Alana Holmberg
En
todas las circunstancias, es preciso siempre consumar aquel lugar en donde nos
toca poblar. Y al hacerlo, cultivar la propia vida —como si de una pequeña
planta peculiarmente importante se tratase—, tanto en las grandes Ocasiones,
así como en las más humildes instancias de la vida cotidiana. Cultivar la vida
quiere decir, en este contexto, dejar que la situación, el entramado de
circunstancias, el tejido de los actos vitales se desarrolle con todo su
contenido y forma propias. Porque el logro de una vida no se agota en las
escasas instancias señaladas, sino en el correr moroso de su transcurrir
continuo. Porque debemos vivir aprendiendo a serlo paso a paso, día tras días y
en todos y cada uno de los lugares allí donde impregnemos nuestra presencia.
Porque no podemos devaluar nuestra existencia cotidiana en la insignificancia y
el olvido de sí.
Con
aquello que nos toca, es con lo que tenemos que arreglarnos. Por esto es que
tenemos un legítimo derecho a habitar lugares adecuados, dignos y decorosos.
Por la condición humana que nos inviste a todos por igual y por la sabiduría de
vivir que hayamos efectivamente construido.
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