En las islas antropógenas comienza una
aventura protoarquitectónica: y, efectivamente, a causa de la sinergia de la
construcción animal de nidos y nichos y del funcionamiento homínido en
campamentos, hasta que un día lejano las exigencias de espacio, ya humanas,
hayan cristalizado tan ampliamente en que de ellas pueda derivarse un estímulo
apremiante a la construcción de chozas, pueblos y ciudades. Partimos de la
tesis que la arquitectura constituye una reproducción tardía de configuraciones
espontáneas de espacio en el cuerpo grupal. Aunque el hecho humano se base en
un efecto invernadero, los invernaderos primarios antrópicos no poseen, en
principio, paredes y tejados físicos, sino, si se pudiera decir así, sólo
paredes de distancia y tejados de solidaridad. El ser humano, el animal que
tiene distancia, se yergue en la sabana: así consigue la perspectiva del
horizonte. Como habitantes de una forma de aislamiento de nuevo tipo, los seres
humanos se instalan cabe sí mismos.
(Sloterdijk, 2004: 277s)
Comentarios
- Partimos
de la tesis que la arquitectura constituye una reproducción tardía de
configuraciones espontáneas de espacio en el cuerpo grupal. Aunque el
hecho humano se base en un efecto invernadero, los invernaderos primarios
antrópicos no poseen, en principio, paredes y tejados físicos, sino, si se
pudiera decir así, sólo paredes de distancia y tejados de solidaridad. Esto es
tan brillante que debería ser un acápite glorioso a un tratado de Teoría
del Habitar.
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