Dimensiones de la buena vida (XVII)


Eva Rubinstein (1933)

Existe una dimensión de la buena vida que es, a la vez, primitiva y sofisticada. Se trata del aroma de los elementos del mundo vivido. ¿Cómo infunde el aire que se deja respirar con regocijo? ¿A que huele el agua que nos refresca? ¿Cuál es el olor de la tierra que hollamos? ¿Y el aroma del fuego que ilumina y calienta?
El olfato es un sentido primitivo y tajante en su rechazo al mefitismo, a la vez que resulta un sutil instrumento para la identificación y el recuerdo. Los aromas son las señales más francas y a la vez las más misteriosas acerca de la contextura de lugares, circunstancias y personas.
Así, la buena vida se deja respirar y juzgar inequívocamente.

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