Anna Ancher
(1859 – 1935) Luz de sol en el cuarto azul (1891)
El
confort tiene, en su dimensión real, mucho de holgada adecuación.
El
cuerpo se despliega a sus anchas, cuando las constricciones se reducen a su
mínima expresión aparente y cuando es posible sentar uno sus reales sin mayor
trabajo. Tal situación resulta de un equilibrio negociado entre las posibilidades
efectivas del lugar, del orden de los elementos dispuestos y de una coreografía
ajustada de los cuerpos de los habitantes.
En lo
que toca a la dimensión simbólica, toda adquisición de confort supone una
conquista de libertad corporal, una dignificación del gesto vital y un contento
con el incremento del decoro. Con la habituación, la situación confortable se
superpone a la condición previsible de la vida y toda mengua al respecto se
experimenta como una pérdida molesta. La vida acomoda sus variables.
Pero es
en la dimensión imaginaria donde el
confort muestra sus aspectos más inquietantes: para conseguir mejor y diferente
confort es necesario salir de la situación de confort preexistente. Este salir
es crítico y se traduce en una inconformidad de nuevo cuño, ya cuando las
alternativas futuras no hacen más que esbozarse.
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