A las
sevicias del estigma del empobrecimiento se le agrega, por obra de la política
afectación al decoro del hábitat popular, la enajenación.
Mientras
que la auténtica arquitectura vernácula opera morosa y detenidamente tanto con
tectónicas apropiadas como con lenguajes hondamente decantados, los modos
industrial-capitalistas de producción aplican intensiva y extensivamente
tecnologías sobresimplificadoras y unas tristes versiones de vocabularios
empobrecidos.
De
este modo, las políticas sociales de vivienda al uso consiguen infligir una
segunda y capital afectación al decoro: una enajenación que distancia
afectivamente a los moradores de sus alojamientos y de sus anodinos escenarios
antiurbanos.
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