Félix Vallotton (1865–1925) Interior con mujer en rojo (1903)
El
atravesamiento de umbrales tiene una cualidad fundamental para cualquier gesto
arquitectónico concebible.
Es
que toda arquitectura comienza por diferenciar, oponer y articular Uno y Otro
Lugar. El umbral sucede mediante la constitución efectiva de un pasaje que, a
la vez, une y separa Uno y Otro Lugar.
El
atravesamiento de este pasaje se vive como una transformación, ya que, si bien
conservamos nuestra identidad, cambia nuestro estado; tenemos lugar, nos
hacemos nuestro lugar tanto en Uno como en Otro Lugar. Nada hay más de cabal
promenade architecturale que una secuencia alineada de umbrales que van dejando
el mundo exterior para adentrarse en la intimidad de una alcoba bien dispuesta.
Cada
umbral tiene su peculiar conformación arquitectónica: hay umbrales concisos y
expeditivos para simplemente irrumpir o escapar, mientras que hay hondos
vestíbulos o airosas galerías donde constituir graduadas transiciones. Las
miserias del Existenzminimum han confinado
a las más significativas de estas transiciones cotidianas al mero expediente de
escuetos y furtivos corredores, privados tanto de dimensiones así como de
significación propiamente arquitectónica.
En
cosas así nuestra vida corriente se pierde la oportunidad de revelar, en cada
paso que atraviesa cada umbral, que este gesto elemental supone una revelación,
remite siempre a la adquisición de una siempre nueva sabiduría. Y así la vida
cotidiana se nos vuelve, día tras día, tenue, distraída e insignificante.
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