Ray Metzker (1931 – 2014) Chicago (1957)
El caminar es una apertura al
mundo. Restituye en el hombre el feliz sentimiento de su existencia. Lo sumerge
en una forma activa de meditación que requiere una sensorialidad plena. A
veces, uno vuelve de la caminata transformado, más inclinado a disfrutar del
tiempo que a someterse a la urgencia que prevalece en nuestras existencias
contemporáneas. Caminar es vivir el cuerpo, provisional o indefinidamente.
Recurrir al bosque, a las rutas o a los senderos, no nos exime de nuestra
responsabilidad, cada vez mayor, con los desórdenes del mundo, pero nos permite
recobrar el aliento, aguzar los sentidos, renovar la curiosidad. El caminar es
a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo.
David
Le Breton, Elogio del caminar, 2012
La
forma más primitiva de actividad de habitar consiste en marchar.
Deambulando,
vamos viviendo y pensando. Hemos aprendido a reflexionar sincronizados por la
cadencia de nuestros pasos. Así, las expresiones de nuestro cavilar, considerar
y concluir las modela el andar tanto como a las formas de hablar y elaborar
discursos. ¿A dónde quieres llegar con
este discurrir? ¿De dónde proviene eso que te tanto te preocupa ahora? ¿Por
dónde andan los pasos de tu pensar?
Marchar
es el modo en que aprendemos a vivir según un curso de acontecimientos que se
van sucediendo desde nuestros intentos titubeantes hasta nuestra postración
extenuada final. Cuán lejos hemos llegado en la vida se mide en el espacio
tanto como en el tiempo medido por nuestros pasos. En la marcha, el espacio
unidimensional de la senda y el tiempo efectivamente vivido son una sola y
elemental estructura
En
definitiva, allá hacia donde se dirijan nuestros pasos es, siempre, el lugar en
donde nos reencontraremos con nuestra condición más esencial y propia.
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