Eduardo Gageiro
(1935- )
Hay
ocasiones en donde se puede experimentar una cierta generosidad en la
arquitectura del lugar.
Una de
las medidas —y no la menos importante, por cierto— es el intervalo entre los
rumores de la vida y el eco en las profundidades del ámbito. De las voces a los ecos comprende un
espacio-tiempo de honduras que es gozoso experimentar en la expansión prudente
del cuerpo en el lugar. La reverberación de los pasos, de los murmullos
circunspectos, de los roces de los cuerpos es la medida propia de la
magnificencia de una arquitectura que no necesita de más ornato para denotar su
escala.
No
cualquier enormidad es una grandeza, pero cuando esta última tiene efectivo y
oportuno desempeño, constituye el gesto espléndido propio de lo singular.
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