Bert Teunissen
(1959)
Es en
el umbral de la casa que se abisma una dimensión propia de los interiores: la
profundidad histerotópica, esto es, la profundidad que los habitantes debemos
prospectar en las cavidades habitadas. Puede confundirse con la profundidad
perspectiva, pero es crítica una diferencia. Mientras que la profundidad
perspectiva se desarrolla en un medio diáfano en torno a la marcha libre, la
profundidad interior sólo se consigue vivir con un meticuloso proceso de
adentramiento a través de un medio que se resiste opacamente a su prospección.
Traspuesto el umbral, es preciso desbrozar el lugar, vencer su resistencia,
conquistar el lugar propio, hacerse uno el lugar.
La habituación
de la estancia, la recurrencia de las irrupciones hace que la casa sea el lugar
interior por excelencia, lugar de adentramiento real, imaginario y simbólico
tan pleno como nos es dado conocer en la vida. La casa es en donde morosamente
nos construimos un lugar propio y en donde aprendemos en las arrugas de la vida
cuánto nos cuesta todo ello.
Así,
las marchas de la existencia tienen un esencial diferenciación y alternancia.
Por una parte, la marcha propia del viandante, por otra, la circunspecta intromisión
del habitante de las cavidades. La arquitectura de la casa es el punto de cruce
maestro entre estos dos andares.
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