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Taciturnidad


Frank Ward (1949)

Repárese en la sociabilidad huraña y taciturna de la ilustración.
Los viandantes hacen apenas una pausa para ahondarse primero en sus vasos y apenas destinan su soslayo para la prevenida guardia del Otro. Este otro puede resultar un confesor o una conquista, vaya uno a saber. En todo caso, tras los codos se abren abismos de incertidumbre donde todo está por suceder y también por donde todo puede precipitarse hacia el olvido. Y las dos cosas, quién sabe en qué orden de prelación.
Es una fortuna contar con un espejo tras el mostrador. Aparte de las sustancias espirituosas que se sirven allí.

Seres liminares allí donde tienen lugar


Oded Wagenstein (1986)

¿Cómo es posible que traspongamos los umbrales, así, sin más, olvidados de nuestra liminar mismidad?

Demandas del habitar: cuestión de género


Anne Arden McDonald (1966)

Ciertas muchachas pueden acusar, con toda razón, a este sitio como androcéntrico. Sepan disculpar.
A efectos de subsanar esta falencia, las mujeres que piensan en el habitar deben aportar su perspectiva de género. Aquí las escucharé con atención y mucho respeto. Porque creo que las mujeres han aportado ya mucho en la historia y en la teoría del habitar. El problema, tal como es habitual en tantos casos, es que tales aportes han sido invisibilizados.
Quiera la fotografía que ilustra estas líneas resultar una invitación cortés a una necesaria participación reflexiva y expresiva de todas las mujeres que aporten su peculiar visión a este asunto.


La vida sorprendida en su acontecimiento


Géraldine Lay (1972)

Los arquitectos ocupados en el estudio del habitar debemos observar con ahínco la vida sorprendida en su acontecimiento.
Sólo así podremos ponernos a la altura del desafío por mejor servir a la condición humana. Porque sólo si somos capaces de conocer, reconocer, cuidar y albergar la existencia de las personas allí donde tengan lugar, podremos cumplir con el imperativo socioprofesional auto impuesto. Éste no es otro que permitir que todos los gestos, todas las coreografías y todas y cada una de las efusiones del habitar se desarrollen de modo a la vez adecuado, digno y decoroso.
Por eso no podemos olvidar que nos debemos, antes de cualquier otra cosa, a la vida de nuestros semejantes.

Llegar a viejo (III)


Gilbert Garcin (1929- )

Por lo que parece, todo lo que uno consigue, al final, es comprobar que, tras el fondo del cuadro se ahonda la sima de la nada más concluyente, si cabe caracterizar así a la ausencia de ser.
No entristece. Yo diría que, para llegar allí, hubiese sido más oportuno dedicar más atención a los pequeños destellos de lo singular que se pueden verificar en ciertos eventos cotidianos, comunes y corrientes. Cosas sencillas como una mancha de luz en la penumbra de un interior, o el soplo de la brisa en una cortina o la risa sorprendida de un niño. Asuntos distantes de las graves y trascendentes cuestiones que nos han desvelado las noches y los tedios.
Cosas así, simples, limpias y módicas.

Llegar a viejo (II)


Gilbert Garcin (1929- )

Llegar a la edad añosa es llegar a un punto donde la confianza en la disolución de las aporías cede a una resignada aprensión.
Los problemas filosóficos que valen la pena siguen persistiendo en su ser problemático. Por eso mismo es que valen la pena. Al realismo objetivo del ingenuo que fuimos le sigue un nietzchiano tardío que sólo advierte y reconoce representaciones. Y, no obstante, siguen viéndose por doquier sujetos expectantes y objetos persistentemente sondeados.
Lo que pasa (y lo que pesa) es que uno está ya detrás de todo eso.

Llegar a viejo (I)


Gilbert Garcin (1929- )

La atención a la salud se ha convertido en un interminable corredor flanqueado por inquietantes y solícitos especialistas en tratar con la libra de carne que les toca.
Estos personajes, generalmente de hábito blanco, aguardan, urgidos por el sistema, a negociar en tiempo escaso las angustias cotidianas del sufrido objeto de sus filantrópicas acechanzas. Por su parte, este último, se conforma con ser un mero transeúnte en el resignado camino que —sabe y teme—  no tiene más que un remate. El pasillo, en fin, es prolongado hasta la extenuación final, porque para todo hay un lugar.
Quién hubiese dicho que el camino del Olvido terminase por oler a desinfectante.

Las personas y sus sistemas de objetos


Alex Cretey-Systermans

Nos aposentamos con un sistema de objetos en nuestro alrededor.
Situarse, entonces, consiste en reinar sobre las cosas —muchas o pocas— que nos asisten, soportan y ambientan. Es preciso prestar mucha atención al atrezo, esto es, a la disposición y composición coherente que guardan las cosas de vivir. La situación de una mesa o una lámpara ofician de diagnóstico de nuestra condición de habitantes no sólo adecuados a la conveniencia práctica, sino también sujetos a la dignidad y el decoro que tenemos por debido.
Habitamos en un sistema de objetos resultado de un equilibrio entre el deber ser y las posibilidades no sólo materiales de la existencia.

Ensimismamiento


Dalibor Talajic (1973- )

Hay ocasiones en que todo el mundo queda confinado entre la cabeza y el alcance exiguo de las manos. El cuerpo se encoge sobre sí y la conciencia profundiza en la cavidad resultante. El sujeto se ensimisma, esto es, se vuelca sobre su mismidad.
Un vaso, en ocasiones, contiene un fármaco para lidiar con la vigilia.

La voz propia del sujeto habitante


Ambrose McEvoy (1878 –1927) El arete (1911)

No parece pertinente, en principio, recabar opiniones (y menos “públicas”), sino saberes, deseos o demandas privados y auténticos.
Porque en esto menos nos importa menos el sentido común que el buen sentido. Porque nos importan menos los monstruos estadísticos de la sociometría que lo que conciben y desean las personas de carne, hueso y sueño. Porque nos importan menos los promedios de comportamientos y hábitos que los estremecimientos sensibles de la piel.

El viandante, primer actor de lo urbano (III)


Lisboa

El viandante que circula o que se detiene en este o aquel otro punto de su recorrido, en efecto, discurre, en el triple sentido de que habla, reflexiona y circula. De un lado, el usuario habla, dice, emite una narración al mismo tiempo que se desplaza, hace proposiciones retóricas en forma de deportaciones y éxodos, cuenta una historia no siempre completa, no siempre sensata. También, en efecto, ese usuario piensa, en la medida que suele tener la cabeza en otro sitio, está en sus cosas, va absorto en sus pensamientos, que –a la manera del Rousseau de las Ensoñaciones del paseante solitario– no pocas veces plantean asuntos fundamentales sobre su propia existencia. Por último, el usuario del espacio público pasa, es un transhumante, alguien que cambia de sitio bajo el peso de la sospecha de que en el fondo carece de él. Esa molécula de la vida urbana, el viandante, es al mismo tiempo narrador, filósofo y nómada. Dice, piensa, pasa. Lo que lleva a cabo es una peroración, un pensamiento, un recorrido.
Manuel Delgado, 2017

Tanto el político, el policía como el arquitecto-urbanista pretenden que los urbanitas simplemente circulen.
Estos instrumentadores del Poder imaginan —de modo muy pobre— la circulación como un fluido y disciplinado desplazarse, unas expeditivas mudanzas de un punto a otro. Pero la vocación nómade de los urbanitas es otra cosa. Hacer de la ciudad una madeja frenética y apasionada de recorridos es condensar, mediante el deambular, todo aquello que el viandante protagoniza en su condición de primer actor del drama urbano

El viandante, primer actor de lo urbano (II)


Lisboa

El viandante que circula o que se detiene en este o aquel otro punto de su recorrido, en efecto, discurre, en el triple sentido de que habla, reflexiona y circula. De un lado, el usuario habla, dice, emite una narración al mismo tiempo que se desplaza, hace proposiciones retóricas en forma de deportaciones y éxodos, cuenta una historia no siempre completa, no siempre sensata. También, en efecto, ese usuario piensa, en la medida que suele tener la cabeza en otro sitio, está en sus cosas, va absorto en sus pensamientos, que –a la manera del Rousseau de las Ensoñaciones del paseante solitario– no pocas veces plantean asuntos fundamentales sobre su propia existencia. Por último, el usuario del espacio público pasa, es un transhumante, alguien que cambia de sitio bajo el peso de la sospecha de que en el fondo carece de él. Esa molécula de la vida urbana, el viandante, es al mismo tiempo narrador, filósofo y nómada. Dice, piensa, pasa. Lo que lleva a cabo es una peroración, un pensamiento, un recorrido.
Manuel Delgado, 2017

El viandante como el primer actor de lo urbano desempeña un papel por lo general soslayado en la tratadística urbanística. Constituye la sustancia pensante de lo urbano, en más de un sentido.
Es que domina en el tratamiento urbanístico la preocupación por las cosas construidas, por la trama viaria y por el sistema de los llamados ámbitos públicos, pero con esto se ignora que la ciudad, en sustancia, es una comunidad humana de asentamiento. Quienes, por oposición, se desentienden de la disciplina arquitectónico-urbanista y optan por la materia de lo urbano, logran atisbar cómo esa miríada de seres pensantes se pasea de un lado a otro y constituyen, como acertadamente lo considera Manuel Delgado, una potencia sin poder. En realidad, se trata de una potencia cuyo poder se le ha escamoteado.
Pero ¡Ay de las conspiraciones que se urden!


El viandante, primer actor de lo urbano (I)


Lisboa

El viandante que circula o que se detiene en este o aquel otro punto de su recorrido, en efecto, discurre, en el triple sentido de que habla, reflexiona y circula. De un lado, el usuario habla, dice, emite una narración al mismo tiempo que se desplaza, hace proposiciones retóricas en forma de deportaciones y éxodos, cuenta una historia no siempre completa, no siempre sensata. También, en efecto, ese usuario piensa, en la medida que suele tener la cabeza en otro sitio, está en sus cosas, va absorto en sus pensamientos, que –a la manera del Rousseau de las Ensoñaciones del paseante solitario– no pocas veces plantean asuntos fundamentales sobre su propia existencia. Por último, el usuario del espacio público pasa, es un transhumante, alguien que cambia de sitio bajo el peso de la sospecha de que en el fondo carece de él. Esa molécula de la vida urbana, el viandante, es al mismo tiempo narrador, filósofo y nómada. Dice, piensa, pasa. Lo que lleva a cabo es una peroración, un pensamiento, un recorrido.
Manuel Delgado, 2017

Aún sumido en su más circunspecto silencio, el viandante habla.
Es su presencia la que siempre supone una narración, una retórica y también una cuota imprescindible de razón particular. Es en su recorrido en donde tiene lugar y en donde la Ciudad deja de ser un fantasmal escenario de cosas para constituir un laberinto de significaciones y sentidos profundos y concretos. Es en su marcha en donde se realiza la efectiva y vívida arquitectura de la Ciudad.
El viandante, en efecto, es el primer actor de lo urbano y merecería ser reconocido en su estatus.

La voz propia del sujeto habitante


Ambrose McEvoy (1878 –1927) El arete (1911)

No parece pertinente, en principio, recabar opiniones (y menos “públicas”), sino saberes, deseos o demandas privados y auténticos.
Porque en esto menos nos importa menos el sentido común que el buen sentido. Porque nos importan menos los monstruos estadísticos de la sociometría que lo que conciben y desean las personas de carne, hueso y sueño. Porque nos importan menos los promedios de comportamientos y hábitos que los estremecimientos sensibles de la piel.

Comentando a Jan Gehl (IV)

Henri-Julien Dumont (1856- 1933) El Café de la Paix (s/f)

La comunicación entre las personas requiere de un mínimo de espacio para poder desarrollarse. Es necesario poder dar comienzo y final a los encuentros. Si estamos sentados a una mesa o reunidos alrededor de un café, con inclinarnos hacia adelante y hacia atrás regulamos nuestro grado de participación en la charla. En una calle o en una plaza podemos movernos como si fuéramos parte de una coreografía acercándonos, alejándonos, moviéndonos hacia los costados e inclusive retirándonos completamente de la interacción. Una buena conversación requiere de una cierta flexibilidad para poder funcionar. No es necesario establecer una cantidad fija de metros, con solo establecer un espacio donde uno pueda maniobrar entre la distancia íntima y la personal es suficiente.
Jan Gehl, 2010

El diseño arquitectónico y urbano debe nutrirse de las estructuras y condiciones que dan lugar a logradas situaciones de vida.
Todo empieza por observar todos aquellos lugares en donde la vida se desarrolla a sus anchas, en aquellos lugares que resultan sociópetas, en aquellas condiciones que favorecen el bienestar de las interacciones sociales. Lo sigue una atenta evaluación y medición que hace uso no ya de medidas puramente abstractas, sino de apreciación de dimensiones humanas en los lugares. En este caso, la proxémica debe sustituir con ventaja y oportunidad a la cinta centimetrada.

La labor no concluye hasta que las personas se adueñan y conquistan como propios y apropiados los lugares destinados a la habitación.

Comentando a Jan Gehl (III)

Stoa de Átalo, Atenas

Cuando se circula a velocidades mayores que las que se registran al caminar o al andar en bicicleta, nuestras chances de ver y entender qué ocurre disminuyen enormemente. En las ciudades viejas, donde el tránsito es principalmente el movimiento peatonal, los espacios y los edificios se diseñaron en base a la escala de los 5 kilómetros por hora. Los peatones no necesitan mucho espacio para maniobrar, y tienen el suficiente tiempo de  ocio para poder estudiar de cerca los detalles de un edificio, como así también estudiar el fondo que se recorta en la distancia. La gente que circula cerca de uno puede ser vista tanto de lejos como de cerca.
La arquitectura de los 5 kilómetros por hora está sustentada en la abundancia de impresiones sensoriales. Los espacios son pequeños, las construcciones están pegadas unas a otras y la combinación de detalles, rostros y actividades crea una paleta rica en experiencias sensibles.
Al manejar un automóvil que va a 50, 80 o 100 kilómetros por hora, nos perdemos la oportunidad de percibir estos detalles y de mirar a las personas. Cuando uno se mueve a velocidades tan altas, el espacio para maniobrar tiene que ser grande, mientras que todas las señales tienen que ser simplificadas y ampliadas para que tanto los conductores como los pasajeros puedan absorber la información.
Jan Gehl, 2010

Se trata de observaciones singularmente sensatas.
Ante tanta deshumanización urbana, bien podría adoptarse, como patrón de medida del diseño urbano, el urbanita viandante, desplazándose a 5 km/h. Cuestiones como la curva de la atención, el ritmo perceptivo, la cadencia de la respiración, el ritmo de la marcha, los desplazamientos óptimos, la alternancias de movimiento y pausa y otras análogas podrían constituir importantes insumos para una metodología de diseño urbano que comenzara por los factores humanos. Es con los pasos de las personas que deberemos volver a medir estructuras arquitectónicas ejemplares, tales como la Stoa de Átalo en Atenas.

Porque las ciudades deben ser recuperadas para las personas.

Comentando a Jan Gehl (II)

Catedral de Milán, interior

El dicho “el hombre es la alegría más grande del hombre” proviene de Hávamál, un poema de la Edda poética islandesa, que tiene más de mil años y que describe de una manera muy simple el interés y el gozo que provoca la presencia de otro ser humano. Nada es más importante ni más persuasivo.
Jan Gehl, 2010

Por cierto, nos hemos emocionado ambos, inmersos en la ávida multitud.
La arquitectura magnífica de la catedral nos ha conmovido de una forma muy especial. Todavía resuenan en mi memoria los ecos de la grave música de la misa dominical: Kyrie Eleison, (Señor, ten piedad) cantaban.

Pero lo que a mí me ha conmovido de sobremanera es poder contemplarte allí, a la distancia, con toda esa inmensidad por ti poblada.

Comentando a Jan Gehl (I)

Beatriz González  Sin título (2013)

En ciudades vitales, sostenibles, sanas y seguras, el prerrequisito para poder desarrollar una vida urbana es que existan oportunidades para caminar. Sin embargo, al tomar una perspectiva más amplia, salta a la vista que una gran cantidad de oportunidades recreativas y socialmente valiosas surgen cuando se las cultiva y se alienta la vida de a pie.
Durante muchos años, el tráfico peatonal fue tratado como una forma de circulación que pertenecía a la órbita de la planificación del transporte. Bajo esta forma de operar, las sutilezas y oportunidades que brinda la vida urbana fueron virtualmente ignoradas. Usualmente, para referirse al hecho de caminar, se hablaba de “capacidad de vereda”, “tráfico de a pie”, “flujos de peatones” y “cruces seguros de intersecciones”.
Pero en las ciudades, ¡caminar es mucho más que solo circular! Hay contacto entre las personas y la comunidad, se disfruta del aire fresco, de la permanencia en el exterior, de los placeres gratuitos de la vida y de las diversas experiencias sensoriales. En su esencia, caminar es una forma especial de comunión entre personas que comparten el espacio público, como un lugar de circulación semejante a una grilla dentro de la cual se mueven.
Jan Gehl, 2010

El magisterio de Jan Gehl conduce a considerar la figura cognoscitiva del urbanita viandante tanto como regla operativa de medida, así como patrón general del diseño urbano.
La figura comienza a delinearse como la de un concreto urbanita, esto es, un personaje específicamente situado en su ciudad, su contexto y su cultura propias. La figura del urbanita permite abordar una configuración mucho más circunstanciada que la de mero peatón o habitante de la ciudad. Un urbanita se define por su positiva inserción particular en modos de vida y escenarios específicos.
Pero los trazos se completan en su condición esencial y propia de viandante, esto es, una entidad semoviente, paseante, merodeadora que impone con su marcha un ordenamiento general de la arquitectura de la ciudad, según ritmos y cadencias, según motivaciones y actitudes.
El urbanita viandante conforma en primer lugar una regla de medida de distancias cuanto de tiempos. Las dimensiones de los diseños urbanos deben apreciarse y valorarse según este humano, concreto y vívido patrón de medida. Porque esta medida no es de los meros objetos urbanos, sino de la de los pulsos de la vida urbana.

Pero también y es quizá más importante, el urbanita viandante conforma un patrón cualitativo para el diseño urbano. Porque es con respecto a su figura que las virtudes del diseño de situaciones urbanas lucirán, en definitiva, sus reales y decisivos valores.

¿Interpelaciones? (IV) Análisis profundo

Ilustración no acreditada publicada en

En definitiva, de este o parecido juego se trata.
Se trata de mover a fondo y en el fondo los signos de interrogación. Habrá que someterse a las implacables reglas del análisis en hondura del psiquismo de los sujeto. Le y nos interrogaremos sobre nuestra condición constitutiva de habitantes, sobre todo cuando navegamos esforzadamente por el sueño. Porque Hay que tomarse en serio los sueños, tal como aconseja con sabiduría Tadao Ando.

¿Jugaremos este juego con blancas o con negras?