El
cuerpo humano es una estructura estructurante cuyo titular es un existente.
Esto
quiere decir que el campo habitado tiene en el horizonte un lugar propio y trascendente. El horizonte, lejos de
confinar y de trazar una cintura en torno al lugar, abre dos dimensiones que se
abisman más allá de su figura.
Por
una parte, hay una, bautizada por Sloterdijk, como alethotópica. Se trata de la dimensión a
la que encaramos siempre con ansia y desde la cual se verifica la emergencia de
lo que se desoculta, de lo que finalmente se alcanza a saber. Más allá de donde
alcanza nuestra mirada acechante se ahonda la sima de donde provienen las
revelaciones, las ocurrencias, lo nuevo del mundo.
Por
otra parte y recíprocamente, en la porción que deja atrás el cuerpo y también
tras el horizonte, se despliega la dimensión tanatotópica, también según la
denominación del filósofo alemán. Es la dimensión de la memoria y de la muerte,
de lo que la conciencia deja atrás, como duración de lo ya vivido, de la
acumulación del recuerdo y también de los olvidos.
En
estas dos dimensiones, nuestros lugares se abisman como a solo al ser humano le
es dado tener lugar.
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