Jason Lanier
¿Cómo
comenzar a consignar las innúmeras inscripciones de la existencia humana si no
es reparando en el paisaje primordial?
Si
desde el cielo nos acecha todo aquello que no podemos alcanzar, oportuno y esperable
es que proyectemos allí nuestros sueños, las formas caprichosas del deseo y, sobre
todo ello, el miedo reverente sobre todo lo que puede abatirse sobre nuestras
atribuladas cabezas. Mientras tanto, nos inclinamos con esfuerzo hacia la
tierra, que es en donde encontramos sustento y trabajo, camino y solar,
confines y querencias. A cada hallazgo o recurso, le corresponde una clara
marca significativa de su precisa condición. Pero lo principal está —y no
podría ser de otro modo— en el horizonte. Es en la línea que une tanto como
separa el cielo de la tierra donde encontramos el contorno madre de todas las
inscripciones sobre el paisaje. En la peculiar configuración de este perímetro
fundamental es donde todo comienza a marcarse: la morada yace ahí y entonces
erige de todos los umbrales el umbral, las sendas conducen a casa y toda
estancia es una situación siempre relativa al lugar al que, tarde o temprano,
habremos de volver.

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