Como en tanto que realidad
cósmica soy espacial, porque mi cuerpo me espacializa, por la misma razón soy
temporal —realidad que es fluyendo y pasando—, porque mi cuerpo me temporaliza.
Ser cuerpo me hace ser temporolocalmente; ser un cuerpo vivo me hace vivir de
un modo local y temporal. Pues bien: para mí, el hecho primero de esa mi
temporalidad, de esa mi temporeidad, más bien, es el tener que sentir o decir
«ahora» cada vez que de un modo o de otro me sitúo ante el constante fluir de
mi vida. Sólo por referencia tácita o expresa a un «ahora» existen para mí el «antes»
(el tiempo a que se refiere la memoria, el estado anterior de un sistema que
fluye), el «después» (el tiempo de la expectativa y el proyecto, el estado
ulterior de un sistema en movimiento), el «no sé cuándo» (la ignorancia o la
perplejidad respecto del antes o el después), el «pronto» o el «tarde» (la
inminencia y la lejanía temporal de lo que espero o temo). La tardanza (o la
prontitud), la futurición (el existir en la serie que forman el pasado, el
presente o el futuro) y el emplazamiento (la referencia de lo que me sucede al
cumplimiento de un determinado plazo) son las tres determinaciones básicas de
la duración humana (Zubiri). Mi existencia es cursiva, y esa esencial
cursividad suya me la impone mi cuerpo, la también esencial condición corpórea
de mi realidad. La mutación del hombre puede ser rápida, más no instantánea.
Antes lo hice notar: el motus instantaneus de los antiguos no es posible en la
vida del hombre; y no lo es, repetiré mi fórmula, porque el hombre es su
cuerpo, porque es cuerpo.
Laín
Entralgo, 1988
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