Émile Savitry
(1903-1967)
Toda
vez que una escalera es un ámbito muy calificado en su habitación es necesaria
una conducta condigna con su condición.
A
efectos de habitar una escalera de un modo adecuado, digno y decoroso, es preciso
considerar la disposición fundamental del ánimo para afrontarla. No es lo
mismo, ciertamente, descender que ascender ya que el cuerpo necesita prepararse
diversamente para la correcta práctica del ámbito. Un rápido pero concienzudo
examen de las proporciones preparará el cuerpo para el esfuerzo, según su
empinamiento, desarrollo o traza. Asimismo, es crucial la decisión acerca de la
distancia horizontal entre el eje del cuerpo con el pasamanos. Un expeditivo
examen del estado material de los escalones nos preanuncia una advertencia
sobre la seguridad relativa del paso.
Una vez
acometido el primer peldaño, es preciso guardar memoria en la zancada, porque
(es de suponer) la escalera impondrá en su proporción entre la huella y la
contrahuella una ley rítmica regular. Según esta pauta, dosificaremos la
velocidad, a efectos de no agotarnos indignamente el aliento.
También
según esta norma es que adoptaremos una etiqueta acorde con las circunstancias.
Sólo
entonces, cuando nos sometamos de buen grado al andar apropiado, podremos
comenzar la aventura de habitar verdadera y cabalmente el ámbito de la escalera
y participar de su espíritu particular. Sólo entonces podremos comprender los
pormenores existenciales de su secreto diseño. Porque una escalera es, siempre,
una persona que transita una escalera.
Mientras
que servirse de una escalera es asunto de aprendizaje conductista, habitarla es
muy otra cosa.
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