Se ha dicho a menudo que el
arte, no solo las bellas artes, sino cualquier obrar humano, cualquier creación
humana, cualquier manifestación del ingenio humano, tiene como finalidad
facilitar la vida, esto es, mediar entre la naturaleza y nosotros, a fin de
aproximarnos a ella, tal como narra el mito bíblico de la creación del mundo,
por ejemplo: gracias al trabajo, Adán y Eva lograrían volver a relacionarse con
la tierra de la que habían quedado excluidos tras una primera falta: la ingesta
de un fruto prohibido.
Sin embargo, las necesidades
básicas de un ser viviente -de un animal- pueden ser cubiertas de inmediato:
alimentarse, cobijarse, defenderse se satisfacen al momento. No es necesaria
ninguna reflexión. En cuanto se manifiestan, el cuerpo reacciona hasta dar
cumplida satisfacción a la urgencia manifestada.
En cambio, el hacer humano
obliga a tomar las distancias con el impulso físico. El ser humano se toma su
tiempo. Cocina, construye, teje, modela, lo que exige postergar, a veces
durante años, la necesidad. El ser humano se construye un mundo que se
interpone entre la naturaleza y su naturaleza, su persona. Un mundo adaptado a
él, que, de algún modo, le protege de la "llamada" natural.
El arte, así, no nos une con el
mundo, sino que nos aparta de él. Nos protege de sus exigencias.
Pedro
Azara, 2017
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