Adentramientos (II)


Bob Willoughby (1927-2009)

Es preciso reparar en las operaciones, rituales y ceremonias del adentramiento a los efectos de entender cabalmente la vivencia de una de las más entrañables dimensiones del habitar. El adentramiento constituye un complejo de colpoprácticas, esto es, prospecciones en la profundidad de los interiores.
La mera irrupción, esto es, el atravesamiento del umbral es apenas un primera pero importante operación. Tal irrupción puede, en ocasiones, suponer un moroso pasaje a través de una más o menos elaborada sucesión de umbrales. Ahora bien, el acceso al borde interior supone una instancia reflexiva en donde el sujeto se estremece con un cambio de status. Es preciso que el adentramiento siga una prudente secuencia, siempre con una etiqueta diferencial, a través de la cual el intruso va modelando su inicial operación.
Una segunda serie de rituales están comprendidos en los diversos gestos de habituación, fruto tanto de la iniciativa del transeúnte como de la aquiescencia del locatario, así como de la virtud propia del lugar. Aquí al envaramiento circunspecto le sucede una confortación del cuerpo y el espíritu toda vez que ha conseguido uno ser bienvenido.
Por último, se despliegan en toda su hondura existencial las ceremonias de apropiación, esto es, la celebración de una suerte de acuerdo o pacto entre la situación y el habitante. Recién entonces, puede decirse con propiedad que éste ha tenido efectivo lugar allí.

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