El conocimiento de lo real es una luz que proyecta
siempre sombras en alguna parte. Nunca es inmediata y plena. Las revelaciones
de lo real son siempre recurrentes. Lo real no es nunca “lo que podríamos
pensar” sino lo que hubiéramos debido pensar. El pensamiento empírico es claro después, cuando el aparato de las razones ya está a
punto. Volviendo sobre un pasado de errores, encontramos la verdad en un
verdadero arrepentirse intelectual. De hecho, se conoce contra un conocimiento
anterior, destruyendo conocimientos mal hechos, remontando lo que, en el propio
espíritu, impide la espiritualización.
La idea de partir de cero para crear y aumentar su
haber sólo puede venir de las culturas de simple yuxtaposición en las que un
hecho conocido se convierte inmediatamente en riqueza. Pero frente al misterio
de lo real, el alma no puede convertirse, por decreto, en ingenua. Es pues
imposible hacer tabla rasa de un solo golpe, de los conocimientos habituales.
Frente a lo real, lo que se cree saber claramente ofusca lo que deberíamos
saber. Cuando se presenta a la cultura científica, el espíritu nunca es joven.
Incluso es muy viejo, ya que tiene la edad de los prejuicios. Acceder a la
ciencia, significa rejuvenecerse espiritualmente, aceptar una mutación brusca
que debe contradecir un pasado.
(Bachelard,
1971)
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