vida.
El mundo y la vida dignos de ser vividos tienen comienzo donde y cuando nos desperezamos a gusto y sin tasa.

Dimensiones de la buena vida (VI)


Sebastián Salgado

Por encima de la altura a la que podemos alcanzar con las manos está la dimensión moral del lugar que poblamos.
La magnitud de la altura es aquella que contiene y distribuye los juicios: en lo bajo, lo sencillo, práctico y cotidiano, mientras que a las alturas está proyectado lo problemático, lo especulativo y lo que adviene. La altura por encima de nuestros cuerpos erguidos constituye la escala relativa de nuestro lugar. El constreñimiento en altura es la medida en que nuestra vida resulta mezquina, mientras que el exceso se torna no hospitalario. En la altura comenzamos a vislumbrar de qué se trata el complejo problema de la magnitud conforme.
En cada situación hay, efectivamente, una altura conforme a la adecuación, la dignidad y el decoro, pero sólo podemos intuirla aún de modo no suficientemente preciso. Quizá porque la altura conforme no es asunto de cintas métricas y algoritmos simples, sino de un sentido humano singularmente sutil.

Dimensiones de la buena vida (V)


Sebastián Salgado

A efectos de desvelar ciertos aspectos ocultos de la buena vida, quizá sea oportuno preguntarse por sus dimensiones humanas.
La cuestión acerca de las efectivas magnitudes humanas de la buena vida, entonces, puede comenzar a andar examinando su primer aspecto, esto es, el desplegado a lo largo de la profundidad perspectiva. Toda vida humana implica un sentido de marcha dirigido a un punto propio en el horizonte. Puede pensarse en que es preciso transcurrir bien este espacio y tiempo, esto es, consumar la experiencia plena y honda de esta larga y esforzada marcha. Todo hace sospechar que este andar alternará el caminar cansino y resignado con la vista baja tanto como con la errancia absorta en las imaginaciones del cielo, pero, sobre todo, con la visión cabal y el empecinamiento consecuente en pos del punto propio del horizonte. De este modo, es preciso contar, siempre y en todo caso, con un punto apropiado en el horizonte hacia el que dirigirse con clara evidencia, segura determinación y firme gallardía.

Dimensiones de la buena vida (IV)


Mario Giacomelli (1925-2000)

No puede pensarse que la vida buena es un estado fijado a priori e invariable de condiciones objetivas y subjetivas, sino que conforma en todo caso un horizonte hacia donde se proyecta la propia condición humana del modo más directo y auténtico.
Como proyección, no se conforma con ser una pura efusión de deseos o de buena voluntad, sino que implica un compromiso político con el aseguramiento de las condiciones que consigan aproximarse en forma progresiva hacia este horizonte. Tampoco es una utopía en sí misma, sino un impulso hacia el necesario proceso de cambio que conduce los esfuerzos sociales. Como movimiento social y político, en definitiva, es una estrategia ética para su consecución, la que sólo se conseguirá, antes y después, en el desplazamiento autodirigido.
Navegar hacia la buena vida es necesario, a los efectos de que la vida efectivamente vivida sea, sólo de este modo, una buena vida.

Dimensiones de la buena vida (III)


Paolo Gasparini (1934)

No debe confundirse la buena vida con la realización individual, sino que es preciso considerarla como un marco de relaciones intersubjetivo que ampare la condición humana como fuente de derechos.
La buena vida es asunto social y comunitario. Se trata de un escenario humano que ampara su promoción y desarrollo. Por ello, la actitud de lucha por el cambio social es imperativa e insoslayable. La buena vida no radica en el acceso calificado de bienes satisfactores de demandas ni en la resignación a la vida constreñida a la austeridad, sino que responde a la construcción consciente y deliberada de condiciones de adecuación, dignidad y decoro tal como se las pueda asegurar para todas las personas por igual, en un marco histórico de despliegue de condiciones de producción de la vida social.

Dimensiones de la buena vida (II)


Andre de Dienes (1913-1985)

La buena vida está literalmente por descubrir, esto es, se necesita imperiosamente despojarla de los velos que encubren su condición.
Sólo tenemos una vida para ensayar, de donde se infiere que la buena vida es una condición sojuzgada por el imperio de un estado de cosas que impide la expansión libérrima de sus mejores efusiones. Esto supone un doble compromiso. Uno de sus aspectos es cognoscitivo e implica el esclarecimiento de aquellos rasgos ocultos a la conciencia. El otro atañe a la liberación de la buena vida de los efectos del poder que opera oprimiéndola.
Mientras que lo que domina hoy es un afán de conocer para munirse de mayor poder efectivo del sujeto cognoscente sobre su objeto, hay que apostar, aquí, a un conocer que emancipa y libera la buena vida especialmente digna de ser vivida.

Dimensiones de la buena vida (I)


Angela Bacon-Kidwell (1970)


Pero los hombres no han formado una comunidad sólo para vivir, sino para vivir bien.
Aristóteles

Pueden exponerse al menos tres hipótesis acerca de la buena vida:
La primera enuncia: La buena vida, más que una mera y abstracta expresión de anhelos de estados futuros de cosas, es un contenido material de la vida tal cual la transcurrimos, aunque permanece oculta ante nuestra conciencia y sojuzgada. Cabe esclarecer sus características y cabe liberar su condición, en consecuencia.
La segunda por su parte, afirma: La buena vida no se verifica en un estado subjetivo individual o particular, sino que son ciertas condiciones sociales las que las amparan en su promoción y desarrollo. En consecuencia, la lucha por la transformación social en un sentido ético y político deliberado en pos de la buena vida es un imperativo necesario, ya que nuestro actual orden social no asegura tales condiciones sociales de un modo que alcance a la totalidad de los sujetos que integran nuestra comunidad.
La última, por fin, formula: La buena vida no es un estado fijo e invariable de condiciones objetivas y subjetivas, sino un marco en continuo movimiento hacia su perfeccionamiento y alcance universal.

Consumaciones (XX)


Sebastián Salgado

La consumación del lugar no tiene que ver siempre y en cada situación con una estilización afectada de la vida.
Con lo que siempre tiene que ver es con el arreglo estratégico y táctico de la vida con las mejores condiciones para su perduración y desarrollo. Vivimos en un mundo que no siempre despliega sus mejores escenarios al respecto. Pero aún en la más terrible de las situaciones siempre habrá unas formas de construir un mundo que ampare la mirada asombrada de un niño que tendrá lo suyo por venir. Por el porvenir al que tienen derecho todos los niños que miran con asombro es que una arquitectura humanista deberá ser posible. Aunque no resulte tan glamorosa como eficaz para albergar, precisamente, ese asombro.

Consumaciones (XIX)


Alana Holmberg

En todas las circunstancias, es preciso siempre consumar aquel lugar en donde nos toca poblar. Y al hacerlo, cultivar la propia vida —como si de una pequeña planta peculiarmente importante se tratase—, tanto en las grandes Ocasiones, así como en las más humildes instancias de la vida cotidiana. Cultivar la vida quiere decir, en este contexto, dejar que la situación, el entramado de circunstancias, el tejido de los actos vitales se desarrolle con todo su contenido y forma propias. Porque el logro de una vida no se agota en las escasas instancias señaladas, sino en el correr moroso de su transcurrir continuo. Porque debemos vivir aprendiendo a serlo paso a paso, día tras días y en todos y cada uno de los lugares allí donde impregnemos nuestra presencia. Porque no podemos devaluar nuestra existencia cotidiana en la insignificancia y el olvido de sí.
Con aquello que nos toca, es con lo que tenemos que arreglarnos. Por esto es que tenemos un legítimo derecho a habitar lugares adecuados, dignos y decorosos. Por la condición humana que nos inviste a todos por igual y por la sabiduría de vivir que hayamos efectivamente construido.

Consumaciones (XVIII)


Hélène Binet

Alternamos nuestra vida cotidiana entre la habitación de modo gregario, y otra habitación en un modo apartado. En esta última modalidad, poblamos la reserva de soledad a la que nos impulsa la condición contemporánea.
No pocos ámbitos arquitectónicos actuales tienen la paradójica constitución de lugares públicos en los que los sujetos se distancian entre sí y se recluyen en una soledad que adquiere ciertos rasgos ominosos. Los demás deben allí ser alejados todo lo posible, porque siempre son extraños, perturbadores cuando no francamente amenazantes. Parece haber una oscura relación entre las miserias de los espacios domésticos, que constriñen la vida privada en celdas oprimentes y la disposición de vastos espacios que no merecen la caracterización antropológica de lugares, allí en donde se escabullen los sujetos en busca de alguna madriguera más acogedora.
Por obra de los contabilizadores inclementes del aire, en vez de una trama articulada y continua de lugares, disponemos cada vez de una yuxtaposición de puros espacios abstraídos, en donde apenas si nos habitamos a nosotros mismos en la fragilidad de una soledad que no sabemos si es una adquisición propia o una condena extraña.


Consumaciones (XVII)


Beatrice Helg

Aún en lo más hondo del lugar de la habitación interior de cada sujeto, se abre la profundidad de la memoria.
Por cierto, se trata de una habitación con dos conductas aparentemente opuestas, aunque en el fondo, complementarias. Una se aplica a conservar, a acopiar, a acumular, mientras que la otra se dedica a dejar de lado, quizá a desechar o quizá a encomendar sus cosas a un sitio aún más recóndito. El lugar de la memoria es aquel que conservamos en nuestro interior y al que nos replegamos tanto en el sueño como en ocasiones de desvelos. El lugar de la memoria es aquel que nos sigue de muy cerca y el que nos puebla apenas nos distraemos un tanto de la alucinada vigilia cotidiana.
Según nos va alcanzando la vida con la edad avanzada, la habitación de la memoria más se nos aproxima y, en no pocas ocasiones, superpone sus imágenes con las que todavía tenemos, a duras penas, como presentes.

Consumaciones (XVI)


Anka Zhuravleva (1980)

En lo más resguardado del ámbito doméstico se reserva el lugar de los sueños.
En verdad, eso de lugar de los sueños es mucho más expresivo que denominarlo, con gastadas connotaciones funcionalistas, dormitorio. Porque los vivientes de la especie humana cultivamos morosamente lugares para soñar, que no son meramente recintos para dormir. Si bien es de reconocer que el dormir adecuadamente es requisito mínimo para soñar, también es cierto que es necesario mucho más que esto para consumar el lugar de los sueños. A estos efectos, es preciso contar con una existencia rica en vivencias durante la vigilia, una memoria honda y un olvido metódico.
Y además hay que contar con una verdadera reserva recóndita en lo más profundo del hogar. Tan hondas deben ser unas casas a estos efectos.

Consumaciones (XV)


Kristina Varaksina (1981)

La consumación del ámbito doméstico parte de constituir un umbral, para luego distribuir metódicamente las cosas de vivir de un lado y de otro.
No es el repliegue de los muros que esconden lo propio lo constitutivo sino la custodia del umbral que articula el ámbito público y el particular. Es una cuidadosa administración de informaciones que principian en una estratégica situación del cuerpo. De un lado ciertos enseres, ciertas composiciones, ciertas actitudes, ciertas compañías y afinidades especialmente cultivadas. Del otro lado, un prolijo proceso de distanciamiento de intromisiones, entrometimientos y amenazas. De un lado, una aplicada arquitectura de cercanías, de disponibilidades, de cosas a la mano. Del otro, una recíproca arquitectura de alejamientos, de reservas, de emplazamientos estratégicos.
Y en el medio, el umbral custodiado.

Consumaciones (XIV)


Ruth Bernhard (1905-2006)

Es ahora factible apostar a las virtudes arquitectónicas del propio cuerpo.
Es posible vislumbrar un método de diseño que deje hacer al cuerpo su labor estructurante sobre las cosas, los lugares, las disposiciones y las composiciones de lugares y acontecimientos. Es preciso dejar danzar al cuerpo, y, al hacerlo, advertir cómo es que éste conquista con propiedad los puntos críticos del lugar, sus zonas fundamentales, sus rincones decisivos.
Es necesario atender a sus precisas respuestas, a los estremecimientos de agrado e inquietud, a las situaciones muelles, a las alternancias de tibieza y frescura.
Si confiáramos al cuerpo realizar su labor propia, podríamos acaso contar con el concurso del mejor arquitecto.

Consumaciones (XIII)


Ruth Bernhard (1905-2006)

Viens dans l’ombre, viens l’ombre
De ma tente aux rideaux lourds
Marche, glisse, marche, glisse
Sur mes tapis de velours !
Veux tu venir sous ma tente,
Beau vielliard?

Ven a la sombra, a la sombra
De mi tienda de pesadas cortinas.
Camina, deslízate, camina, deslízate
¡En mis alfombras de terciopelo!
¿Quieres venir a mi tienda,
Buen viejo?

En El gallo de oro, ópera de Nikolái Rimski-Kórsakov, así la Mujer seduce al incauto Zar Dodon. Pocas veces el arte ha dado, como aquí, con la clave erótica de la habitación de las cavidades. Es la ley del Deseo la que nos impulsa hacia las delicias del interior de la casa, hacia la confortación plena del cuerpo y el espíritu, pocas veces lo complejo ha sido expresado con tanta bella y contundente felicidad.
Porque la poética del habitar reluce en la oscura y cálida simplicidad esencial de la propia vida.