El obelisco de
Montevideo al atardecer
Los
hitos constituyen instancias de una peculiar intensidad emocional.
Conservan
aún en las condiciones de mayor habituación de los itinerarios una cuota
irreductible de sorpresa y singularidad que pautan rítmicamente todas las marchas.
Cuentan por ello con la adhesión confiada del habitante habituado y distraído
que cuenta con esas presencias y ocurrencias para deambular enfrascado en sus
importantes cavilaciones. Si bien no puede decirse que un hito nos promueva una
decidida alegría, lo cierto es que, si la desidia nos priva de uno, entonces
sentimos, seguro, una profunda tristeza. Y en realidad, nuestros caminos son
mezquinos si no cuentan, cada tanto, con una marca significativa de etapa.
Obsérvese
la ilustración sobre nuestro obelisco: los pormenores morfológicos del jalón
quedan reducidos a una reconocible silueta en la memoria, mientras que el
destello postrero allá en lo alto nos señala el fin de la jornada. Y todo esto,
sin molestar apenas si una zona marginal de nuestra atención. Tal es la virtud
de los hitos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario