El plan urbanístico y el proyecto arquitectónico sueñan una ciudad imposible, una ciudad perpetuamente ejemplar, un anagrama morfogenético que evoluciona sin traumas. El arquitecto y el urbanista saben que la informalidad de las prácticas sociales es, por principio, implanificable y improyectable; son su pesadilla. Los planificadores y proyectadores piensan que son ellos los que hacen la ciudad, y hablan de ella como "forma urbana", haciendo creer que el urbano tiene forma. Engañan y se engañan, puesto que es la ciudad la que puede tener forma, en cambio, lo urbano no tiene forma, sino que es una pura formalización ininterrumpida, no finalista y, por tanto, nunca finalizada. Contra las agitaciones a menudo microscópicas, contra las densidades y los espesores, contra los eventos y los usos, contra las dislocaciones generalizadas, contra los espasmos constantes, el ingeniero de ciudades levanta sus estrategias de domesticación, al fin y al cabo ingenuamente demiúrgicas: el proyecto y el plano. No nos equivocaríamos si apreciásemos el espíritu utópico como directamente asociado al autoritario de toda urbanística, puesto que le cuesta tolerar la presencia de la mínima imperfección que desmienta la totalidad verdadera a que aspira.
Delgado, 2020
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