Pedro Isztin
(1964)
Erguido
sobre la tierra, el cuerpo humano abre ante sí el horizonte y en una cierta
dirección dirige toda su atención, talante y vocación.
Hacia
adelante y tras la línea que separa la tierra del cielo se agazapan los
advenimientos y a ellos se proyecta el ser humano. Vivimos pendientes de lo que
vendrá, de lo que concluirá por manifestarse, aquello que emerge de su
escondrijo. En tal dirección del horizonte tenemos no sólo la mirada acechante,
sino también allí dirigimos los oídos, también hacia allí dirigimos nuestros
pasos y nuestro ánimo. Somos seres animados por la esperanza. Y ésta no es un
estado pasivo del espíritu, sino el motor que nos mueve el arrojo. Porque hacia
lo que vendrá es que estamos siempre proclives, siempre deseosos, siempre
dispuestos. Habitamos entonces también la dimensión fluida de los
advenimientos.

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