Es cierto que el logro de un hecho arquitectónico depende
en gran medida en el talento individual del proyectista, pero no es menos
cierto que en una obra arquitectónica de excelencia concurren necesariamente un
conjunto de circunstancias que concurren tanto en la producción, como en su
consumación.
Hay formas sociales de la demanda que promueven el
encargo, hay circunstancias económicas y políticas que coadyuvan en la empresa,
hay competencia técnica y organización social del trabajo en los constructores
y, por fin, hay formas sociales del uso que verifican efectivamente las
bondades de la obra.
La arquitectura no es
una-y-su-circunstancia sino una con su
circunstancia.
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