Acerca de la casa que crece



Hemos de construir casas que crezcan; la casa que crece ha de sustituir a la máquina para habitar.
Alvar Aalto

Hay una poderosa dimensión imaginaria en la concepción de la casa que crece.
Desde ya puede pensarse en una construcción que se desarrolle morosamente a lo largo del tiempo, que ajuste su diseño y conformación según se vayan disponiendo las circunstancias y que, antes que constituirse como un proyecto plenamente definido, su constitución efectiva y material obedezca a una suerte de estrategia cambiante. Pero esto sólo es una posibilidad que ha llegado a materializarse, en más de una oportunidad, en el avatar real de muchas construcciones. Puede imaginarse, en cambio, que la propia concepción, el proyecto y el diseño obedezcan a un proceso propiamente germinal. Lo que supone una profunda diferencia.
Puede que la casa que crezca constituya un símbolo de una entidad originada según un proceso equiparable con el biológico, en donde un elemento seminal encuentre un terreno y ambiente especialmente favorables para desarrollarse según un desarrollo vital. En este caso, la invocación a una arquitectura orgánica no se trataría tanto de una metáfora banal, sino de una asunción metodológica positiva.
Esta operativa asunción metodológica puede volverse real sólo en una forma sensata. Si se descubriera una forma germinal de habitación residencial y se comprendieran adecuadamente las condiciones proclives a su desarrollo, entonces podría concebirse el habitar de una casa en crecimiento efectivo, alrededor de la cual tender un manto de cubiertas, muros, ventanas y puertas condigno de esa condición viviente con la que interactúa.
Una arquitectura viviente protegida, como debe ser, por una suerte de exoesqueleto, una estructura material y energética que ampara su condición.

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