JUNIO, 1968
En la tarde de oro
o en una serenidad cuyo símbolo
podría ser la tarde de oro,
el hombre dispone los libros
en los anaqueles que aguardan
y siente el pergamino, el cuero,
la tela
y el agrado que dan
la previsión de un hábito
y el establecimiento de un orden.
Stevenson y el otro escocés,
Andrew Lang
reanudarán aquí, de manera
mágica,
la lenta discusión que
interrumpieron
los mares y la muerte
y a Reyes no le desagradará
ciertamente
la cercanía de Virgilio.
(Ordenar bibliotecas es ejercer,
de un modo silencioso y modesto,
el arte de la crítica.)
El hombre, que está ciego,
sabe que ya no podrá descifrar
los hermosos volúmenes que maneja
y que no le ayudarán a escribir
el libro que lo justificará ante
los otros,
pero en la tarde que es acaso de
oro
sonríe ante el curioso destino
y siente esa felicidad peculiar
de las viejas cosas queridas.
Jorge
Luis Borges, 1969
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