René Groebli
(1927)
Tener
lugar implica, según hemos visto, experimentar en carne propia cómo nos inundan
las circunstancias, cómo la operación conjunta y concertada de influjos,
improntas y vivencias nos alcanzan, en forma particular a cada uno de nosotros
de un modo original, único, irremediable. Tanto en la superficie, así como en
las profundidades interiores del cuerpo, los influjos y las improntas escriben
las vivencias del mundo: nuestras peripecias se vuelven nuestra historia de
vida y nuestros mapas cognitivos se tornan nuestra cosmovisión. Así, nuestra
propia fisonomía se vuelve el memorial en donde se inscriben nuestras
circunstancias y la arquitectura de estas condiciones es aquella que nos
instala y nos sujeta en nuestro lugar.
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