Charles y Ray
Eames. Casa Eames (1949)
En un
lugar, esto es, un sitio efectivamente habitado, proliferan los adminículos que
permiten, con su operación, realizar la mecánica simple y cotidiana de vivir.
Pero la operación de tales aparatos no supone, de suyo, llegar a consumar el
lugar.
Un
lugar, contemplado con mayor atención, supone una plétora de útiles, un
conjunto complejo de cosas dispuestas para su asimiento, manipulación e
implementación general en el uso. Pero este uso de los útiles disponibles no
implica, necesariamente, llegar a consumar el lugar.
Si uno
considera la cuestión con mayor profundidad, puede concluir que la habitación
de un lugar supone el goce pleno de aparatos y útiles. Pero este gozo no supone
que se alcance a consumar el lugar.
Según
parece, consumar un lugar supone una apropiación plena y absoluta de todas las
dimensiones implicadas por la situación del cuerpo del habitante cuando tiene
efectivo lugar allí y entonces, con una cualidad existencial a la que nos es
difícil nombrar con precisión por el momento. Y esto es mucho más —en
extensión, profundidad y compromiso— que simplemente operar, usar o gozar.
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