Las llaves de casa no se dan a
cualquiera. Solo existen unas pocas copias. Representan nuestro hogar. Hasta
que no nos entregan las llaves, la casa no es nuestra; y cuando las entregamos,
abandonamos para siempre dónde hemos vivido. Las llaves abren y cierran (vidas,
espacios). La vida, otrora, en las clases pudientes, estaba en manos del ama de
llaves. Es un drama perderlas, pues también se pierde la casa, convertida en un
cuerpo exterior, ajeno, inaccesible, todo y que alberga bienes y recuerdos. La
pérdida se refiere a una parte nuestra, afecta nuestra vida.
Pedro
Azara, 2018
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