Habitamos siempre en lugares concretos, esto es, en campos definidos en el espacio y en el tiempo.
A la tópica de los lugares, esto es, a su consideración espacial, es necesario complementarla con una crónica. El sitio habitado resulta de una presencia efectiva a la que se sobreponen representaciones de las experiencias efectivas de otros lugares habitados, así como representaciones intencionales de estados futuros. El habitar de los lugares supone entonces y a la vez, una historia vivida específica, así como una conciencia concreta de la experiencia del espacio en el tiempo.
Insistir en la mera espacialidad de la arquitectura es una abstracción simplificadora. No debe olvidarse nunca el tiempo como dimensión del lugar.
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