Debemos
al sarcasmo de Duchamp (y de la propia historia del arte) el hecho que un
mingitorio señale un antes y después en el arte contemporáneo.
Claro
está que no es un humilde artefacto sanitario: es un manifiesto sobre la
difícil —o imposible— misión de definir el arte. El artista, en este caso ha
elegido un objeto, lo ha resituado y ha propuesto apreciarlo como obra de arte
y con eso basta.
Naturalmente,
la actitud Duchamp no puede diseminarse a cada uno de los mortales y a cada uno
de los objetos elegibles. Alcanza con la posibilidad de hacerlo en ciertas
circunstancias.
El
efecto Duchamp sobre los objetos de la vida cotidiana es una tenue sospecha
sobre su estatuto: los objetos mismos torvamente aguardan una mirada que los
vuelva extraños, nuevos, inesperados, reveladores.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario