Suele
asociarse el estudio y el trabajo intelectual con la soledad y el apartamiento
de la vida social.
Lo
cierto es que el estudio exige concentración, esto es, disponer una suerte de
membrana que reserve una pequeña abertura destinada al flujo intenso de la
información. Por más que parezca una escena de la taciturnidad, el estudioso se
enfrasca en una intensa intercambio mano a mano con sus fuentes: voces que
emergen de textos que provienen de los lugares más alejados del mundo.
Y es todo
este mundo el que cabe en una muy pequeña habitación.
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