Pensar el habitar, en definitiva, supone asumir un compromiso.
Este compromiso tiene componentes de tipo epistemológico, prácticos y productivos. Estos compromisos se originan tanto en un abordaje perspectivo existencial así como antropológico. También se motivan en una revisión radical acerca de la misión social de la labor arquitectónica. Pero también el compromiso del pensar el habitar tiene, ineludiblemente, un importante componente ético. El ancestral juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo el sol puede, efectivamente, ser legítimamente demandado y consecuentemente implementado de muy diversas formas.
Pero, en todo caso, al habitar humano, por su propia condición determinante, implica una arquitectura que debe ser pensada para éste: hay que urdir entonces un juego ético para este habitar necesario.
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