La constitución de la ciudad
inmobiliaria como visión hegemónica del
hecho urbano ha pasado por la presentación de los intereses particulares de la
clase capitalista como los intereses de toda la sociedad, acompañada por un
despliegue ideológico que ha construido un imaginario colectivo, que mostrando
el hecho urbano como algo a gestionar, objetivo, natural, sin ninguna
implicación política, ha logrado generalizar una percepción del mundo que mira
hacia cuestiones que eluden la verdadera motivación del urbanismo.
Cristina
Fernández Ramírez, Eva García Pérez, 2014
Puede
entenderse como urbanismo inmobiliario
la teoría (implícita) aunada a la práctica social de producir fenómenos urbanos
propio del tardocapitalismo contemporáneo.
Se
precisa así una praxis que subsume el
desarrollo urbano global al imperio de los intereses y visiones propios de los
sectores hegemónicos de nuestra sociedad. En este sentido, no es otra cosa que
la manifestación objetiva de un efectivo dominio de clase que opera tanto con
los hechos físicos de la ciudad, así como en sus representaciones y valores que
estos revisten en la conciencia colectiva.
Más
allá de cualquier constricción política o reglamentaria, los actores sociales
empresarios proponen, innovan, subvierten y consiguen, de un modo u otro,
imponer de hecho las circunstancias que dan lugar efectivo a los hechos
urbanos, en su promoción, diseño, realización y explotación. Estos hechos
urbanos consiguen, tarde o temprano, hacerse inevitables, irresistibles y hasta
oportunos en un marco sociocultural proclive a rendirse a la evidencia de las
efectivas relaciones sociales del poder. La voz de amo clama por aquellas
propuestas que se vuelven sensatas precisamente en su realización efectiva como
negocio logrado.
Hoy, la
verdadera motivación de un urbanismo que responda al interés general de la
sociedad en su conjunto e integralidad, se repliega a la defensiva.
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