La articulación del lugar es, quizá, el gesto
arquitectónico primigenio.
El juego arquitectónico marca y denota, construyendo una
escritura en el espacio y el tiempo, arbitrando la manifestación efectiva de
las articulaciones dictadas por el habitar: aquí/
allá, nuestro/ ajeno, cercano/ lejano. Quizá un momento especialmente
crucial radique en el marcado nítido de una figura de articulación completa: la
consagración del recinto. Contornos claramente definidos y consolidados: el
recinto sagrado, reservado a la presencia o contacto con la divinidad,
diferenciado de las esferas de los mortales; el territorio de los muertos,
cercado frente a los lugares de los vivos.
Si la constitución sacra del recinto hunde sus raíces en
la prehistoria, la consagración del espacio íntimo y personal es, al menos en
la civilización occidental, resultado de un largo, pero mucho más reciente,
proceso histórico que la Historia de la
vida privada de Ariès y Duby ha contribuido a develar.
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