Los gestos mediante los cuales nos
hacemos presentes en el espacio, con los cuales lo ordenamos, constituyen un
conjunto de prácticas no reflexivas, más bien mecánicas o semi-automáticas, que
propongo definir como habitus
socio-espacial, entendiendo este concepto según la definición de Bourdieu, es
decir, como «saber con el cuerpo» o saber incorporado, que se hace presente en
las prácticas, pero que no es explícito. Para habitar de manera no efímera un
lugar hace falta reconocer y establecer un habitus. Es la elaboración y
la reproducción de un habitus lo que nos permite habitar el espacio. La
noción de habitus nos ayuda a entender que el espacio lo ordenamos, pero
también que el espacio nos ordena, es decir, nos pone en nuestro lugar,
enseñándonos los gestos apropiados para estar en él, e indicándonos nuestra
posición con respecto a la de los demás.
Giglia, 2012: 16
En la reflexión sobre la habitación
humana, deberíamos, ante todo, precavernos de reservar la categoría de lugar a la
instalación concreta allí donde la existencia tiene presencia y población,
distinguida cuidadosamente de la noción de espacio, que no es otra cosa que una
abstracción cognitiva y operativa de ciertos rasgos del lugar. Dicho esto, todo
parecería indicar que el sujeto desarrolla de modo estructurado un habitus,
esto es, unas prácticas socio-locativas que operan diversas dimensiones
concretas del lugar, dando oportunidad a unos saberes, unas eficacias y unas
capacidades productivas que le hacen posible poblar el lugar. Y
precisamente poblar el lugar es la operación concreta que realiza el habitus,
como estructura que liga íntimamente al sujeto con la circunstancia que habita.
Tal circunstancia puede, de modo efectivo, constituir un entorno concreto, así
como una extensa red virtual. De allí que siempre habitemos un orden
estructurado a título de lugar, aunque no siempre un espacio bajo la noción de
entorno o emplazamiento.
En todo caso, es valioso saber ahora
que, mediante un habitus, es que los sujetos consiguen poblar un lugar
que es tanto un campo físico espacio-temporal así como un campo social. En
efecto, los sujetos aprenden, ejercen y producen tanto las prácticas sociales
del situarse físico, así como la de ubicarse, vínculo por vínculo, con su lugar
social. Si es que el lugar físico y el lugar social no son más que las dos
caras aparentes de una misma moneda existencial: hay en la idea de habitus,
tal como la presenta Ángela Giglia, un rasgo de soterramiento, de discreta
fertilidad, de humildad fundamental sobre la cual se construye las formas
superiores del conocimiento, de la ética y de la poética de tener lugar.
Ref: Giglia, Ángela (2012) El habitar y la cultura.
Barcelona, Anthropos, 2012
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