Berenice Abbott
(1898-1991)
Los seres
humanos somos seres liminares.
Habitamos
el delgado límite entre el pasado y el futuro, la diáfana frontera entre lo
conocido y lo por conocer, el crítico paso entre lo exterior y lo íntimo. Por
ello proyectamos sobre el lugar esa humana condición con la trasposición, una y
otra vez, de umbrales, de puertas, de ventanas. Es allí en donde nuestro ser
íntimo se conmueve en las irrupciones, en las esperas, en las custodias. Al
cruzar un umbral, algo adviene mientras otro se abisma atrás; uno inaugura en el
mismo momento que clausura; un andariego llega por fin, a la vez que abandona
para siempre otro lugar.
Los
umbrales tienen, en su trasposición, algo de irremediable, de irreversible, de
misión cumplida.
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