Margaret
Stratton (1953)
Cualquier
animal semoviente puede irrumpir en una madriguera, pero quizá sólo al ser
humano le sea dado poblar una dimensión propia del lugar que es el
adentramiento.
Adentrarse
en un interior es más que simplemente inmiscuirse. Es prospectar la sustancia
íntima del lugar, es hender la interioridad como tal, es trasponer no sólo un
umbral, sino también una cierta profundidad, que sólo puede habitarse como tal
por un adentramiento humano. No es la marcha, el mero deambular por el ámbito
el que da cuenta de tal dimensión, sino de una metódica inmersión en el medio
interior, en donde a la vivencia se le superpone la práctica y la producción
del propio adentramiento. Esta actividad, práctica consciente de las cavidades,
produce y reproduce la profundidad a veces hermética de los ámbitos interiores.
Porque hacerse uno un lugar en un interior no es una simple conducta, sino la
producción esforzada de una obra de arte.

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