Peter
Ilsted (1861–1933) En la alcoba (1910)
Hemos de construir casas que
crezcan; la casa que crece ha de sustituir a la máquina para habitar.
Alvar
Aalto
La casa que crece.
Una idea rotunda, luminosa y comprometedora.
Más
allá de la ideología de la arquitectura orgánica, puede entreverse una arquitectura
desarrollada, con recursos propios de un ser viviente, a partir de un germen,
de un principio originador.
El
principio originador de una casa que crezca no es una entidad biológica nueva,
ni una novedad biotecnológica: es la vida humana en los lugares. Es un hálito
vital, un sueño de vivir, un deseo de efectiva existencia que debe ser
amparado, protegido y promovido en su forma, su desarrollo y su consumación.
Hay
que amparar una cierta constitución
relacional de la intimidad protegida. Y hay que proteger esa prefiguración
en su desarrollo propio y diferencial, de modo de promover efectivamente su
cabal consumación en una estructura que aúna
a los sujetos, su habitación y las conformaciones tectónicas.
El
discurso teórico, de momento, contornea la idea, sin ofrecer aún una propuesta
de realización concreta. Pero ya es algo.
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