Bert Teunissen
(1959)
Solemos
marchar por el mundo tal como se ofrece con las distintas inclemencias del
tiempo, hasta que, cansados, ansiamos abrigo y reparo. La casa es, en su
condición más entrañable, ese abrigo y reparo. Y esta condición es afectiva
antes que física, porque la casa abriga y repara cuando se la divisa en la
lejanía del camino, antes incluso de acceder en presencia a ella.
Estar
en casa es una confortación moral, entonces y sólo luego térmica. Estar en casa
es estar junto a los cuerpos queridos, sumidos en un calor conforme. Sin
embargo, se tiene a la calidez doméstica como una figura retórica soportada
sólo por la adecuada administración física energética. Pero en la estructura
profunda de la casa debemos saberlo: es al revés.
Porque
el umbral de la casa es el signo portador de ese significado. Porque es la
puerta que abriga y repara la confortación necesaria, el abrigo y reparo
afectivo, más allá que se pueda verificar, en los hechos, que la casa es caso
de un bien temperado entorno. Porque el que ya comienza a animar la moral es el
fuego sagrado y simbólico del hogar, antes que la provisión electromecánica del
aire acondicionado.
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