Géraldine Lay
(1972)
Cuando
habitamos ámbitos inundados de luz no sólo percibimos las cosas con mera agudeza
visual.
También
nos sumergimos en una especial tibieza de atmósfera. Las emociones que se
experimentan allí son expansivas y a veces eufóricas. El mundo se ensancha en
nuestro derredor. La plena luz puede llegar a tocarse.
No por
nada Le Corbusier consideraba, con justa razón, que la luz natural a raudales
constituye una de las alegrías esenciales.
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