La estructura profunda de la casa (XIV)


Bert Teunissen (1959)

Marchamos echando atrás la vida ya vivida, la que nos sigue de cerca, acechante tras nuestra espalda, hasta que llega el día fatídico en que tal vida extenuada nos alcanza. Así parece suceder con la larga marcha que iniciamos en la temprana edad: se detienen, finalmente, los pasos y se nos abre la sima tan profunda como jamás la imaginaremos. Nos caemos dentro de lo ya vivido.
En la casa hay lugar para la vida ya experimentada. Una estancia plena de recuerdos de lo que ha sido nos rodea con un tan discreto y como ominoso abrazo. En las honduras de la casa, en el fondo de sus cajones, atrás de los anaqueles, aguardan las cosas que alguna vez tuvieron un significado palpitante y ahora son relictos, piezas conexas del pasado. Sólo nosotros podemos llegar a saber de su íntima reunión, de su peculiar sentido. Sólo que nosotros lo sabremos siempre tarde.
Tras el umbral de la casa hay una región no ya secreta, pero muy reservada para la dimensión tanatotópica del habitar. Porque la mansión de los vivos también es la casa de los fantasmas de lo que ha sucedido. Es de cobardes y distraídos olvidarlo.

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